sábado, febrero 23, 2008

San Luis Potosí






Esta última semana la he pasado en San Luis Potosí. Como nunca había estado allí tenía una cierta expectación por saber cómo era aquella ciudad de la que únicamente me habían dicho que era "colonial". Y es verdad, junto con Puebla y algunas otras reliquias urbanas, San Luis es una ciudad preciosa que refleja la parte buena de esa herencia que los españoles dejamos por estas tierras.

San Luis es la ciudad de las mil iglesias (no son mil pero deben andar por las trescientas, en eso compite seriamente con Puebla); la ciudad de las cien placitas y de los infinitos jardines. Eso hace de ella una ciudad fantástica para pasear, para sentarse bajo árboles acogedores, para perderte por rincones en los que vas descubriendo elementos nuevos. Como han peatonalizado todo el centro resulta cómodo pasear. Han logrado, además, una iluminación magnífica de los diversos documentos, con lo cual el paseo al anochecer es como moverte en un espacio lleno de sugerencias. Por otra parte los edificios son magníficos, un buen exponente del poderío económico que debía tener esta ciudad en los buenos tiempos de las minas de oro. De ensueño.






Un poco más complicado ha sido llevar bien el tema del clima. Te despiertas a 6 ó 7 grados y va subiendo el termómetro hasta los treinta y pico para medio día. Insoportable. Y hay de tí como te olvides de una chaqueta por la tarde porque la temperatura en una hora puede descender muy bien 20 grados. Así que "o tasas o telas", como dicen en mi pueblo.






Si la ciudad es bonita y amigable, la gente no le va a la zaga. Yo no conocía a nadie de la institución a la que venía a trabajar pero me han hecho sentir como en casa. Y eso que mi careto de cansancio por el viaje ha debido durar varios días. Pero han sido comprensivos conmigo y se han portado de maravilla. Es de esos sitios en los que todavía predomina el componente personal sobre el formal, tú eres una persona de carne y hueso antes que un conferenciante extranjero. Nadie sabe lo que se agradece eso cuando se está tan lejos de casa. Uno necesita que le mimen. De un tiempo a esta parte ya solo acepto invitaciones de sitios así. Uno ya está un poco harto de ir como experto al que le tratan como si fuera un comercial que va a vender sus productos. En fín, tengo mucho que agradecer a todo el equipo de la Normal del Estado que me ha atendido tan bien.



Eso sí, he tenido que seguir luchando, como en cada viaje a Méjico con los picantes. Así que estoy de arrachera a la plancha hasta el cogote. Casi no hay donde elegir y da lo mismo que te digan que esto no pica nada, al final a mi me abrasa.






Interesante experiencia la de esta semana. Y con el broche de oro de un sábado en Puebla con la familia. Así que nada más que pedir.



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