No siempre me gustan los cortos. A veces no pasan de ser puro lengüaje cinematográfico, pura forma. Y se hace difícil entrar en situación en tan poco tiempo. Pero teniendo ese título, no pude dejar de verlo. Y no me arrepentí.
Mientras una voz en off nos ponía en situación, en pantalla aparecía un salmón luchando por avanzar contra corriente, saltando obstáculos del río, siempre concentrado en la tarea de seguir adelante. Pero la historia era menos heróica y mucho más próxima y romántica.
Se trataba de una pareja que habían sido amantes en una relación con numerosos altivajos. Se habían descubierto casi sin sentirlo,en un momento muy especial para ambos. Ella se sintió fascinada por él. Él sintió que descubría en ella a alguien que le hacía más fuerte, que le permitía compartir sensaciones y proyectos. Se sentían bien juntos. Buscaban momentos de intimidad, se gustaban. Y acabaron queriéndose.
Las dificultades se fueron presentando a los pocos, decía la voz en off. Discutían mucho, se disgustaban. Al principio, incluso esas situaciones penosas acababan produciendo resultados positivos. Las reconciliaciones permitían superar sin traumas las dificultades sobrevenidas. Era mayor el disfrute mutuo que las insatisfacciones. Pero la caja de los sinsabores fue creciendo. Las peleas se hicieron más frecuentes. Ya no daba tiempo a restañar las heridas. Y cada nuevo conflicto se convertía en un pequeño infarto sentimental que dejaba su huella. Acabaron haciéndose daño y, al final, diversos disgustos en cadena acabaron precipitando la ruptura. El sentido común les hizo ver que no merecía la pena continuar con algo que provocaba más sufrimiento que satisfacciones. Y así pasaron varios meses, construyendo un nuevo espacio de relaciones neutras en el que la distancia psicológica sirviera de trinchera defensiva contra nuevas heridas.
Hasta ahí llegó la voz en off. Y ahí comienza la historia fantástica del corto. En el fondo es la historia de una rebelión. No era fácil de entender esta parte. No jugaba con los códigos de la racionalidad. Se trataba de que algo, ¿el deseo?, se había rebelado contra el sentido común.
Estaba agazapado en el hígado. Arrinconado por el peso de las evidencias racionales y la resignación de los amantes. Pero algo pasó ese día que lo hizo despertar y trazar su plan como un estratega consumado. Debería engañar al yo racional, a la parte inteligente de ambos. El deseo contra el sentido común. El ahora contra el pasado. No no era fácil.
Ella empezó a notar que algo raro sucedía desde la mañana. No pensaba lo que hacía, lo iba haciendo sin más. Se vistió de lencería roja con pantalón oscuro y blusa blanca escotada. Se recogió el pelo con un moño y se ajustó un collar de corales rojos. Era como si la moviera una fuerza interior distinta de la habitual, pero le gustó el resultado, se sintió guapa y no pensó más.
Lo de él fue distinto. Despertó sobresaltado, como si se le hubiera hecho tarde. Recordó que no había dormido bien durante la noche y supuso que le cogería el sueño ya de madrugada. Pero no estaba cansado. Al contrario, se sentía excitado y lleno de energía. No pensó mucho en lo que hacía mientras se duchaba, se vestía y desayunaba. Y, cuando iba a salir, se vió en el espejo del hall. Llevaba pantalón de tonos verdes, camisa blanca y corbata en verde oscuro con pequeños cuadritos blancos. Y una cazadora marrón. Pasaré frío, pensó, pero ni se le ocurrió volver a abrigarse más.Se sentía bien.
El día fue normal pero mejor de lo habitual. Era como si lo hubieran pintado de colores cálidos. Había más luz. La gente sonreía más. Estaba claro que era un día especial aunque ninguno de los dos sospechaba siquiera por qué. Se encontraron cuando caía la tarde. En un parque. Debía yo estar distraído porque no tengo ni idea de cómo llegaron allí. Por sus caras al verse, tampoco ellos parecían saberlo. La sorpresa se unía a la alegría. ¡Qué casualidad!, dijo él. Es verdad, contestó ella. Y añadió, ¿qué haces por aquí?. Si te soy sinceró, no lo sé, contestó, debe ser el destino que sabía que tú ibas a pasar por aquí. Y me alegro. Estás guapísima. Gracias, contestó ella. Algún indicio invisible les debió advertir que con palabras no avanzarían mucho. Las palabras pertenecen al mundo racional y ése no era un contexto propicio. Había un seto alto y detrás de él un banco. Un lugar apetecible y privado. ¿Tienes prisa?, dijo él. No. ¿Nos sentamos? Como en los viejos tiempos, dijo ella. Y se sentaron y la conversación salto al mundo de las miradas. Necesitaban descubrirse de nuevo. Y tras las miradas, unas caricias suaves, tímidas, titubeantes. No era fácil. El sentido común, el pasado, la razón seguían con su labor de zapa. Les parecía una vuelta atrás, una recaída innecesaria. El deseo debía pelear cada paso, cada momento. A veces daba la sensación de que lo había logrado y la cosa iba para adelante, pero enseguida aparecía una nube que lo retrasaba todo. Y vuelta a empezar.
Pero el cuerpo también tiene memoria. Y eso los salvó. Comenzaron a respirar más juntos. Las caricias se hicieron más atrevidas. Llegó el primer beso y, a partir de ahí, saltaron los frenos. Se entretuvieron mucho entre caricias y miradas. Saltaron los primeros botones y entraron en un cuerpo a cuerpo progresivo. El cuerpo tiene memoria, es verdad. Y las puntas de los dedos. Y la lengua. Y el olfato. El deseo se sentía bien. Ese era su terreno. Respiraron fuerte, se abrazaron e hicieron el amor con ansiedad. Las risas y el llanto se mezclaban con palabras de éxtasis, con mordiscos, con suspiros. Cuando llegaron al paraíso se iba echando la tarde, pero les dio igual y siguieron abrazados un buen rato. Sin moverse, sin hablar como si temieran romper el encanto de aquel momento infinito.
Luego se vistieron y quedaron allí sentados. Pudieron empezar a hablar pero con un lenguaje muy construido, dulce, del que no hace daño sino caricias. Se sentían bien y no querían pensar en nada más. Al deseo se le veía satisfecho, más relajado, como quien ya ha acabado su tarea.
No recuerdo nada más. Creo que fue ahí cuando fui saliendo de ese mundo mágico en el que me había metido el corto. Era como si hubieran puesto a quemar alguna planta olorosa con poder para embriagar. Eso había conseguido la historia, introducirnos en un mundo de ensoñaciones para implicarnos en la historia, para que todos convirtiéramos aquella historia en nuestra historia o en nuestro sueño.
La cosa es que cuando miré de nuevo a la pantalla, allí estaba el salmón. Ahora avanzando río abajo. Y con una divertida cara de satisfacción. Ya había cumplido su cometido. Sólo le quedaba volver de nuevo al mar, a la vida cotidiana. Seguramente, mucho menos complicada que su travesía amorosa río arriba. Pero menos interesante.
El siguiente corto era sobre el calentamiento del planeta. Pero ya me interesó menos. Demasiado calentamiento. Incluso para un día como hoy, San Valentín.
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