miércoles, enero 03, 2007

El baño turco

No hay turista que vaya a Estambul que no lleve entre sus propósitos visitar (y recibir) un baño turco. Por supuesto, ésa era también nuestra intención. No fué fácil encontrarlos. Ya quedan pocos en la ciudad. Fuimos al de Galatasaray.
Fué el segundo día de nuestra estancia allí. Era una casa antigua, situada cerca de una ruidosa calle peatonal pero fuera del paso de la gente. De hecho daba un poco de apuro quedarse sólo por allí. Pero allí fuimos. Los hombres teníamos una entrada. Las mujeres otra, algo alejada. Y como no sabes muy bien lo que pasa dentro y no entiendes una papa de lo que te dicen en turco, es como si fueras a una aventura con fantasías de todo tipo, desde masoquistas (a saber qué te verías obligado a hacer) hasta eróticas (quién sabe si los baños turcos serían algo parecido a los baños caribeños o tailandeses ofrecidos por bellísimas bailarinas del vientre).
La primera impresión fue bastante más decepcionante. Todo hombres, y el más joven rondaría los cincuenta y tantos. Eso sí, vestidos con una toalla en la cintura o con un traje de baño. Lo que significa que mostraban sus barrigas generosas y sus piernas potentes. Pero una vez dentro, no hay marcha a trás. Y allí fuí.
Pagué religiosamente mis 58 liras (unos 30 €), recogí la toalla que me ofrecieron (toda la comunicación se hacía por gestos) y me dirigí obediente a la minisala individual de cambiarse donde había un catre y unos zuecos de madera que el viejete que me conduzco hasta allí señaló con el dedo para que me los pusiera. Me cambié, me puse los zancos, cubrí mis zonas pudendas como pude con la toalla y salí a la pequeña sala interior, toda de marmol, donde había una fuente central rodeada de sillas y con los camerinos de cambiarnos alrededor.
De ese hall me pasaron a dos salas más allá donde había una amplia plataforma en el centro, elevada como un metro del suelo. Todo en marmol, también aquí. Echaron sobre la plataforma una toalla, me pusieron una especie de cojín para la cabeza y me indicaron que me tumbara. Entre el vapor de la sala y el calor de la plataforma en la que estaba se trataba de que comenzara a sudar. Al rato entraron otros dos chicos alemanes e hicieron lo mismo, tumbarse en la plataforma. Allí cabríamos como 10 ó 12 personas. Allí pasé casi 45 minutos. Como estoy acostumbrado a las saunas, no me pareció demasiado caliente. Supongo que hasta me dormí un rato.
Luego vino mi masagista. Lo dicho: 50 y pico años, unos 90 kilos, gran barriga, brazos fuertes, piernas sólidas y una sonrisa un poco coñera. Me sacó de la salá y me pasó a otra similar a ésta, también todo en marmol pero con grifos en los laterales y una especia de pila bautismal junto a cada grifo (de los grandes de antes). Había también una camilla y allí me mandó tumbarme para el masaje. Tenía mucha fuerza y fué un masaje duro, sin comtemplaciones. A mí me gustan así. Sólo que lo hacía todo demasiado rápido. Y en la mitad de la operación, paró y se dirigió a mí diciendome si masaje OK, por supuesto, le dije yo, very OK. Y entonces me pidió una propina para él por buen masaje. Estando allí en pelotas poca propina podía darle y supuse que se refería al final. Me cortó el buen rollo pero, claro, le dije que OK (nuestra riqueza de vocabulario común no era muy elevada, como se ve). El siguió, me clavó los codos en la espalda redujo sensiblemente mis dos hernias discales a fuerza de presión y me mandó darme la vuelta. Ya se me caía hasta la toallita que yo mantenía enrollada y salvando mis zonas sensibles. En eso fué muy cuidadoso. Él mismo la colocó de nuevo en su lugar y continuó su tarea de amase. Casi no había comido ese día, lo que fué bastante conveniente para facilitar la presión en la barriga. Pasó como quien mira para otro lado por los genitales y se entretuvo en las piernas y pies, cosa que le agradecí pues llevaba tres días andando como loco.
Acabado el masaje pasamos al lavado y rastrillado. Me mandó sentar en uno de los rincones junto a una de las pilas y los grifos. Aquello estuvo bien. Se enfundó la derecha en un guante de crin y comenzó a restregarme por todo el cuerpo (zonas tabú a salvo, por supuesto). Hizo un gesto de complacencia cuando me mostró la cantidad de escamas que se desprendía de mis hombros y brazos. Dicen que esa es la parte importante de los baños turcos, que es cuando te hacen un "peeling" por todo el cuerpo. Estuvo bien, la verdad. A cada poco te iba echando por encima grandes cantidades de agua con una jofaina.
Y tras ese baño, otro más, esta vez de un jabón muy suave que te pasaba por todo el cuerpo con un paño empapado. Él mismo me levantó la toalla (que se había reducido ya a la mínima expresión entre tanta mojadura) y con un gesto inconfundible me animó a que hiciera yo lo mismo con la entrepierna (las chicas comentaron después que en su caso, las matronas que las masajearon no tuvieron reparos en hacer ellas todo el trabajo; se ve que los hombres somos en eso más pudorosos, aunque yo, la verdad, se lo agradecí). Y, durante todo el tiempo, no paraba de echar agua a pozales para que fuera escurriendo el jabón.
De allí a la ducha. No sé si me dijo si la quería tomar o que tenía que tomarla pero me atuve a seguir su dedo y meterme en la ducha. Todo lo anterior había sido con agua caliente o templada, pero amigo, la ducha era con agua fría. No sé si grité o simplemente perdí el sentido, el caso es que todo el soporcillo que había ido acumulando a lo largo de aquella hora de calor y toquiteos se evaporó en el acto.
Ya iba para mi cubículo cuando me cogió por banda otro personaje similar al anterior. Éste venía armado de varias toallas. Me quitó la mía chirriada y me puso por la cintura una seca. Lo hizo bien, la verdad. Luego cogió otra, la volteó en el aire para que cogiera vuelo y me la puso como si fuera una capa cubriéndome la espalda. Y luego otra más en la cabeza como la que se ponen las mujeres al salir de la ducha. Y me pidió propina para él, claro.
De allí nuevamente al hall de entrada donde me ofrecieron una de las sillas del centro de la sala para que reposara un poco y me tomara un té. No quise el té pero me quedé sentado un ratito. Como estaba sólo no daba para comentar nada pero hubiera sido entretenido compartir las sensaciones de la experiencia. Diez minutos más y ya estaba yendo a vestirme de nuevo.
Ofrecí, un poco molesto eso sí, una propina a quien me había dado el masaje (en el fondo todos los que me habían llevado de un sitio para otro me miraban como si fueran acreedores) y salí en busca de mi mujer que estaba en la zona femenina.
Fué una buena experiencia. Quedas un poco molido, pero muy relajado. La verdad, no es que un masaje así te ponga mucho, de modo que las fantasías eróticas no se cumplieron (aunque cuando uno lo cuente después puede adornar literariamente el proceso y convertirlo en una experiencia cuando menos triorgásmica, por aquello de los tres baños). Pero merece la pena pasar por el trance. No se puede ir a Estambul y venirse sin un baño turco.

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