martes, febrero 27, 2007

O sentido da vida

Ayer contaba que el taxista, junto con la vuelta del pago de la carrera me había entregado un papelito. Creí que sería su tarjeta profesional para volver a llamarlo si precisaba de taxi. Pero no, era un afiche pastoral sobre el “sentido de la vida”.
Ya me había pasado en Monterrey (México) una vez que estaba dando un curso en el TEC. Habíamos comenzado esa mañana y cuando llegó la hora del café bajamos a tomarlo. Coincidí en el breack con una profesora que tras los saludos ordinarios me pregunto: “Miguel, ¿cuál es tu búsqueda?”. Pensé que no había entendido bien la construcción gramatical de la frase y que me preguntaba si buscaba a alguien. Le dije que no, que estaba encantado tomando el café con ella. Pero entonces matizó la pregunta, me decía qué era lo que buscaba en la vida. Supongo que le había llamado la atención el hecho de que viajara tanto.

Bueno, la cosa tiene su miga. Como estos días ando dándole vueltas a la cosa del destino, mi pregunta es si no será que me están llegando pistas cruzadas para que realmente piense en ello, en el sentido de la vida. El papel del taxista no deja escape a elucubraciones, sus preguntas son bien directas: ¿por qué vivo?, ¿cuál es la razón de la vida?, ¿cuál es el objetivo de vivir?.

Lo malo es que luego sigue un procedimiento demasiado conocido en la oratoria clásica: de las antitesis a la tesis. Presenta varias frases negativas sobre el sentido de la vida para luego presentar la solución. Pero no es tan sencillo.

Algunas de las frases que señala son curiosas. Hay una señora (Mary Roberts Rinehart), quizás famosa, no lo sé, que dice de la vida: “un poco de trabajo, un poco de sueño, un poco de amor y todo acabó”. Menos mal que metió lo del amor, porque sino vaya panorama!. Pero hay otras frases aún más chocantes: “el alma vive aquí como en una prisión y sólo se libera con la muerte” (éste, un tal Colton, o era cura o estaba muy depre); “vivir es ser una sombra ambulante” (de lo peor de Shakespeare); “vivir significa pensar sobre el pasado, lamentarse sobre el presente y temer sobre el futuro” (éste, Rivarol, por lo menos es agudo). Y cuenta el caso de un deportista de élite: “de joven yo creía que 20 años de fama bastarían… tal vez ganar tres campeonatos y entonces, estando en la cumbre, retirarse. Después trataría de recuperar todo lo que había perdido a causa del mucho tiempo que estuve viajando… Pero ahora todo parece tan sin sentido… Aquel ansia incontrolable e conquistar el mundo no tenía freno. Y al caer enfermo uno llega a la conclusión de que ‘el deporte ya no significa nada’ y ese pensamiento es simplemente terrible”.

Bueno esto tiene su miga, he de confesarlo. Eso de que puedes pasarte la vida buscando algo que, a la postre, va a resultar sin sentido, es fuerte. Que el deportista de marras sintiera que sus viajes habían sido una pérdida que esperaba recuperar más tarde, en mi caso duele y te obliga a pensar.

Pero llegados a este punto, el panfleto da un salto en el vacío. Y se sitúa en la Biblia: “Yo soy… la vida” (Juan, 14.6) o aquello de San Pablo “para mí el vivir es Cristo” (Filipenses, 1.21). Mucho salto, efectivamente.

Quizás haya personas capaces de dar ese salto, pero forman parte de racionalidades distintas. Las preguntas que podemos hacernos sobre nuestra vida y sobre su sentido, sobre si habremos orientado bien o no nuestros pasos, sobre si nuestras prioridades están bien alineadas, etc. son preguntas racionales que pertenecen al mundo de lo cotidiano y es en él donde han de tener respuestas. Porque la respuesta, de haberla, ha de concretarse en reajustes de esas mismas cosas que uno ha analizado.

Lo otro está bien para un creyente. Pero ni siquiera a él le va a servir como respuestas a preguntas tan simples pero tan complejas como las que hacía el panfleto. Sería demasiado fácil si pudiéramos responder así.

En todo caso, la cuestión de fondo sigue ahí pendiente. ¿Tiene sentido la vida? ¿Necesitamos de razones para vivirla? Dejando de lado, la “negatividad” de los ejemplos del panfleto (cosa que me extraña siempre de los discursos religiosos y que ya criticaba el otro día al comentar El Gran Silencio), yo sí creo que la vida merece vivirse. Es mucho más que esa prisión de la que nos librará la muerte (¡Jesús, qué pensamiento tan retorcido!). Y merece la pena vivirse incluso sin religión. La vida se vive a muchos niveles. Quizás el religioso sea uno de ellos e, incluso, importante. Para mí, por ejemplo, lo es. Pero eso no quita que haya de serlo en cualquier caso y que de él se derive el “sentido de la vida”. Se cruza uno cada día con gente tan maravillosa que no son creyentes y que disfrutan de la vida, que la comparten con los demás, que nos enriquecen a todos con su presencia y sus aportaciones.

Bueno, no sé si es el destino que quiere que piense en mi vida y me manda señales o, simplemente, que al bueno del taxista que me trajo del aeropuerto se le ocurrió darme el papelito (apuesto a que para él, el dármelo forma parte del “sentido” de su vida). Y, menos mal, que no se quedó a esperar la respuesta…

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