jueves, abril 22, 2010

Duele.


Otro día más sin él. Uno lo va aceptando pero cuesta mucho sacárselo de la cabeza. Sobre todo los pequeños detalles de las últimas semanas. Esa tensión con que todos vivíamos cada momento a la espera de sus peticiones ha hecho que se grabara a fuego cada minuto. Cama arriba, cama abajo, agua, besos, levantarle para que respirara, llevarle al sofá y luego de vuelta a la cama, sentarlo en la silla, cogerle las manos, hablarle de cosas, atender la medicación, ayudarle a comer, refrescarlo, lavarlo, cambiarlo, tantas cosas… Incluso los momentos malos eran momentos magníficos porque implicaban una intensa relación y comunión con él. Tenías que tener a cien tu nivel de concentración para saber interpretar lo que quería y, si no lo lograbas, para entretenerlo con otras cosas.
En fin, la cabeza ya se esfuerza porque entienda y acepte. Que fue lo mejor para él, que había llegado su hora y el organismo no daba para más, que la vida es así, que ahora está más tranquilo. No es difícil de entender. Pero la cabeza manda poco en estos momentos. Es el hígado el que se ha hecho con la situación. Y él es menos razonable y, además, no se siente bien. Anda la angustia revoloteando por sus terrenos como una cosa viscosa que lo va impregnando todo de desazón, de ardor. Y eso duele todo el pecho. Y no hay Almax que lo suavice. Ni que pare las arcadas de emoción que de vez en cuando surgen de dentro como las columnas de humo y ceniza que arroja el volcán de Islandia. En fin.
Convertir la angustia en sufrimiento, el sufrimiento en dolor, el dolor en recuerdo y el recuerdo en recuerdos. Ése es el proceso que debería seguir el duelo por la pérdida de un ser querido. O, al menos, así (o parecido) lo contaba un amigo en una situación similar. No son pasos fáciles de dar, sobre todo el de salir de la angustia, pero poco a poco lo consigues. Yo creo que la angustia era mayor antes de que sucediera que después. A mí, al menos, me pasó. Después vino el sufrimiento, el no poder dejar de llorar, el sentirte mal y con una desazón incontrolable que no sabrías situar en ningún sitio (no es que te duela algo) sino que te envuelve como esa niebla espesa y fría que se te mete en los huesos. También eso pasó, aunque algún episodio vuelve de vez en cuando. La cuestión ahora es cómo ir manejando el dolor y convertirlo en recuerdo. Un recuerdo lindo de lo que fue nuestra vida juntos, de los muchos momentos compartidos, de las sonrisas y los cariños. Será el arco iris de que la tormenta comienza a escampar. En ello estamos, aunque el hígado no es fácil de convencer. Él sólo repite que duele, que duele mucho. ¡Pobriño!

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