domingo, julio 19, 2009

Un novio para mi mujer.



Con este título no es que la cosa diera para repicar campanas. Me sonaba haber visto ya alguna película americana con título parecido. Pero ésta era argentina y eso cambiaba las cosas. Me encanta el buen cine argentino, ése que es capaz de contarte una historia y de meterte en ella como uno más. Cuando leí que era del mismo director de “No sos vos, soy yo” (Juan Taratuto), y de los mismos productores de “El hijo de la novia”, ya lo tenía claro.
Y qué decir. Pues eso, una interesante historia con esos diálogos trepidantes habituales, con esa musicalidad lingüística que los hace tan inconfundibles y con esa visión ácida de la vida y las situaciones que tan bien manejan. No suelen ser historias complejas y ésta tampoco lo es: un marido cansado de soportar a la borde de su mujer y que no sabe cómo quitársela de encima hasta que aconsejado por sus amigos propone a un seductor oficial que la enamore. El trazo grueso del argumento es simple en exceso y, probablemente, con toques machistas. Pero eso es lo de menos porque, como suele ser habitual en el cine argentino, lo interesante está en las situaciones, en el lenguaje, en la provocación, en los aderezos. Por eso es difícil de contar, hay que ir a verla.
He leído que es un film que se preparó para que se luciera Adrián Suar, actor de moda en Argentina, pero quien de veras borda su papel es ella, Valeria Bertuccelli, que está impresionante en su papel de mujer malaje y borde que se va transformando a lo largo de la historia. Ella se pasa el día en casa. No trabaja. Tampoco tienen hijos, pero escuchándola se diría que es la esclava universal. Se queja de todo, todo le parece mal, todos son unos cretinos. Es el mundo que está loco. Y así todo el día desde que se levanta hasta que se acuesta. Ése es su trabajo: poner a parir a todo bicho viviente. Y con un lenguaje sin concesiones (con mucho “orto” y mucha “concha” y mucho “coger” de por medio, que seguramente los españoles poco asiduos a lo argentino no entenderán). Así que la vida de pareja es un despropósito. Pero Tenso (Suar), es tan calzonazos que no se atreve a romper y busca una vía más indirecta: que sea ella la que lo deje, enamorándose de otro.
Y ahí comienza la aventura. Ese otro del que debería enamorarse es un ex-presidiario con un gran pedigrí como seductor. Y la verdad que lo hace bien. Uno se ríe con su estrategia pero hay que reconocer que es buena, muy buena. Lo primero que hace es facilitar que salga de casa, lo que obliga al marido a buscarle trabajo en la emisora de radio de un amigo, pero pagándole él. La verdad es que el papel le viene al pelo: tiene que hablar de todo lo que no le gusta, de lo que está mal. Le encargan un programa contra el optimismo. Como anillo al dedo le viene el programa. Se explaya a gusto. Y ahí comienza su reconversión. Sigue igual de borde, pero los halagos del seductor la van ablandando, las alabanzas del director del programa le hacen sentirse como un pavo real. Ella comienza a ser otra. Y el marido a lamentar su decisión de dejarla. Así que se van a hacer terapia de pareja (no podía faltar en una peli argentina) y ahí aparecen las miserias en las que han vivido. Magníficas las escenas de la terapia.
Te descojonas pero por dentro vas haciendo examen de conciencia.
En fin, el final resulta obvio. En el fondo no es tanto una película sobre el divorcio sino sobre la reconciliación, sobre la reconquista del ser querido.
En definitiva, una película interesante. Con situaciones muy divertidas (la fiesta en casa de los amigos con el rollo de los sagitarios es genial) y con otras en las que como decía, te hace pensar. Al final, quien más quien menos todos vivimos en pareja y todos hemos sentido, a veces, el agobio del yugo conyugal.
El “vivir felices y comer perdices”, del cuento, no resulta tan simple en la realidad. Curiosamente ayer mismo aparecía en las noticias de Yahoo una reseña de una investigación australiana con un título llamativo: "What's Love Got to Do With It" (¿Qué tiene que ver el amor con esto?). Los investigadores se plantearon cuáles eran los factores que hacen que las parejas se mantengan unidas. Desde luego, el enamoramiento no basta, según ellos. Tampoco es que haga falta investigar mucho para saber eso. Entre el 2001 y el 2007, observaron a 2500 parejas (lo que es una pasada) para identificar los factores que caracterizaban a las que seguían juntas y que les diferenciaban de las que se habían separado. Lo que cuenta la nota de prensa como conclusiones del estudio (a saber cómo las han interpretado los periodistas) es que los maridos que tienen 9 o más años que su mujer tiene el doble de posibilidades de separarse (bueno supongo que es ella, la que se separa), también los que se casan antes de los 25 años. Los hijos fuera del matrimonio (de otros matrimonios o del propio antes de casarse) también duplican la probabilidad de separarse. También cuando las mujeres quieren reproducirse mucho más (aquí el problema es saber cuánto es “mucho más”) que sus parejas. También cuando los padres de uno o de los dos miembros de la pareja se han separado es más probable que los hijos se separen. Las parejas que están en su 2º o 3er. Matrimonio (no dicen si la probabilidad de separarse aumenta correlativamente al número de bodas anteriores, pero hasta sería posible pues una vez que uno le coge el tranquillo todo va más rápido). Ser pobre (nadie lo diría, ahora que algunos no se separan porque no les da para pagarse los gastos) e, incluso, fumar son factores muy negativos.
Y eso que los investigadores australianos se quedan en cosas externas. Les falta el toque psicoanalítico y relacional de esta película de Taratuto. Si entramos en esas dimensiones más cualitativas aparecerán sin dudas muchos otros factores de separación.
Total, que lo realmente milagroso es seguir juntos. Tengo que mandarles yo unas cuartillas a estos colegas de la Univ. Nacional Australiana para darles un par de recetitas.

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