domingo, enero 17, 2021

EL DULCE SOPOR DE LA MONOTONÍA

 


A la gente de mi generación le fascinó la aparición en los años 80 de la novela de Milan Kundera, “La insoportable levedad del ser”. El novelista checo nos ofrecía una historia atractiva y llena de reflexiones sobre la vida, las relaciones de pareja, el sexo, la política, en fin, sobre las cosas que a los treintañeros de entonces nos preocupaban. Ahora que lo menciono, como cuando te hablan de alguna comida, me están entrado unas ganas locas de volver a leerla.

Pero, en fin, lo de la levedad viene a cuento hoy con este vivir casino y monótono al que se van reduciendo los días. Es terrible esa sensación de que pasan los días sin que pase nada más. Es verte levantándote como siempre, rellenando las horas entre paseos, quehaceres irrelevantes y comidas y volver de nuevo a la cama. Y es en ese momento, al acostarte, cuando se te hace evidente la situación: “¡ostras, allá se fue otro día más!”. Casi sin enterarte. Y ayer fue lo mismo. Y mañana será parecido. ¡Dios!. Y si eso sucediera cuando te sobran días que malgastar, aún tendría un pase, pero es que ya los tenemos justos, más bien escasos. ¡Como para malgastarlos…! Un agobio, la verdad.

Los expertos nos hablan estos días del “cansancio pandémico”.  Dicen que es el que provoca esa molicie desmotivadora, esa sensación de falta de energía que te coloca en posición de stand by. Mi suegro nos decía hace ya años que, para gastar menos gasolina, la mejor manera de conducir un coche era no cambiar mucho de marchas, hacer las mínimas maniobras posibles y, desde luego, nada de parar y arrancar. Más o menos, como vamos llevando ahora esta vida de semi-confinación: con el piloto automático, en modo ecológico para gastar menos, y tratando de no hacer esfuerzos ni movimientos bruscos que puedan atraer al virus.

Siempre me ha llamado mucho la atención la reacción de los animales recogidos en los zoos y en los acuarios. Ese progresivo deterioro de su comportamiento hasta llegar a ritualizarse repitiendo constantemente los mismos movimientos de una forma casi automática: el león que da constantemente vueltas a su jaula o los peces que rotan circularmente sin parar en su pecera. Esquizofrenia situacional. Algo parecido debe pasarnos a nosotros con esta historia del confinamiento. Tengo amigos que cuentan que durante el confinamiento se ponían a caminar por el pasillo de su casa al que llegaban a dar ciento y pico vueltas sin parar, como autómatas. Como leones enjaulados. Intentando matar los demonios.

 Y lo peor de todo es que acabas cogiéndole gusto a ese estado de cosas. El síndrome del hospitalismo trasladado a la vida hogareña. Cualquier esfuerzo comienza a hacérsete cuesta arriba. Esas rutinas del no hacer nada acaban conformando tu zona de confort y ya no hay quien te mueva a salirte de ellas. Aprovechas que lo de fuera es peligroso y te apoltronas en esa dulce quietud de la vida doméstica. Que le coges gusto, vamos. Y ahí mueres para la vida activa. Para la vida, sin más. La RAE, al hablar de monotonía, pone el ejemplo: “el tono monótono del orador acabó durmiendo a la audiencia”. Pues eso. Algo así como lo que cuentan de los camarones, que se cabrean y saltan cuando los echas al agua fría, pero se van acomodando a medida que el agua se va templando. Y esa es su perdición, porque esa quietud cómoda les llevará a no enterarse de que cada vez el agua está más caliente y que poco después hervirá y ahí ya no habrá vuelta atrás. Uff…

Bueno, ya está. Una mala noche la tiene cualquiera, pero es que me veo extrañamente cómodo en este permanente día de la marmota. Siempre igual, rutina tras rutina. Y con el bozal puesto, y con los tiempos marcados y con los espacios perimetrados. O te agobias o te acomodas. Y me estoy acomodando. Y el agua está cada vez más templadita. Señor, señor…!

 

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