domingo, agosto 12, 2012

Nader y Simin, UNA SEPARACIÓN



No estamos (bueno, no estoy) acostumbrado a ver cine iraní. Lo más atractivo era el propio título (sonaba a problemas de pareja y enredos), y eso fue lo que me animó. A veces, aciertas, como esta vez.
La película es del año pasado, 2011. Está dirigida por Asghar Farhadi que es también autor del guión. Los actores son desconocidos entre nosotros, pero como suele suceder en estos casos son unos artistas impresionantes, sobre todo los dos protagonistas, Peyman Moaadi y Leila Hatami.  Pero, en general, todos, incluso las dos niñas, hacen auténticos papelones. Asumen sus roles con una naturalidad que en todo momento sientes que estás asistiendo a un documental más que a una ficción. Además, la fotografía está llena de primeros planos lo que hace que los personajes te resulten muy próximos y te sientas conmovido por su belleza (hermosas las mujeres, aunque lleven siempre cubiertas su cabeza con un velo; preciosas las niñas con esos ojazos tan enormes y amigables).
La historia es dura y lleva a dilemas fundamentales no solo en el desarrollo de las parejas y las familias, sino a problemáticas muy centrales del ser humano: cómo posicionarse ante la propia cultura, qué tipo de prioridades estableces en la vida, cómo construyes “tu verdad” frente a la verdad, cómo sientes el dolor de los demás, cómo te mueves en los meandros de la justicia. Y junto a ello, obviamente, las peculiaridades propias de los países árabes, sobre todo en lo que afecta al papel de las mujeres, a la forma de ejecutar la justicia, a ese barullo social en el que se mueven las relaciones, a la circularidad de las narrativas (cosas que se repiten una y otra vez, argumentos que parecen diques infranqueables, conversaciones que son soliloquios pues cada uno trata de contar su historia sin que eso afecte a lo que el otro vaya a contestar). Y una moraleja final, quizás dos. La primera tiene que ver con la construcción de la verdad, con los difíciles límites entre inocencia y culpabilidad. La segunda es más política y se refiere al deseo de abandonar un lugar como Irán y todas las contradicciones que ello genera en las personas con respecto a sí mismo y a la propia familia. Al final, en ese dilema te deja la película en la figura de la niña que debe decirle al juez con cuál de los dos padres se quiere quedar, si con su madre decidida a marcharse o con su padre resignado a quedarse para poder cuidar a su padre enfermo.
Pese a la diferencia cultural entre nuestros países occidentales y los países árabes (lo que dificulta que te puedas sentir metido en la situación porque la ves como algo demasiado ajeno y poco apetecible: probablemente a ellos les pase algo parecido cuando ven películas occidentales) las cuestiones que se plantean son todas muy universales y de una profundidad que impresiona. El amor del esposo que ama sinceramente a su esposa pero que acepta separarse de ella porque entiende que en ese momento ha de conceder prioridad al cuidado de su padre con Alzheimer, estremece. El cariño con el que trata a su padre (¡de qué manera impresionante trabaja el abuelo con Alzheimer!) conmueve y convierte su figura en un referente moral. Pero nadie es del todo bueno ni del todo malo y, también él, se ve obligado a construir “su verdad” para que un acto del que no se siente responsable no acabe arruinando la vida de su padre y de su hija. Lo mismo acontece con la embarazada que pierde a su hijo y su marido. Ellos también tienen deben construir su verdad sobre pequeñas mentiras u omisiones para salvar lo que, en su percepción, son bienes superiores.
Dejando aparte componentes culturales desasosegantes (sobre todo, en lo que se refiere al papel de las mujeres, a ese miedo que sienten por sus maridos, a la necesidad de tener que conseguir su permiso para vivir su vida), lo que más impresiona de la película es cómo se valora la verdad. Incluso, cuando deciden tergiversarla con adaptaciones interesadas, la verdad aparece como un valor sustancial en sus vidas. Un valor que nosotros hemos perdido. Uno puede figurarse cómo podría desarrollarse un juicio similar entre nosotros y, desde luego, no creo que “la verdad”, así en abstracto, tuviera el mínimo protagonismo. Cada parte se habría montado su propia historia, habría buscado a sus propios testigos a los que los abogados aleccionarían sobre lo que pueden o no pueden decir. Sería una verdad “construida”, no una verdad sentida como componente moral que uno jamás debe alterar y si lo haces, te vas a sentir mal. Una verdad que, como en su caso, a veces tienes que asumir aunque al hacerlo estés arriesgando tu propia seguridad y bienestar.
Una película que emociona. Ves mucha humanidad en la historia, mucha cordura en los personajes. Sientes el drama que cada uno de ellos está viviendo; las amenazas que las verdades de los otros pueden acarrear a tu vida y a la de los que dependen de ti. Recibió el Oscar2011 a la mejor película no inglesa y hasta más de 13 premios en los mejores festivales internacionales. Un rédito justo.

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