jueves, marzo 29, 2007

La asertividad (2)


Comentaba el otro día la grata sorpresa que había tenido al descubrir que el tema de la asertividad era mucho más complejo de lo que yo pensaba. Una sorpresa agradable, porque aunque fui educado para hacer lo contrario (evitar decir nada que pueda molestar a quien te escucha, callarte tus sentimientos, evitar los conflictos y tratar de buscar puntos intermedios cuando los haya), últimamente voy perdiendo esos límites, sobre todo en algunos temas y con algunas personas. Pero siempre he vivido con mucho agobio las situaciones en las que los demás se permitían el lujo de protestar y ser francos consigo mismos y los demás mientras yo me sentía incapaz de hacerlo. Me han hecho sentir siempre una secreta envidia, sobre todo por la alta autoestima que esa postura refleja. Y es eso, justamente, lo que vienen a señalar los defensores de la asertividad: que está muy relacionada con la autoestima. Y con la propia salud mental. También por eso se justifica la envidia.

Me ha encantado ver, además, que con toda esta historia se han ido estableciendo toda una serie de derechos de las personas. La enciclopedia virtual Wikipedia habla de 25 derechos todos ellos muy interesantes:
Derecho a ser tratado con respeto y dignidad.
Derecho a equivocarse y a hacerse responsable de sus propios errores.
Derecho a tener sus propios valores y opiniones.
Derecho a tener sus propias necesidades y que éstas sean tan importantes como las de los demás.
Derecho a ser uno el único juez de sí mismo, a experimentar y a expresar los propios sentimientos.
Derecho a cambiar de opinión, idea o línea de acción.
Derecho a protestar cuando se es tratado de una manera injusta.
Derecho a cambiar lo que no nos es satisfactorio.
Derecho a detenerse y pensar antes de actuar.
Derecho a pedir lo que se quiere.
Derecho a ser independiente.
Derecho a decidir qué hacer con el propio cuerpo y con el propio tiempo y las propias propiedades.
Derecho a hacer menos de lo que humanamente se es capaz de hacer.
Derecho a ignorar los consejos de los demás.
Derecho a rechazar peticiones sin sentirse culpable o egoísta.
Derecho a estar solo aún cuando deseen la compañía de uno.
Derecho a no justificarse ante los demás.
Derecho a decidir si uno quiere o no responsabilizarse de los problemas de otros.
Derecho a no anticiparse a las necesidades y deseos de los demás.
Derecho a no estar pendiente de la buena voluntad de los demás.
Derecho a elegir entre responder o no hacerlo.
Derecho a hacer cualquier cosa mientras no se violen los derechos de otra persona.
Derecho a sentir y expresar el dolor.
Derecho a hablar sobre un problema con la persona implicada y en los casos límites en los que los derechos de cada uno no están del todo claro, llegar a un compromiso viable.
Derecho a escoger no comportarse de una forma asertiva.

Algunos de esos derechos son obvios, con asertividad o sin ella. Pero otros son interesantes de veras: protestar cuando te sientes mal tratado; a decidir sobre tu cuerpo, tu tiempo, tus propiedades; a hacer menos de lo que eres capaz de hacer (¡qué relajante derecho!); a ignorar os consejos de los otros; a decir que no;a estar solo; a no tener que justificarse a cada paso (para mí, ya con este era suficiente para mejorar mi vida); a no tener que responsabilizarse de los problemas de los otros; a elegir entre responder o no (¿no es maravilloso?; a no tener que anticiparse a las necesidades de los demás (¡uff, qué descanso!). E incluso el último es magnífico: el derecho a no ser asertivo.
Esta bien todo esto. Seguramente mejora la vida de las personas asertivas. La cuestión está en qué pasará con los que en ese juego hacen el papel de “los otros” o “los demás”. Vamos, yo mismo.

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