sábado, mayo 12, 2012

EL EXÓTICO HOTEL MARINGOLD



¿Qué hace que una película sea una buena película? Suele decirse que sobre gustos no hay nada escrito, así que es posible que lo que a unos les sorprenda y emocione, a otros les deje realmente fríos. Digo todo esto porque resulta llamativa la disparidad de opiniones que sobre esta película he podido ver tanto en críticos como en comentaristas. De algunos creo, sinceramente, que no han sabido verla (por ejemplo, criticarla porque no entra a fondo en la problemática social de la India), otros porque van con expectativas muy fijas y no se dejan llevar por lo que ven. Al final, se sienten frustrados. En fin, allá ellos y ellas. Yo creo que es buen cine el que “te toca”, el que te mete en la acción o en la historia, el que te trae recuerdos, el que permite que te identifiques con la historia o con alguno de los personajes. Al final, el film te llega. Sales del cine con una sonrisa (como en este caso) o con una lágrima a medio secar o con una sensación de bienestar (o malestar, pero eso es para gente más compleja). Bueno, al menos ése es el cine que me gusta a mí.

Por eso, estaba seguro que “El exótico Hotel Maringold” me iba a gustar. Tenía demasiadas cosas buenas para que el conjunto pudiera desmerecer: unos autores ingleses extraordinarios, de esos que hacen escuela; una historia de personas mayores llena de sugerencias y guiños, tanto para quienes ya calzamos años como para quienes son más jóvenes (siempre pueden vivirlo en función de sus padres o abuelos); un lugar como la India que nunca te deja indiferente, con sus colores, sus ritmos frenéticos, sus contradicciones. Y, al final, efectivamente, se trenza una historia en que todos esos elementos combinan perfectamente y la película logra sus objetivos. Se pasa bien.

La historia es original y actual: un grupo de personas mayores inglesas (jubiladas, en situaciones personales complicadas o que, simplemente, buscan nuevas emociones) deciden pasar una temporada en un hotel índio que la propaganda describe como lugar idílico. Tan actual es la cosa que varios de nosotros ya habíamos hablado de iniciativas de ese tipo para cuando llegue el momento de la jubilación. Mejor que una residencia, mejor que andar deambulando y de prestado por las casas de los hijos, mucho mejor, tener una urbanización o un lugar en la que puedas, a la vez, sentirte libre y acompañado. Irse hasta la Índia puede parecer exagerado pero, bueno, para mí un plan excelente sería pasar 6 meses en España y otros 6 meses en algún país sudamericano. Y a ese plan de la Índia hay que reconocerle sus atractivos.

Y allí se van. Son gente con caracteres muy marcados y los actores que los encarnan están muy bien escogidos. Para eso los actores ingleses, con gran experiencia en el teatro, con un dominio absoluto de los primeros planos y de esas muecas que son todo un discurso, son excelentes. Y se nota. Un juez, un matrimonio arruinado por haber prestado su dinero a su hija, una viuda reciente, un tipo que lo que quiere es ligar y una señora con las mismas intenciones, una mujer cascarrabias y muy english que no soporta a negros ni indios. En fin, una fauna notable, llena de arquetipos fácilmente reconocibles en la vida cotidiana. También los personajes indios están muy remarcados, pero se hacen muy humanos, muy simpáticos.

Y luego está el hotel Maringod, famoso en tiempos pasados pero hecho una ruina en la actualidad. Y, en parte, ésa es la gracias de la historia. Las reacciones diferentes de gentes ya entradas en años que se encuentran de buenas a primeras en una situación nueva y desconcertante. Ellos acostumbrados al orden inglés llegan al paraíso del caos. Y cada uno emplea sus armas para adaptarse. Curiosamente lo logran mejor aquellos que más se abren a la nueva situación. Quien se acurruca en sus viajas seguridades no lo consigue.
Lo más interesante es cómo el carácter de cada uno condiciona su proceso. Obviamente, cuando uno llega a la edad madura lleva ya mucho bagaje de experiencias. No es fácil desaprender, pero tampoco es imposible. Y para algunos de ellos, el desaprender es, justamente, lo que les devuelve a la vida. La cascarrabias racista es la que mejor sintoniza con la criada india intocable; el marido abrumado por su lealtad a una mujer que ya no soporta, es el que acaba descubriendo la locura y el sinvida en que está metido; la mujer que nunca ha trabajado, la que empieza a trabajar y a disfrutar de ello. Y así cada uno va haciendo su propio aprendizaje. La India resulta para ellos  una especie de terapia dulce. También en los personajes indios se produce esa transformación.

Al final, la película es un canto a la vida, a la ilusión, al sentimiento de que sólo nos acabamos cuando nos sentimos acabados. En estos años en los que tanta tendencia tenemos a la depresión, a ver las cosas negras y a sentirnos en medio de un túnel, unos cuantos días (quizás un mes, con menos no daría tiempo) en el hotel Maringod nos vendría de maravilla. Es lo que piensas al salir del cine: ¡carajo, me encantaría pasar una temporada en ese hotel!.
La película está llena de grandes frases de esas que conviene anotar (lástima, me faltó el bolígrafo y mi libretica del Alzheimer), pero hay una que como se repetía uno se la aprende: No hay que preocuparse porque al final todo irá bien; y si las cosas no van bien, es que todavía no es el final. Seguro que al gobierno le encantará.

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