jueves, agosto 23, 2012

POLLO CON CIRUELAS



¿Y qué hace usted estos días de calor tan insoportable?, le preguntaron a un sevillano hace unos días en la tele. Pues quedarme en casa pegaito al aire acondicionado, dijo él. Pamplona no es Sevilla pero esta tarde hacía un calor parecido. Y me fui a la primera sesión del cine. Aquí los paisanos debieron hacer como en Sevilla, quedarse en casa. En el cine no había nadie a esa hora. Como sería que, para mi desesperación y después de chuparme la calorina de esa hora, llegué casi 15 minutos tarde. La chica de la taquilla me dijo que ya no podía pasar, pero luego vino el muchacho que atiende las salas y dijo que sí, que como no había entrado nadie a esa sala (ni a las otras por lo que pude ver) me la ponía para mí. Así que tuve una sesión de cine particular. Toda la sala para mí solo y con horario personalizado.

Y así fue como me metí en la historia preciosa y original de “Pollo con ciruelas” (suena más chic en el título original: Poulet aux prunes). Es una peli francesa del 2011 dirigida por Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud y protagonizada por Mathieu Amalric, María de Medeiros, Isabella Rossellini (sólo en un par de secuencias) y Golshifteh Farahni. Todos están magníficos. Y lo mismo se puede decir de la fotografía y la música, sobre todo, la música. Por se trata de un asunto de violines. Por algo fue premiada en el Festival de Venecia 2011.

Como no he visto el trabajo anterior de Satrapi (Persépolis) me cogió de sorpresa el film y su estructura. Muy original y atractivo eso de mezclar elementos cinematográficos de diversa naturaleza como el comic y las acciones reales, la vida real y el teatro de imaginación. Hay mucho juego técnico, mucha imaginación y fantasía a lo largo de toda la historia.

Un violinista famoso, a quien su mujer le ha roto su violín (porque lo atendía más que a su familia), trata de buscar otro que lo substituya y como no lo encuentra decide que ya no merece la pena vivir y decide dejarse morir, proyecto que logra consumar a los 8 días. Todo esto aparece en la película en los primeros 5 minutos, incluido el entierro del tipo, así que enseguida te preguntas qué diablos te van a contar en los ochenta y pico restantes. Y ahí es donde la historia adquiere otra dimensión y los directores van reconstruyendo la historia del violinista enlazándola con el desarrollo de esos 8 días de preparación a la muerte. Porque el violinista, obviamente, no puede dejar de pensar en lo que fue su vida, en sus amores, en sus temores (incluida la propia muerte), en el pasado, en el futuro, en lo que quiso y no tuvo y en lo que tiene sin quererlo demasiado. En fin, suelen decir que uno en los últimos instantes de su vida hace un recorrido por lo que fue toda su existencia. Él tuvo 8 días, así que le dio tiempo a pensar y divagar con abundancia.

Es en ese recorrido autobiográfico (contado de manera muy original y sin dramatismos) cuando la historia del violinista se convierte en una historia de amor, de un amor que se hizo imposible pero que se instaló en los arcanos de su memoria junto a intensas emociones. Cada nota de su violín era un recuerdo de su amor perdido. Así que cuando pierde ese vehículo de contacto con su saudade interior pierde aquello que le mantenía vivo. Por eso es una película llena de añoranzas. Por eso el presente tiene poca importancia: su familia actual, su trabajo, su éxito solo son sucedáneos de esa otra vida interior que ha ido manteniendo a base de conciertos y notas de violín. Lo real y visible de su vida se cuenta en cuatro secuencias: pérdida de violín, desespero trágico, muerte y entierro. Lo que viene después es lo importante.

Una historia de amor en Teherán, dice el subtítulo. Y eso es, la historia de un amor perdido. Muy bien contada. Toda una lección de cine.

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