Ella escribía su diario con constancia. Según le oí comentar, llevaba año y pico haciéndolo y hasta la fecha no había notado nada raro. Iba introduciendo sus notas sin más precauciones que la normal autocensura: no ofender a nadie, no exponer en exceso la propia intimidad, y poco más. Nadie debía leer su diario, así que se destino era la mera autoexpresión. Por eso, nada permitía pensar que podría pasar lo que pasó. Que el diario se le rebeló. De una forma injusta, pertinaz, dolorosa.
Dejó de ser el "container" de sus palabras para pasar a ser él quien las creaba y organizaba. Hubo un momento, me dijo, en que sentí que el diario se había metido dentro de mí, que ocupó mi cabeza y comenzó a imponer sus normas. Como en un "golpe de estado" perfectamente organizado. Era el diario el que decidía sobre qué yo podía pensar. Si aparecían pensamientos poco adecuados para el diario, se eliminaban. "De eso no vas a poder contar nada en el diario", sentenciaba. Y el pensamiento desaparecía. Y no controlaba sólo los temas, también la forma en que podrían ser pensados y expresados. Para el diario, a veces, la forma era más importante que el fondo:"esto podría decirse bien con esta frase", "esa idea es demasiado compleja para escribirla así", "muy bueno eso, podría servir como final del párrafo, para hacerlo simpático". Y así día y noche. Ella estaba agobiada y no sabía qué hacer. Ya no sentía que el diario le serviera para expresar sus ideas y sentimientos. Ahora era el diario el que se había hecho fuerte y controlaba la cabina de mando de su vida. Poco a poco se había adueñadode sus momentos, de sus pensamientos, de su lenguaje. Comenzó a hablar con frases cortas. Con formas rebuscadas y provocadoras. Acabó pensado sólo en temas que pudieran figurar en su diario. Y a darles forma en función del espacio disponible para cada día. En fin, una pesadilla.
Cuando me lo contó me pareció extraño, pero no supe qué aconsejarle. Sólo me atreví a preguntarle: "oye, ¿ y has oído algo sobre si pasa lo mismo con los blogs?".
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