miércoles, julio 15, 2009

¡Pobre de mí!



En Pamplona, al acabar los sanfermines se canta el "pobre de mí". Es como si se acabaran unos días milagrosos, de estar entre nubes, de pasarte el día bailando y comiendo y bebiendo para volver a la cruda realidad.


Pues eso, acabaron los sanfermines y comienzan los comentarios. Este año, además, las cosas han sido suficientemente trágicas como para suscitar la polémica. El periódico de hoy trae la carta de un lector que se avergüenza de esta nueva versión del "pan y circo" con que se nos entretiene y aleja de otros problemas más relevantes. Y dice que los sanfermines necesitan que haya muertos para alimentar la liturgia del peligro y realzar el romanticismo del valor. Si los toros nunca cogieran a nadie, la cosa iría perdiendo su encanto y dejaría de atraer a los arriesgados. Suena terrible.




No es fácil entender los sanfermines. Seguramente como ninguno de los deportes de riesgo. Lo difícil es entender el riesgo, gente que es capaz de poner en riesgo su vida por hacer algo que podría evitar. Y sin embargo, cuando más fácil y cómoda nos va siendo la vida, más gente hay dispuesta a "vivir el riesgo" a través de situaciones buscadas: en el deporte de riesgo, en formas de vida compleja, en el turismo de aventura, etc. Desde un punto de vista neutro todas esas cosas entran dentro del mismo saco, creo yo. Todas tienen que ver con "la adrenalina" que despiertas, con el sentimiento que generan de "valor" en quien lo hace y de "admiración" en quien te lo ve hacer.


Pero los sanfermines, siendo eso, son mucho más que eso. Creo que es difícil de explicar para quien no lo haya vivido de alguna manera. Para los navarros es algo que llevas en la sangre. Yo salí pronto de casa para ir de interno a un colegio, pero aún así lo viví de forma intensa. Corrí el encierro sólo un par de veces porque no me coincidía bien con las vacaciones y, la verdad es que resulta de una excitación tremenda. Entonces (los años 70) había menos gente que ahora y por eso se corría con más tranquilidad, pero aún así cuando yo iba como alma que lleva el diablo me tropecé con alguien que venía en dirección contraria y le dí tal empujón para apartarlo de mí que chocó contra un escaparate y lo rompió.


Corrí más en las vacas de Los Arcos, que eran enormes y, entonces, de cuerno límpio (sin embolar). Y un día me cogió. Fue algo repentino. Yo la había visto pero había gente entre ella y yo, así que no me pareció inminente el peligro. ¡Y un huevo! En unos segundo, no sé cómo lo hicieron, los otros desaparecieron y me encontré cara a cara con aquella mole de carne y cuernos. Me miró mal y se vino directa a por mí. ¡La has cagao, miguel, pensé mientras salía volando hacía el cielo del golpe que me había dao! Tuve mala suerte y volví a caer sobre sus cuernos, así que de nuevo salí volando y esta vez con cornada incluída. Ya no recuerdo más. Después supe que fueron enseguida corriendo a avisar a mi abuela, ¡Sebastiana, Sebastiana, que a tu nieto le ha pillado la vaquilla y está en el hospital! Qué va a ser mi nieto, decía ella, si aún está en la cama. Pero sí, era yo que ya me había levantado hacía tiempo y me había escapado al encierro sin decirle nada. Me salvé por tres centímetros, me dijo el médico. Pero bueno, por esa vez, no hubo que lamentar nada. Y, obviamente, desde entonces, ya no he vuelto a correr. Por si las moscas.


Pero sí lo han hecho mis hijos. A los tres años, Michel ya corría con sus primos delante de unas vaquillas pequeñas que el Ayuntamiento de Tafalla les ponía a los peques. Corrían que se las pelaban, tanto los críos como los bichos, sin que se supiera bien quién se escapaba de quién. Si se tropezaban contigo, obviamente, te mandaban al suelo, pero no tenían malicia. Así se crearon muchas vocaciones de futuros corredores. Se te va metiendo el gusanillo en el cuerpo.


Ahora que ya veo los encierros en la tele y a 800 kms. de distancia sigo sintiendo ese fondo de emoción y añoranzas que uno siempre conserva. Todo el mundo sabe que es peligroso (ahora casi todo lo es) pero tiene esa emoción que lo hace tan atractivo. Se entiende bien que venga gente de todo el mundo a meterse en el lío. Los sanfermines son así. Es una fiesta para meterte de lleno en ella. Si te vas quedando al margen, en las orillas, acabas aburriéndote. Has de correr, bailar, comer y beber saltándote los controles habituales. Ya vendrá después el descanso. La cosa es que todo eso, tras el televisor sólo son colores atractivos y emoción congelada.


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