lunes, marzo 05, 2007

Despidiendo Brasil

Aquí estoy, escribiendo en un aeropuerto, come di solito. Esta vez en el de Sao Paulo.
Estoy cerrando mi viaje a Brasil que comenzó el domingo pasado. Así que llevo ocho días brasileando aunque, esta vez, sin salir de Porto Alegre. Mucho tiempo, de todas maneras.

Ha sido un viaje extraño, difícil para mí. No me había pasado esto nunca en los 15 años que llevo viajando a este país. He sentido, desde el inicio, la vaga y amarga sensación de que se estaba cerrando mi etapa brasileña. O quizás fuera solo el estrés.

La verdad es que llegué muy cansado. Los últimos días en Santiago fueron terribles por la presión de los exámenes, el hacer las actas, el informar proyectos de investigación de varias agencias. Fue una locura. Y creí que el viaje me vendría bien como forma de desconectar de todo aquello. Así solía ser otras veces. Pero esta vez no.

Pasé los tres primeros días en el Hotel sin atreverme a pisar la calle. Hacía un calor horroroso con una humedad irrespirable. Y yo sé que si llego a un lugar y me encierro en el hotel es mi perdición. Se apodera de mí un muermo insoportable. Y eso fue. Tres días sin hablar con nadie, sin casi salir de la habitación, consumiéndome en mi propia amargura calentita.

Afortunadamente, las cosas fueron mejorando un poco los días siguientes. Comenzó a llegar la gente del Congreso y comenzaron a dar señales de vida mis amigos y amigas de Porto Alegre (quizás era su ausencia lo que más extrañaba).

El Congreso estuvo bien. Aunque, incluso eso se me hizo extrañamente pesado y cuesta arriba. ¿Será posible que a estas alturas del partido llegue a sentir “miedo escénico”? ¿Qué sienta como que no voy a saber qué decirles? Pues sí, esa sensación tuve. Claro que al final todo salió de maravilla. La primera conferencia sobre las emociones de los profesores fue excelente. Hasta yo mismo quedé satisfecho, cosa muy inusual. El taller de tres horas sobre la planificación de los contenidos en la educación infantil y series iniciales un poco más flojillo pero digno. Es decir, en lo que se refiere al Congreso no me puedo quejar.

El encuentro con los amigos tuvo de todo. Momentos deliciosos y otros bastante amargos. Pero tampoco se puede uno extrañar de eso cuando sólo te ves con ellos de año en año. La vida da muchas vueltas y cada uno va haciendo su camino como es lógico. Pero siempre es un placer encontrarlos y encontrarlas por aquí. Es una gente tan alegre, tan entusiasta, tan buena gente. Algunos son capaces de coger el avión, o hacer jornadas enteras de autobús o coche sólo por estar un rato contigo, por charlar y sofocar un poco sobre todo lo divino y lo humano. "Por matar la saudade", como dicen ellos. Y siempre con un cariño tan a flor de piel que te seduce. Muy brasileiro.

Y así nos fuimos a cenar a donde Betto. Nos fuimos a bailar al Clube da Saudade. Pudimos reir a gusto con una caipiriña en la mano. Tuve el honor de ser invitado del rector de la PUC junto con la plana mayor de la Facultad de Educación. En fin, a sentirme de nuevo como en el paraíso. Solo me faltó volver de nuevo a ver Tangos y Tragedias, pero resulta que estaban en una tournée en Portugal. Para compensarlo me regalaron un DVD con otra obra de ellos.

En fin, un viaje extraño, lleno de presagios e inseguridades, pero al que no han faltado sus momentos magníficos. Dignos de los grandes amigos con que tengo la suerte de contar por allí. Es verdad lo que decía otro de los amigos con quien más de cerca he compartido esta experiencia brasileña: Brasil es eso Miguel, una sobredosis de contradicciones que al final genera dependencia, y sólo deseas volver.

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