lunes, enero 21, 2008

Amores madrileños.


Al rebufo de la movida madrileña de estos días (peleas entre los políticos madrileños del PP, consagración de obispos y otras menudencias) nos hemos pasado un fin de semana intenso y agradecido en la capital. Lo que pasa es que allí todo es tan grande que te enteras de las cosas sólo por casualidad. Pero Madrid es siempre interesante (sobre todo si no tienes que vivir allí). Y si te organizas bien, le sacas mucho partido. Nosotros vivimos allí 8 años, tres de la carrera y los 5 primeros de matrimonio y trabajo, y todavía, cada poco sentimos una cierta nostalgia de aquellos años y de aquella ciudad. Y allá que nos vamos, a madrileñear un poco. Lo malo de ahora es que la nostalgia te dura poco (entre dos y tres atascos) y luego ya suspiras por volver a nuestro Santiago familiar y manejable. Pero pese a que, al final, apenas hemos pasado allí un día y unas pocas horas, nos ha cundido mogollón: cena el viernes con amigos, visita a la ampliación del Museo del Prado el sábado por la mañana, comida de homenaje a nuestra Dami a mediodía, teatro por la tarde y nueva cena con amigos por la noche. Y a las 8 de la mañana del domingo ya estábamos de nuevo en el coche camino de Pontevedra, donde habíamos de llegar a comer, pues celebrábamos el San Vicente con los Vicentes de la familia. Y tarde del domingo en Santiago, con cine incluido, para que no le falte nada al fin de semana. Si decían que el ocio es no-hacer-nada, ésta debe ser otra acepción distinta del concepto. Así que menos mal que ha llegado el lunes para poder descansar un poco (si no fuera porque a las 9 de la mañana ya tengo mi primera clase).

Bueno, pero no me quejo. La verdad es que ha sido un fin de semana muy interesante. Sobre todo, porque esto de verse con los amigos de siempre es muy agradable. En Navidad, a algunos de ellos les mandé la felicitación ésa que decía que “los amigos son como los radares de la Guardia Civil, aunque no los veas, siempre están ahí” Pero no sé si eso funciona mucho. Al final tienes que verlos, charlar, discutir, enterarte de los últimos cotilleos, saber cómo les va en amores y en su trabajo, en fin, meterte un poco en su vida. Al revés del dicho, el olvido va generando distancias y, poco a poco, vas quedando al margen. Te quedas sin temas de los que hablar, sin emociones que compartir. Y la distancia acaba afectando a las posturas y a naturalidad con que normalmente puedes tocarlos, abrazarlos, coleguear.

Y eso fue lo que hicimos. Encalar un poco más nuestros afectos. Y, claro, festejar a Dami, la amiga que entra en la sesentena con la cabeza alta y el mismo brillo en los ojos que cuando la conocimos allá en los años 70. Siempre, entonces y ahora, al lado de su gran “cani”.

Estuvo bien la fiesta. Conseguimos que fuera una sorpresa, pese a lo complicado que es poner de acuerdo a casi 30 personas (¡y más de la mitad psicoanalistas!). Pero se logró con la complicidad del marido y los hijos. Ella estaba convencida de que la sacaban a comer con sus hijos y casi se marea de emoción cuando se encontró en el restaurante con toda la panda. Fue una comida, además de pantagruélica, emocionante. Muchos regalos. De esos que tienen un origen y un destinatario y vienen envueltos en intenciones. Nuestros regalos, mérito de Celia y Juan Manuel, los auténticos animadores de todo esto, estuvieron estratégicamente pensados: algo (una sesión de spa con cena incluida) para compartir con alguien (puro pleonasmo, pues el único elegible según Dami, es su “cani”); algo para compartir con todos (un karaoke, por el que suspiraba de antaño) y al que esperamos sacar mucho partido en cada fiesta que celebremos a partir de ahora; y algo para lucirlo ella (un precioso juego de gargantilla y pendientes). Pero, además de los regalos, estuvieron también los escritos. Cada uno tratamos de transmitirle nuestros sentimientos de estos treintaypico años juntos. Todos con mensajes parecidos. Que no le ha valido su estrategia, que aunque haya pretendido quedarse siempre en segundo lugar y pasar desapercibida ha sido siempre muy importante para nosotros. Que tiene, y se los reconocemos, méritos que van mucho más allá de ser “la esposa de…”. Un poder en la sombra (la nostra mamma alla quale tutti noi ci siamo affezionati tanto!) y un enorme chorro de energía, eso es lo que ha sido. Ella bebía agua para ahogar las emociones y los demás tratábamos de mirar para otro lado para disimular las nuestras.
Pues eso, otra amiga más en el club de los sesenta al que, poco a poco, nos iremos incorporando el resto, aunque algunos protestan, entre ellos yo, que no tenemos ninguna prisa. Pero los próximos, Jesús y Mari Pili, están a punto de caer. Así que suya será la próxima fiesta.

Y tras ese climax, del resto poco que decir. La ampliación del Pardo interesante pero sin hacerte soltar eso Ohh!, que yo esperaba de Moneo. Eso sí, la exposición temporal de Velazquez que está ahora es realmente excepcional. Sólo eso merece un viaje a Madrid. Y luego está el placer eterno de poderte pasear por las inmensas e intrincadas salas del Pardo tradicional. La verdad es que abruma tanto cuadro, casi no tienes para dónde mirar. Y allí sí que las exclamaciones son constantes porque se van iluminando tus recuerdos. Ese cuadro lo tuve que estudiar… ése me cayó en un examen… ése no lo conocía y es impresionante. Y luego te encuentras con situaciones interesantes, como la monitora explicando a un grupito de niños de 4 años el cuadro de las hilanderas. Pero luego cuadros y más cuadrod. Cientos, miles de cuadros. Al final, te rindes. Es imposible. No sé cómo hacen lo que se pasan días enteros y van cuadro a cuadro. Es bastante peor que ir de compras. Deben entrenar para eso. Y mira que yo me recuerdo en Londres, en una ocasión que me quedaban unas horas entre vuelo y vuelo, recorriendo el British Museum como si estuviera haciendo footing, pasaba por delante de los cuadros corriendo. La gente hasta me abría paso para que no perdiera el ritmo.

Y el teatro, una frustración. Fuimos a ver “Hay que purgar a Totó” que ya sólo por contar con la presencia de Nuria Espert parecía una buena opción. Pero qué va. “Disparate conyugal entre orinales y purgantes”, dice su cartel anunciador. Y eso es lo que es, un disparate. No me explico como Nuria aceptó protagonizar una cosa con tan poco fuste. Dicen que quería abordar algo cómico después de tantos papeles dramáticos. Pero se merecía un guión mejor, más a su altura. Una frustración. Salvo la gracia inicial del señor de la casa tratando de localizar en la enciclopedia las “islasebridas” en la “S” de Sébridas y después, con la ayuda de su mujer en la “E” de Ébridas, ya no hubo chistes aceptables. Y, efectivamente, el chaval se merecía una purga. Por bobalicón. Y los otros actores también. Me quedé al final con una duda. Los dos personajes que salen en el escena final, la esposa del cornudo y su supuesto amante, cuando les preguntan en qué trabajan, ¿dirán que en el teatro?. Porque salen dos minutos, dicen dos frases y baja el telón. Pobres. Espero que en otras obras les toquen papeles más lucidos.

Y así, como quien no quiere la cosa, hasta tuve la oportunidad (inesperada, inmerecida, indeseada) de estar presente en la toma de posesión del nuevo obispo auxiliar de Madrid. Pasaba por delante de la catedral de La Almudena y nunca había podido entrar tras su reforma. Esta vez estaba abierta y lo conseguí. Estaban en plena ceremonia. Con una inmensidad de obispos y cardenales en el presbiterio: 62 obispos, 4 cardenales y el nuncio, según las noticias. Pronunciaba su discurso de toma de posesión el nuevo obispo auxiliar José A. Martínez Camino, el actual secretario de la Conferencia Episcopal. Sólo pude oirle unas cuantas frases, pero me llegó. Se refuerzan los partidarios de ese discurso rancio y apocalíptico tan del gusto de Rouco, su valedor. Le oí decir algo así como que “resucitó el infierno y que se ha aliado con buena parte de la sociedad para atacar a la Iglesia. Todos contra la Iglesia. Buena muestra de eso es lo que ha pasado en la Sapienza de Roma estos días pasados”. En fín, no lo entiendo. Y la gente aplaudía. Me da pena escuchar cosas así. Cada día es más fuerte la brecha entre unos y otros, parece como si cada parte viviera en su mundo y se alimentara de su propia lógica. Como si el Iceberg en el que convivíamos se hubiera partido en dos y cada pieza se fuera alejando movida por corrientes contrapuestas. Una pena.

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