jueves, enero 24, 2008

La fuerza del narciso.



Lo cuento como un chiste en algunos de mis cursos aquello de que “los profesores de infantil y primaria quieren a los niños; los de secundaria quieren a sus materias y los de universidad nos queremos a nosotros mismos”. A mis colegas universitarios eso suele hacerles gracia. Quizás porque todos somos conscientes de la importancia que tiene el narcisismo en nuestras vidas. Buena parte de las cosas que hacemos tienen esa motivación interna: quedar bien, que reconozcan nuestra valía, que nos admiren, que nos llamen a dar cursos y conferencias.
Cuento todo esto no como confesión personal de mi propio narcisismo, sino como prólogo a una historia que me acaba de ocurrir y que tiene bastante que ver con el asunto.
Recibo una llamada de los EEUU. En un castellano aceptable, aunque se notaba que no era su lengua madre. Me dicen que es una llamada del Who’s who, una especie de empresa, según creí entender, que publica libros de personajes importantes. Crea bases de datos con científicos relevantes de todo el mundo. Para facilitar su conocimiento mutuo, me dijo, y hacer públicos sus méritos. La primera conversación fue sólo para establecer el contacto y acordar una nueva llamada en la que la que me hablaría sería su jefa. Y así fue. A la hora acordada, llegó la llamada. Primero la secretaria y luego la jefa, que ya me anunció que la entrevista podría durar unos quince minutos (¡tela, pensé para mí, quince minutos en una llamada de los USA cuesta su pasta!). La entrevista entrevista duró mucho menos (5-6 minutos). Me extrañó que las preguntas que me hacía resultaban bastante anodinas (la empresa en la que trabajaba, mi antigüedad en ella, lo que me gustaba de mi trabajo, mis hobbyes). Poca cosa, la verdad. El resto fue para contarme de qué iba el rollo del Who’s who y sus supuestas inmensas ventajas. Yo le escuchaba arrebolado y con el narciso subido a tope (me consideraban lo suficientemente importante como para incluirme en ese listado de personajes importantes del mundo). A medida que iba avanzando la llamada (ella hablaba de diversos departamentos en la empresa, etc.) yo iba pensando que todo eso no se hacía gratuitamente (yo seguía pensando en lo que costaría la llamada) y que seguramente la tía acabaría diciéndome que todo eso que me ofrecía costaba una pasta. Y así fue,pero muy al final. “Bueno señór,usted tiene dos opciones de integrarse en el Who’s who con una cuota de 600$, la básica, o una de 700$ que incluye su fotografía”. Vaya, pensé, ya me parecía a mí que esto no era algo de una ONG, y que tampocotiene tantoque ver con mis posibles méritos. Un negocio, es lo que es. Bueno, pues hasta me convención de que era mejor la opción de los 700$. Con el narciso en plena ebullición, no era cosa de ponerse a regatear. Sonaría raro. Y al poco, me dice que para proceder al pago precisaría mi número de tarjeta de crédito. Lógico, pensé, si hay que pagar es la manera más cómoda. Y ya la estaba sacando de la cartera cuando caí del burro. Soy idiota o qué, cómo voy a dar el número de mi tarjeta por teléfono. A tomar por el saco el narciso, se desinfló todo mi autoerotismo de golpe. Un coitus interruptus. Ni siquiera un negocio, aquello era un atraco. Habían olido una presa fácil de adormecer con cantos de sirena y me habían estado engatusando hasta llegar al final.
No, señora, le dije, no puedo darle mi número de tarjeta. Nunca por teléfono. También para ella fue un golpé. Lo sentí en su tono de voz. “Pero señor, me decía, qué problema le ve, qué le está preocupando?”. Pues que yo no le conozco a usted, le dije. Sólo hemos hablado por teléfono. Y para que no le resultara demasiado personal hasta me inventé una mentira (a medias), que hacía pocos meses me habían usado fraudulentamente mi tarjeta. “Entiendo su punto, me dijo” Y me prometió que buscaría, con el departamento de finanzas, otra vía más segura de recibir los dólares. Pero desde entonces no he vuelto a saber más de ellos.
Uno sonríe cuando lee en la prensa cómo algunos han pagado cara su ingenuidad o su ambición ante trucos diversos. Pero ya te hace menos gracia cuando compruebas que has estado a punto de engrosar la cofradía de los panolis. Y sólo porque uno pierde el oremus en cuanto le cantan cuatro milongas a su narciso. ¡Qué triste!

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