sábado, marzo 10, 2007

Los paréntesis

Hace unos días discutía con una amiga el tema de los paréntesis. Comenzó por ser una discusión gramatical y acabó refiriéndose a las relaciones y la vida en general. La cosa comenzó analizando mis textos en los que según ella había demasiado paréntesis. Lo que, en su opinión, rompía mucho el discurso y distraía la atención. Ya lo he oído más veces, pero me gustan los paréntesis, me ayudan a matizar o a recordar cosas que tienen que ver con lo que se está hablando en ese momento. Pero, en fin, esa fase de la discusión fue menos interesante que la segunda a la que, probablemente, ambos queríamos llegar.

Mi tesis era sencilla (y discutible, por supuesto): la vida tiene una línea de discurso central y luego muchos paréntesis. La suya (más sensata, probablemente y, desde luego más acorde con la gramática) era que lo que viene dentro del paréntesis pierde valor. En los paréntesis sólo caben, me decía, incisos coyunturales.

Mi planteamiento era simple. Yo que viajo tanto necesito entender esos viajes como un paréntesis que se abre al salir y se cierra al regreso. Es cierto que los signos del paréntesis no son muros infranqueables sino una especie de mallas que dejan filtrar algunas de las cosas (experiencias, emociones, personas) del paréntesis a la corriente central del discurso. De algunos de esos paréntesis se derivan consecuencias que son importantes para el resto de tu vida (conoces a alguien, inicias un proyecto, tienes alguna experiencia que te afecta personalmente, etc.). Así que los paréntesis y el discurso se van configurando e influyendo mutuamente.

Leía el otro día en Brasil que el único amor al que somos fieles es el “amor propio”. Y es probable que la línea central del discurso de cada vida sea uno mismo. Y que todo lo demás no pase de ser una secuencia de paréntesis. O al menos todo comience (¿o acabe?) como un paréntesis. Unos un poco más grandes y otros más ligeros. Luego, como en las carreras de los espermatozoos, sólo algunas de las cosas (y personas) logra superar el paréntesis e instalarse en el discurso.

A veces los paréntesis se multiplican. Así sucede en las vidas complicadas, supongo. Construidas por muchos momentos aislados, muchas personas coyunturales, diversas dedicaciones, pero poco discurso. Como esos oradores que se van del discurso y enredan unas cosas con otras y al final pierdes el hilo de lo que están contando (a veces, hasta ellos mismos pierden el hilo y ni saben por donde están). Para algunos, ni siquiera los paréntesis son suficientes, pues como se van encabalgando unos con otros, acaban necesitando echar mano de los corchetes. Y, ahí sí, comienza el desmadre.

Otras vidas son más sencillas. Son todo discurso con poquitos paréntesis. Todo queda claro, todo tiene una continuidad. Disfrutan de la unicidad de su mensaje. Debe ser relajado. Pero no tengo claro que sea divertido.

Tengo claro que me aproximo bastante al primer grupo. No sé si por suerte o por desgracia. A veces, hecho de menos la tranquilidad y linearidad de los segundo, pero sólo en momentos de debilidad y por poco tiempo. Es sólo un paréntesis más entre mis paréntesis.
Pensándolo bien, daría pie a un jugoso autoanálisis el preguntarnos cada uno qué (y quiénes) está en la línea central de nuestro discurso y qué (y quiénes) en los paréntesis. Aunque tengo la sospecha de que, en el fondo, toda nuestra vida no es sino un conjunto de paréntesis entre dos corchetes.

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