lunes, enero 22, 2007

La masai blanca

Queríamos ver Babel pero resultó imposible. Nos decidimos por La Masai Blanca. Una historia de amor y de dolor, rezaba la propaganda. Y eso ha sido, desde luego. Y basada, además, en una historia real, según los créditos.
Tiene cosas muy interesantes la película. De esas que te hacen pensar. Primero te identificas absolutamente con la protagonista. Todos quisiéramos vivir esa gran aventura loca. Conocer a alguien, enloquecernos, seguirle a un modelo de vida que representa nuestros ideales. Quienes hemos vivido vidas convencionales tenemos ahí dentro de nosotros como un vacío. ¿Quien no ha soñado a lo largo de su vida en uno de esos amores locos, o en una entrega absoluta a los demás en algún país pobre (yo, que viví mi infancia no lejos del Castillo de Javier, en Navarra, siempre pensé que seguiría sus pasos y me iría de misionero, en mi caso al Perú), o enrolarse en una comuna hippy, o en una ONG solidaria? Si la aventura, como en este caso, iba adobada de amores locos (y, se supone, que sexo igualmente loco) la opción resulta, ciertamente, irrechazable. Y eso fué lo que hizo Nina Hoss, la protagonista de la historia.
Sólo, que pronto se puede comprobar que no hay aventuras gratuitas. Siempre tienes que pagar un precio. Tanto más fuerte cuanto más has idealizado la situación. Y, en todo caso, es un precio siempre excesivo. La asimetría de la relación era demasiado fuerte, incluso para dos personas que aprenden a quererse.
Y como al principio te has identificado con ella, luego vives las contradicciones de la relación como si te estuvieran pasando a tí. La frustración, el deseo, la distancia cultural, la impotencia ante lo que sucede, la pasión mantenida, la ternura de la hija, el miedo, los celos. Todo se va juntando y creando una tela de araña de la que parece imposible salir. Ella lo consigue en un final poco creible, pero que te devuelve el sosiego.
Y al salir, los comentarios y sensaciones. Las personas no cambian. Incluso partiendo de situaciones y mundos tan diversos, resulta muy difícil cambiar al otro. Ella siguió con sus ideas, con su comercio, con su forma de ser y relacionarse con los demás. El siguió con sus costumbres, con su forma masculina de ver el mundo (incluidas las mujeres, el sexo, el trabajo, la relación). Claro que de ahí al comentario personal se pasa fácil: "y si no, fíjate en nosotros mismos: tantos años juntos y, si lo analizamos, apenas hemos cambiado nada de cómo éramos".
A mí me llamó mucho la atención, el sufrimiento de el masai (Jacky Ido). Se le resquebraja su mundo. Trata de adaptarse a esa blanca preciosa que le ha hechizado y se diría que lo va consiguiendo. Pero en el fondo de él está en ebullición el inconsciente colectivo en el que ha crecido. Y cada poco aparece como si fueran fumatas de un volcán semidormido. Pero ella no se da cuenta de eso. Respeta poco los sentimientos del otro. Le parecen poco racionales sin entender que ella está aplicando una racionalidad ajena a aquel mundo. Y al final, la más irracional y destructiva de todas las emociones, los celos, hace que pierda definitivamente la cordura. Pero quizás se podría haber evitado llegar a ese punto.
Otros dos personajes que te azuzan son la otra europea en Kenia (Katja Flint) que parece perdida. Ella también debió llegar allí siguiendo a su gran amor y buscando su aventura. Pero lo único que quedó fué la resignación. También la figura del sacerdote misionero es chocante. Muy pragmático. Renunció a ser transgresor con la cultura local para poder sobrevivir. Pero tras tantos años allí, tampoco parece que consiguiera grandes cosas. Me gustó su realismo pero te disgusta esa aceptación excesiva de las cosas tal como son. En comparación con ambos, uno casi vuelve a identificarse con la protagonista. Al menos ella trató de luchar y cambiar las cosas.

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