A parte del misterio del título (Extremely Loud and Incredibly Close), el
resto de la película de Daldry es toda una historia. Estrenada en 2011, tuvo
varias nominaciones a los Oscars de 2011 (mejor película y mejor actor
secundario, nada menos que Max Von Sydow) y varios otros premios, incluido uno
en el festival de Berlín.
La historia protagonizada por Thomas Horn, Tom Hanks, Sandra Bullock y Max
Von Sydow, se sitúa en los terribles acontecimientos de las Torres Gemelas,
donde mure el padre de un niño hiperdotado quien cree que su padre le ha dejado
un mensaje porque encuentra un sobre con una llave en un jarrón que él guardaba
en su escritorio. Partiendo de un nombre que figura en el sobre (Black), va indagando
entre todos los Black que figuran en el listín telefónico de N.York (doscientos
y pico) si conocían a su padre y si sabían de qué podía ser aquella llave. En
su ayuda acude un huésped misterioso y mudo que se aloja en casa de su abuela.
Ésa es la historia, pero la película es mucho más profunda y jugosa. No ha
gustado excesivamente a los críticos ni a los listillos que van al cine a
comprobar si el producto que les ofrecen se parece o no a lo que ellos
esperaban. Casi ninguno de ellos ha salido contento: no es la película que
ellos habrían hecho; no es la película paradigmática del 11S; no resulta
creíble; está hecha a la búsqueda de algún Oscar. Allá ellos. A mí me ha
encantado. Cierto que acaba agobiándote un poco con tanta emoción, pero
entiendo que de eso se trataba. Y tiene cosas espectaculares.
El primer espectáculo es la figura del propio niño. Un poco repipi y sabelotodo
al principio pero una buena muestra de lo que puede ser un niño inteligente y
que lleva dentro un peso emocional tan fuerte como le sucede a él. El otro
espectáculo es el huésped mudo. Max Von Sydow borda un papel que no es fácil.
Entre la ternura, el distanciamiento y el pragmatismo resulta, al final, todo
un personaje. Vas conociendo su sistema de comunicación (izquierda sí, derecha
no). Disfrutas con las frases tan concisas con las que sabe expresar sus ideas
y emociones. Su propia pose, su forma de andar, su rostro es toda una partitura
de modalidades expresivas. No dice nada pero sabes en cada momento qué piensa y
cómo se siente. Magnífico. Tom Hanks está cordial y cariñoso, el padre que a
todos nos gustaría ser para nuestros hijos: conversaciones inteligentes,
complicidades que generan una fuerte comunicación y sintonía, propuestas
irresistibles para el niño que encuentra en él un magnífico referente para sus
altas inquietudes intelectuales (jugar al oxímoron, las palabras que se
contradicen debe ser divertidísimo). También la madre Sandra Bullock hace un
papel interesante: atractiva como siempre, cariñosa cuando todo va bien,
dolorida y perdida tras la tragedia, maternal e inteligente con el hijo que,
supuestamente, se va alejando de ella). Quizás esa parte final, donde ella se
anticipa a los pasos que va a dar su hijo es la menos creíble de todo el film,
pero resulta aceptable, sobre todo por lo que tiene de equipararse a la
inteligencia del hijo, de respetarla sin intentar dominarla.
Parece lógico pensar que cada quien va a ver la película desde su propia
perspectiva. También lo hago yo. Al final, nadie puede desprenderse de las
diversas mochilas vitales con las que va cargando: ser padre y esposo, ser
psicólogo, ser educador, ser emotivo. En este caso, las mochilas que más se
activaron fueron las dos primeras.
Identificarse con el padre y esposo que muere en un atentado resulta fácil.
Ya decía que Tom Hanks lo hace muy bien. Te gustaría ser como él en el trato
con tus hijos, haber sido capaz de hacerles propuestas tan interesantes, haber
sido capaz de crear con ellos esa sintonía que les da fuerza y despierta sus
sentidos. Es fácil después vivir su propia angustia. Es dramático cómo consigue
Daldry ir aumentando la intensidad de la angustia con esas llamadas sucesivas
desde la torre que va destruyéndose. Pero cualquiera haríamos eso: estás
perdiendo lo que más quieres y quieres tranquilizarlos y tranquilizarte. En
definitiva no quiere morir y se agarra a lo que más le ata a la vida.
Emocionante todo lo que pasa con el teléfono. Pero no es sólo eso. Lo rico de
la situación es cómo hablan de él cuando ya no está, cómo lo va presentando a
los Black que visita, cómo habla de él con el mudo o cuando se reencuentra con
su madre. Los recuerdos de un padre. ¿Qué recordarán de nosotros nuestros
hijos? En general, ya se ve, son esas pequeñas cosas que forman parte de la
vida cotidiana: cómo movía los hombros en plan interrogante, cómo saludaba al
llegar a casa, cómo jugaban a los axímoros, cómo te tocaba la cabeza. Es
curioso, son cosas casi insignificantes, que nos pasan desapercibidas. Cosas
pequeñas que integran ese gran mundo de la presencia y se mantienen, al menos
un tiempo, en la ausencia.
La otra referencia magnífica de la película es todo el juego con la llave.
La llave está llena de simbolismo en este film. Una llave que abre algo, una
llave que le llevará al mensaje de su padre. ese mensaje que no pudo oír por el
teléfono. Una llave que tiene una clave (algo lógico en una relación en la que
el ponerse retos a descubrir ha sido una de las formas de comunicarse). La
llave del misterio. Y el niño (signo de que la inteligencia está construida de
tesón y constancia) se traza un plan y lo sigue cueste lo que cueste. Un plan
digno de un chaval superdotado, con sus cuadrículas, sus sistemas clasificatorios,
su sistema de documentación y archivo de las evidencias. Pero, en realidad la
llave no lleva a ningún mensaje. Pertenecía a un tipo que guardaba allí cosas
suyas. O quizás sí tenía un mensaje, aunque de otro tipo. El mensaje de ir
poniendo en marcha su capacidad de investigar, de crear sistemas, de ir
conociendo cómo es la gente (perfecto el diálogo con su madre recordando las
peculiaridades de cada persona). La llave no abría cajas pero le abrió a cosas
y personas muy interesantes.
Bueno, pues todo esto no gustó a los críticos ni a quienes comentan el film
en internet. ¡Que les den!
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