jueves, julio 23, 2009

Florianópolis

Era una de las ciudades de mis sueños. Muchas veces pensé que un futuro ideal, tras la jubilación, sería pasar seis meses en Sudamérica y otros 6 en España, así aprovechaba los mejores tiempos de cada uno de los hemisferios. Y, en esos sueños, el lugar donde me gustaría asentarme en Sudamérica sería Brasil y dentro de Brasil, el Estado de Santa Catarina cerquita de su capital, Florianópolis. Así que cuando me ofrecieron venir a hacer la conferencia de apertura de un Congreso no lo dudé. Aunque ya había pasado por aquí, deseaba volver a sentir las buenas vibraciones de entonces. Y aquí estoy.
Pero debe ser que mis tiempos han cambiado y también los tiempos externos. Es invierno y Florianópolis está desolado. Llueve, hace frío y todo me parece mucho más caduco y caótico de lo que yo recordaba. Debe tener razón aquel que decía que uno no debe volver nunca a los lugares que le enamoraron porque sus recuerdos pueden quebrarse como un fino cristal. Lástima, tendré que buscar otro enclave más idílico para alimentar mis sueños.
Eso no quiere decir que la ciudad deje de merecer elogios. Para los brasileños es una de las partes más bonitas de su país y uno de los centros de turismo más solicitados. Ayer me contaban que es una ciudad de unos 450.000 habitantes pero que en verano supera el millón. Eso ya deja claro su interés y atractivo. Pero visto así, como lo estoy viendo yo, desde el piso 13 de un hotel enclavado en el centro antiguo de la ciudad, desluce un poco. Pese a ello he de reconocer que el paisaje que se ve desde mi ventana es magnífico. Tengo delante de mí toda la bahía que nos separa del continente (Florianópolis es una isla), como si fuera un inmenso lago, con una cadena de montañas por la parte del continente (nuevamente esa mezcla de mar y montañas configurando un espacio de una belleza tan particular de las ciudades más hermosas). Lo caótico está en las construcciones que me rodean, viejas más que antiguas, sin orden ni concierto, ennegrecidas por la humedad, muy juntas unas a otras. También hay casas de una hermosura deslumbrante.
Quizás lo peor sea el invierno, la lluvia y el frio que te encierra en el hotel y te agota las endorfinas. El tiempo está desapacible. El viento, como estoy en un piso alto, suena constantemente como un lamento en los entresijos de las construcciones. No te apetece salir a pasear y no tienes más remedio que entretenerte mirando por la ventana y buscando los defectos de las traseras urbanas a las que da tu mirador. De todas formas, seguro que no soy objetivo.
La cosa está en que uno ya está aquí y no gana nada con agobiarse. Aún me quedan un par de días para reconciliarme con la ciudad y su entorno. A ver si alguien se ofrece de lazarillo para mostrarme lo más interesante de la región. Mientras tanto podré en cuarentena a mis sueños para que no se me desmoronen, los pobres. Ellos que veían excitados ante la posibilidad de confirma sus expectativas e ir explorando paraísos terrenales como los de la foto a los que acudir cada año. Pobres…

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