martes, abril 20, 2010

Dramática despedida




Todo en los tanatorios resulta dramático. Al menos, si tu presencia en ellos es de familiar del difunto. Primero porque él está allí y eso te llena el alma de angustia. Aquella persona que había formado parte de tu vida, que vivía contigo, que lo compartíais todo, está allí pero ya no está. Es y no es. Lo miras y vives y sientes y hablas con él como si estuviera pero lloras amargamente porque no está. Una presencia ausente desgarradora.
Y eso que ahora las funerarias hacen un papel espectacular. Y allí estaba papá con su cuerpo de siempre, mejor que siempre. Tranquilo, sosegado. Sin aquella respiración renqueante, sin aquellas flemas imposibles, sin el mal temple. Se le veía relajado, como quien ha acabado ya su trabajo y puede tomarse un respiro. Guapo.
Y en esos ratos infinitos en que solo quieres mirarle, te daba tiempo a pensar en los miles de detalles que habías vivido junto a él en los últimos tiempos. Mirabas sus ojos y te acordabas de las legañas que cada mañana le limpiabas y de las gotas de lacrimales de la mañana y de la noche. Mirabas sus orejas y recordabas los audífonos que debías colocarle y que había que guardar sin dejar las pilas puestas. Mirabas su cara y recordabas los cuidados de Raquel con su piel, y los afeitados que todos le hacíamos, o los cortes de pelo de la Blanqui. Y sus labios que había que humedecer de vez en cuando. Y sus manos, una sobre otra, esperando que en cualquier momento pudiera dar unas palmadas para llamarnos la atención, o que hiciera alguno de los gestos que poco a poco fuimos aprendiendo a entender: subir la cama, bajar la cama, darle agua, subirle a él, buscar la flema o simplemente, cogerle la mano. Tenía razón Santi cuando decía que, al final, lo que quedará en el recuerdo son “las cosicas que hemos ido haciendo por él”. En nuestro recuerdo y en el suyo. Y no son malos recuerdos. La verdad es que, incluso sabiendo que nos acercábamos al final, estos últimos meses nos han hecho más felices. Nos hemos podido sentir más esposa, más hijos y más nietos. Más suyos.
Por eso, quizás nos ha costado, nos está costando, tanto separarnos. Habíamos tenido mucha vida juntos. Se entregó a nosotros en cuerpo y alma y creo que lo hicimos bien. Al menos, hicimos todo lo que supimos hacer.
Pero los tanatorios son una inmisericorde cura de realidad. Las rutinas deben ser bastante similares en todos los casos. Gente que entra y que sale. Algunos que lloran desconsolados, otros que comentan con las visitas, otros que luchan con sus propios fantasmas. Pero ya no caben fantasías, no hay vuelta atrás. Él está allí detrás de un cristal. Pero ya no está. Y con su tranquilidad, con esa cara serena, con esa paz de quien ya superó todas las penas te está pidiendo que hagas tú lo mismo, que lo aceptes así y lo dejes descansar.
Pero es inútil, no puedes. El cuerpo que está allí y las imágenes que tu guardas en tu interior hacen un collage que trasciende la frialdad de la sala. Y acabas hablando en simultáneo con su cuerpo y tus recuerdos. Y las emociones explotan de nuevo. Y así una y otra vez hasta el beso gélido de la despedida. Dios mío, ¡que frío es el frío de la muerte!

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