domingo, julio 29, 2012

Maraton cinematográfico

Los regresos suelen parecerse. Comienzas el día algo excitado porque te espera mucho trajín. Desayuno melancólico tratando de echar un vistazo por el buffet del hotel para ver qué te has dejado los días anteriores sin probar, pues la cosa se acaba. Recoger las cosas en la maleta, volviendo a hacer el milagro de que entre todo lo que has de llevar. Check out rápido pues en realidad no tienes nada que pagar salvo el minibar que, en mi caso, jamás toco. Y espera preocupada de quien te ha de llevar al aeropuerto. Siempre cabe que se haya olvidado, que le haya pasado algo. En mi último viaje a Brasil, a punto estuve de tener que tomar un taxi pues la persona que quedó en llevarme al aeropuerto se retgrasó más de una hora del momento previsto y yo ya veía que no llegaba con tiempo. Justo cuando metía mi maleta en el taxi apareció. Esta vez no fue así. El chofer de la universidad estaba allí antes de la hora pactada y todo salió perfectamente. Como era sábado, ni siquiera tuvimos que sufrir el tránsito habitual.

El embarque tampoco tuvo novedades, aunque no es fácil librarte de alguna pegiguera. En Chile son menos histéricos que en otros lugares (en la salida, en la entrada ya es otra cosa). Todo fue bien, incluido el embarque. Y así comienza, una vez más el regreso, con los rituales habituales. Lo peor de estos viajes es el horario. Salir a las 12 de la mañana en un vuelo que durará 13 horas significa que te pasarás toda la tarde en el avión. Tiempo en el que se supone que deberías dormir pues vas a llegar ya de mañana a destino. Pero no es fácil dormir por la tarde. Un ratito sí, en un sustituto de la siesta, pero no las horas reglamentarias. Y así pasa lo que pasa.

Lo que me pasó a mí es que se me hizo eterno porque apenas conseguí dormir. Uno tiene sus rituales. El mío comienza (después de los consabidos inicios del viaje con los avisos de seguridad, el pase con los periódicos, los auriculares, los utensilios de aseo y la copita de cava: beneficios de ser pasajero frecuente y que te pasen a bussiness) con una partida de mus contra la pantalla que lleva cada asiento. Antes me entretenía más. Ahora empieza a ser aburrida porque siempre gano. Después suele venir la comida y con ella se comienza con alguna peliculita. Después la siesta y, a partir de ahí, lo que Dios quiera, porque depende del tiempo que duermas.

Yo dormí poco, así que te encuentras a las tres horas de vuelo, despejado y sin saber qué hacer. Lo que hice fue ver cine. Mucho cine. 5 películas cayeron esa tarde. Me recordó mis tiempos de estudiante en el Pío XII donde hacíamos maratones de cine de 24 y 36 horas donde podíamos llegar a ver entre 15 y 20 películas seguidas. Algo así, pero ya más moderado por la cosa de la edad. Claro que tuve que apuntarme los títulos de las películas en mi libretica del Alzheimer pues estaba seguro de que no me acordaría ni de los títulos al llegar. Gracias a eso las puedo contar: Wanderlust, Alabama Moon, Lorax, Meu País y ¡Qué pena tu boda!.

La primera fue Wanderlust, que en los cines españoles la tradujeron como "Sácame del paraiso". Película americana de este mismo año, con la Jennifer Aniston y Paul Rudd de protagonistas. Bueno, entretenida por aquello del contraste entre el mundo de ejecutivos del que los protagonistas salen y el mundo hippy en el que acaban cayendo. Primero con dudas, luego de forma más consciente y grata. Se pasa bien, lo que no está mal para mitigar la preocupación de ir atravesando la cordillera andina llena de nueve y picos amenazantes.

La segunda fue Alabama Moon, que yo confundí con otra de un campamento de chicos. Pero no, esta es un poco más antigua, de 2009, y que va en plan de niño que vive con su padre en el bosque, al margen de la civilización y sus constricciones. El padre no quería que nadie pudiera exigirle nada, así que se automarginó con su hijo. Vivía de lo que pescaba o cazaba y de los recursos que le daba el bosque, algunos de los cuales podía intercambiar en la aldea del pueblo por productos más vivilizados. Cuando él muere, el hijo tiene que vérselas por su cuenta pero pronto cae en manos de la ley. El policía malo que lo traerá por la calle de la amargura. Lo internan en un horfanato, se escapa con sus compañeros y consigue adentrarse en el bosque con otros dos. Al final, acaba descubriendo que el mundo y quienes lo pueblan no son tan malos como su padre le había ido diciendo; que la amistad es un bien del que los humanos no podemos privarnos si queremos sobrevivir; y de que hay gente buena en la que se puede confiar. Es bonita su idea de las "cartas de humo". Escribe cartas a su padre muerto y las quema para que él  pueda leer  el humo. También lo hace con su amigo enfermo.
La tercera película fue un retorno a la infancia y al relax con Lorax. En busca de la trúfula perdida. Es una película americana animada, dirigida por Chris Renaud y estrenada este mismo año, 2012. Los dibujos animados de hoy en día ya no son como los de antes. La combinación de música, colores, ritmos, personajes, etc. es una maravilla de creatividad e ingenio. Siguen la estructura clásica de los malos malísimos y los buenos que, afortunadamente, son los que triunfan. En este caso, se introducen toques ecológicos (la recuperación de los árboles) e incluso económicos (los malos que buscan su propio provecho económico a costa de bienes esenciales para la población: les venden aire). En fin, se pasa un rato estupendo y se acaba con una sonrisa, lo que es un final más que aceptable.

La cuarta película tuvo mucho más calado. Meu País, película brasileña de 2011 que no creo se haya estrenado en cines españoles. Mitad en italiano, mitad en portugués (se trata de dos hermanos que después de un tiempo se encuentran tras la muerte de su padre), es un canto profundo a los valores de la familia. Me pareció una película extraordinaria. Una buena muestra de ese cine brasileño capaz de entrar a fondo en temas realmente profundos. Te toca el alma, además, pues comienza con la agonía del padre que, enseguida, te llevan a otras agonías y otras pérdidas que tú mismo has vivido. Así que la historia comienza con un nivel enorme de emocionalidad. Y luego, la historia sigue ese mismo ritmo. Para el hermano que viene de Italia con su esposa, hombre exitoso en los negocios, se abre toda una nueva perspectiva en relación a la familia. Descubre una nueva hermana, que no conocía, internada en un psiquiátrico y necesitada del apoyo familiar para no recaer. Descubre que su hermano vive una vida disipada que está arruinando las empresas que dejó el padre. Descubre, en definitiva, que la vida que él estaba llevando en Italia, pese a sus problemas, era una vida cómoda y ajena. Descubre a su familia y lo que significa tener familia. Con no pocos esfuerzos, los tres van reconstruyendo el espacio afectivo y natural que les pertenece y al que pertenecen. Y la fuerza de ese espacio es tanta que incluso su propio matrimonio y sus negocios en Italia pasan a un segundo plano. Un hermoso canto al poder de la familia.

La quinta y última una pelicula chilena del año 2011 fue, sin yo saberlo, la más divertida: ¡Qué pena tu boda! (aunque el título en inglés me pareció mucho más expresivo: Fucking my wedding). Comienza con una pregunta curiosa. ¿cuánto pesa una relación?. Todo lo que le has escrito, todas las fotos, todos los regalos. ¿Cuánto pesa todo eso que has de destruir cuando la cosa se rompe? No está mal para comienzo. La historia es bastante habitual: una de esas relaciones con picos y valles; con un embarazo intermedio, con aparición de exnovios y con alguna que otra infidelidad menor entre medias. Pero contado con ese humor socarrón chileno. Le sobran algunas lágrimas y quizás algunas situaciones poco creíbles como la de la becaria hija del jefe y salida (porque tampoco en Chile se atan los perros con longaniza). Tiene momentos gloriosos como la relación entre la pareja del gay heterosexual o el baile de los dependientes del café, al estilo de lo que sucede en EEUU. Estuvo bien. Un buen final.

Claro, con esta panzada de películas e insomnios, cuando llegué a Madrid, lo primero que busqué fueron las literas que tiene Iberia en la sala VIP. Me quedaban 5 horas hasta el siguiente avión a casa. Y me quedé frito. Menos mal que mis vecinos cabreados me avisaron que mi iPhone llevaba sonando varios minutos, sino hubiera perdido el avión. El jet lag, ya se sabe.



No hay comentarios: