lunes, marzo 19, 2007

La vida de los otros


Los fines de semana traen consigo muchas cosas, pero cuando entre ellas está el cine, cine del bueno, ya puedo decir que ha sido un buen fin de semana. Este lo ha sido por muchas razones y, entre ellas, porque he podido ver “La vida de los otros”, ese hermoso film de Florian Henckel. Creo que fue muy merecido su Oscar a la mejor película extranjera.

No tengo nada que decir de los aspectos técnicos, salvo que se trata de una maravillosa recreación de la Alemania comunista de los años 70. Tiene un ritmo muy bien ajustado que hace que no pierdas el interés durante todo el tiempo que dura. Y un tono amable muy de agradecer pues te libera de la enorme presión de lo que va sucediendo en la historia. Y los actores, chapó.

Lo que me ha interesado más, desde luego, es la temática que ha abordado. Y como sucede con las buenas películas, da para hacer de ellas múltiples lecturas. Porque la historia del film tiene mucho que ver con la represión, con el arte, con el amor, con el patrioterismo, con las amistad. Pero tiene que ver sobre todo con el poder y la libertad.

Las últimas películas que he visto hundían sus raíces en la misma cuestión: la pequeñez y la indefensión de los individuos frente al poder y a quienes lo detentan. Ellos pueden controlarte, decidir sobre lo que puedes pensar, sobre como puedes vivir. Son reflexiones terribles sobre la alienación de los sujetos. En “La vida de los otros” es el poder del Estado (aunque al final el Estado es una entelequia y son sujetos concretos los que imponen sus caprichos) a través de sus policías. Pero sucedía lo mismo en “Teresa, el cuerpo de Cristo”; allí era la inquisición y su energúmenos quienes imponían sus leyes. La cuestión es que los individuos viven desasosegados. Su vida no les pertenece. No tienen libertad porque el sistema se la arrebata. Y, al final, solo si aceptas sus normas puedes sobrevivir, pero eso ni siquiera es sobrevivir porque, al final, o te rebelas o eres un muerto vivo.

Especialmente dramático, por absurda, es el primer interrogatorio del policía al detenido. -¿Sabe usted por qué está aquí detenido?; -“No señor”; -“O sea, que está diciendo que nosotros podemos detener a cualquiera caprichosamente; ya solo por eso podríamos detenerle como difamador del sistema”. ¡Perfecto! Lo curioso es que la inquisición hacía lo mismo:”¡usted ha pecado!”; -“No señor, yo no he hecho nada”; “Usted ha pecado y sólo si confiesa podrá quedar libre”. Y obviamente, cualquier cosa que confesara servía para inculparlos.

Tremenda la sensación de control policial durante toda la película. Es como un “voiyeurismo” total sobre la vida y el pensamiento de las personas. Es como sentirte aniquilado personal y socialmente.

El otro aspecto que me ha impactado en este film es la debilidad humana. Incluso cuando la gente se quiere bien, el sistema es capaz de destruirnos hasta el punto de hacernos actuar contra lo que más queremos. Una relación amorosa que comenzó débil y herida (de nuevo el poder que se impone y obliga a la chica a entregarse al poderoso) y que parecía que se iba fortaleciendo, acaba siendo todo un mundo de traiciones forzadas. Hasta lo más íntimo, lo más personal resulta moneda de transacción para sobrevivir. Es decir, al final, el sistema consigue que te sientas sólo ante su enorme poder y que busques tu propia supervivencia por encima de cualquier otro valor.

Acaba uno con una sensación terrible. Pero como se decía en otro blog: :
“la película es una película para sentirla, saborearla minuto a minuto, plano a plano, hacia ese final antes comentado, absolutamente genial, que nos devuelve un poco de esperanza bañada en amargura” (blogdecine).

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