sábado, julio 28, 2012

Chile again



Se acabó, por esta vez, la experiencia chilena.
15 días fuera de casa es un abuso, hay que reconocerlo.  Al principio consigues superarlo mirando solo el presente. Igual que se hace cuando uno sube una cuesta, si miras al suelo donde van avanzando tus pies apenas notas que sea una cuesta. Si miras al frente, ya solo ver el repechón que has de subir, empiezas a palpitar. Así que el secreto es ir subiendo la cuesta sin pensar que lo sea. Con el tiempo pasa un poco lo mismo. Mejor no mirar mucho al frente. Y así, minuto a minuto, llenándolos como mejor puedes, va pasando el tiempo. Los viajes exigen un poco de estrategia que se va aprendiendo con el tiempo. Si comienzas a agobiarte desde el inicio por cada retraso del avión, por cada sorpresa, por todo lo que queda por delante, todo se hace eterno y acabas jodido. Mejor ir dejándolo pasar.

Bueno, pues así, entre unas y otras cosas, se fueron los 15 días. Algunos aburridos de muerte que se sobraban por todos los lados. Otros que resultaron insuficientes, tan intensa era la actividad. Y, para mí, habiendo actividad, el disfrute está garantizado. No sé, debe ser que el tiempo se me pasa volando cuando estoy haciendo algo. O quizás, que como las cosas, en general, salen bien y la gente es generosa, los aplausos y agradecimientos cubren de sobra el desgaste de lo que has estado haciendo. Pues así fueron los 15 días. Muchas cosas envueltas en tiempo.

Porque, la verdad, esta vez, el gran protagonismo de mi viaje fue realmente el tiempo. No sólo porque no hay nada que se pueda zafar del tiempo, sino que además de lo que tenía que ir a hablar era, en parte, del tiempo. Los créditos, la organización de los Planes de Estudio, los tiempos de los estudiantes. El tiempo de los otros y mi propio tiempo fueron los raíles por los que se deslizaron estos 15 días en Chile. Con cosas interesantes, como sucede siempre.

La primera es que me tocó chupar frío. Me encanta romper nuestro invierno con el verano sudamericano, pero me pone menos hacerlo al revés. Y la cosa es que salí de Madrid con 33 grados y llegué a Santiago de Chile con 3. Mucho salto para sorberlo de golpe. Pero luego, a medio día solía salir un sol  hermoso. No me puedo quejar. Y como compensación la Cordillera estaba preciosa de nieve blanca. Un espectáculo.

La segunda es que, tras una primera semana mediocre en un proyecto que, felizmente, ya hemos cerrado (también aquí el tiempo como protagonista), la cosa fue mejorando. Es interesante cómo proyectos que nacen con muchas ínfulas acaban quedándose en nada. Me enamoré de él y por eso me comprometí porque creía ver en la propuesta una voluntad institucional clara de renovar los estudios de Medicina y Ciencias de la Salud en las 8 Escuelas que componen la Facultad. Empezamos hace tres años con la presencia y el compromiso de los equipos decanales y las direcciones de los centros. Tres años después he acabado haciendo cursos para unos pocos profesores metidos con calzador y siempre con la sospecha desesperante de si acudiría alguien. Sospecha que los responsables te comunicaban compungidos “no sabemos cómo nos va a responder la gente; no son buenas fechas”. Frustrante. Pero ya acabó. Por supuesto, sin que nos hayamos acercado lo más mínimo a los propósitos iniciales. “Painting the cafeteria”. Así cuentan algunos colegas norteamericanos que acaban muchas innovaciones que se proponen altas metas: pintando la cafetería. En nuestro caso, no pintaron la cafetería; pero traen y pagan a un especialista español para que dé cursos sobre metodología de casos a docena y media de profesores. Más o menos, lo mismo.

La segunda semana fue más esperanzadora. Quizás porque, en este caso, estamos comenzando el proceso. Y porque se trata de una universidad privada con un liderazgo claro. A quienes provenimos de universidades públicas y llevamos su dinámica en el ADN académico, nos cuesta relacionarnos con las universidades privadas. No siempre es fácil entrar en su lógica porque, en ocasiones, es escandalosamente economicista. Sin embargo, en este caso me encontré con una universidad distinta. No sé si porque la universidad lo es o porque lo eran las personas con las que trabajé estos días. Me encantó estar con ellas. He aprendido mucho de su esfuerzo institucional y de su forma de afrontar el trabajo de formar a sus estudiantes. Pero lo que ha sido más hermoso es la forma cordial con que me han tratado. Han sabido mimarme durante la semana que he pasado con ellos. Y, la verdad, uno está en edad de que lo mimen. Cosa que pocas veces sucede, desgraciadamente.

Me alojaron en un buen hotel. Vino a recibirme un Vicerrector que ya no se apartó de mi lado en toda la semana (y eso, que esa semana le tocaba actuar como Rector suplente, pues el de verdad estaba de viaje). Viajamos juntos a Temuco y allí compartimos mesa y mantel en el mejor hotel de la ciudad; regresamos a Santiago y fue asistiendo una a una a todas mis intervenciones durante la semana (5), aunque a veces eran repetidas pues se dirigían a colectivos distintos. Y siempre estaba contento y siempre dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su mano para que mi estancia fuera agradable. Y que comiera bien, eso es lo peor. Pero no faltaron sorpresas agradables, como la cena en el Mesón Patagónico donde asan corderos al espeto. Lo comienzan a hacer de madrugada para la hora de la comida y los tienen toda la tarde al fuego (siempre más de 4 horas) para la cena. Lo había visto ya en Buenos Aires, pero llama mucho la atención. Y el cordero estaba delicioso, la verdad.
Muy agradable todo, de veras. Me encantó sobre manera el entusiasmo de sus líderes académicos. La forma en que viven su trabajo los decanos y decanas, los directores y directoras de carrera que fui conociendo me emocionó. Su entusiasmo, sus ganas de mejorar, su confianza en sus equipos y en sus estudiantes, si identificación con la institución. Cuando la agencia chilena evaluó la institución, uno de los evaluadores les dijo que allí había mucha “mística” y les preguntó qué pasaría cuando acabara esa mística. Es verdad que había mística. Algo que tiene que ver con el convencimiento y el compromiso. Pero no me pareció falsa ni coyuntural. No eran comerciales vendiendo sus productos. Se les notaba que creían en lo que hacían y que se sentían privilegiados por poder estar allí. Hay algunas personas así en nuestras universidades pero son pocos, demasiado pocos.

Bueno, la cosa es que han sido dos semanas largas pero ricas. De las dos he aprendido mucho. Dos semanas, con sorpresa final: resulta que mi regreso estaba pautado para el viernes 27. Yo ya contaba las horas que faltaban para volver. Pero me había equivocado, en algún momento del proceso se había cambiado la fecha de regreso retrasándola un día. La frustración fue enorme. Revolví Roma con Santiago para intentar cambiarlo pero era el día del estreno de los Juegos Olímpicos y el vuelo iba a tope con gente que viajaba a Londres vía Madrid. Pues nada otro día más. Me perdí la fiesta familiar que, con esfuerzo, se había programado para mi regreso. ¡Una putada!


No hay comentarios: