Fin de semana sin mucho que comentar (salvo que ganó el Osasuna y, eso, a estas alturas es casi como que te toque la lotería). No sabría decir si eso es bueno o malo (lo de que haya poco que comentar, lo del fútbol, por supuesto, es magnífico). Como tuvimos visita de la señora migraña (la puñetera le da por presentarse los sábados, sólo por joder), hubimos de reconfigurar nuestros planes y disponernos a un par de días hogareños. Por otra parte, también apetecía algo así pues al otro lado de la ventana caía el diluvio universal. ¡Qué granizada espectacular, el domingo por la mañana!. En 10 minutos quedó la calle blanca como si hubiera nevado, y los coches aparcados en la acera no gritaban por puro pundonor ante la pedregada que se les vino encima. Hasta las gaviotas se fueron a refugiar en los aleros y los portales.
Pues eso.Un fin de semana un poco atípico, pero agradable. Eso sí, yo que era el sobreviviente no prescindí de mi paseo a la veira del mar: extraordinario de puro salvaje estaba el sábado. Y, por supuesto, me di una panzada de cine doméstico. Aproveché para ver “La muerte de Jesse James” (que estuvo bien, pero pertenece a ese estilo de cine lento y duro que te deja desazonado) y “Juegos Secretos”, película muy interesante y actual (sobre el tema de la pederastia, lo que quedaba bien reflejado en el título inglés: “Little Children” y muy confuso en el español) y que te mantiene en tensión. Además trata muy bien el tema, mostrando cuanto tiene de tópico y de contradicciones.
Pero la peli del fin de semana, la oficial, ésa de ir al cine y sentarte en tu butacón y tragarte tres o cuatro juramentos contra los indeseables de las filas de al lado que comen ruidosamente sus palomitas, ésa fue “La noche es nuestra”. Hacía sólo dos días que se había estrenado en España. Creo que nunca había estado tan actualizado en cuanto al cine. Además, eso de comprobar que ya has visto todas las buenas películas en cartel (las que tenemos en Santiago, que tampoco es para echar las campanas al vuelo) te sube la moral.
Pues lo dicho, allá nos fuimos a “La noche es nuestra”, peli de James Gray que cuenta una historia policíaca relacionada con la droga y las mafias rusas. La protagonizan dos hermanos, uno de ellos policía de prestigio Joseph (Mark Wahlberg) y el otro Bobby (Joaquin Phoenix) una especie de vivalavirgen que dirige una sala de fiestas de moda en la que corre la coca y otras diversiones poco legales a discreción. Ambos constituyen una especie de dicotomía fraterna (el bueno y el malo), que su padre, otro policía al mando de la Comisaría, se esfuerza en resaltar siempre que puede. Lo que pasa es que como es habitual el malo tiene una novia espectacular (y aquí cualquier adjetivo que pudiera utilizar se quedaría corto, ¡qué tía!). Pues nada, entre ellos 4 y unos cuantos malos de las mafias rusas de la droga, se construye una historia con muchos frentes y con lecturas muy diversas. Según me he podido enterar ése es el estilo que le gusta emplear a Gray cuando construye sus thriller: bucear dentro de los personajes para intentar explorar sus emociones. Así se combina bien la acción externa propia de estas películas con la movida interna que vive cada uno de sus personajes. Y, en ese sentido, es una película memorable. Y te mete mucho en la historia.
Al final, con lo que te quedas es con una hermosa y dramática historia de amor fraterno. Daba la impresión al inicio de la historia que ambos estaban en posiciones irreconciliables, que se despreciaban como hermanos y que no tenían nada en común. La situación era aún más dramática para Bobby pues, en su caso, incluso tenía en contra a su padre. Pero los acontecimiento se precipitan y los sentimientos, los más profundos van apareciendo. Y los hermanos son hermanos y acaban en perfecta comunión. Y el padre es el padre. Y ese cariño (con momentos verdaderamente dramáticos, en los que resulta imposible evitar las lágrimas) acaba impregnándolo todo.
Lo dicho, un canto a la familia y al poder transformador de sus vínculos. Un canto a Nueva York, sobre todo en sus barrios bajos pero también en sus zonas de lujo (creo que el equipo de la película pasó los 10 meses del rodaje en los barrios más conflictivos para contagiarse del particular elan vital que transmiten esas zonas). Mucha lucha entre buenos y malos (los malos que, con frecuencia, además de malos son bastante tontos pues los sorprenden con facilidad). Y en medio de todo ese fregao de sentimientos y tiros, las curvas infinitas de Amanda (Eva Mendes) que, ya desde el inicio del film (por cierto, vaya comienzo en plan “chicos pónganse las pilas que esto va a ponerse duro”) te transportan a otros sueños menos agresivos pero no menos intensos.
Pues eso.Un fin de semana un poco atípico, pero agradable. Eso sí, yo que era el sobreviviente no prescindí de mi paseo a la veira del mar: extraordinario de puro salvaje estaba el sábado. Y, por supuesto, me di una panzada de cine doméstico. Aproveché para ver “La muerte de Jesse James” (que estuvo bien, pero pertenece a ese estilo de cine lento y duro que te deja desazonado) y “Juegos Secretos”, película muy interesante y actual (sobre el tema de la pederastia, lo que quedaba bien reflejado en el título inglés: “Little Children” y muy confuso en el español) y que te mantiene en tensión. Además trata muy bien el tema, mostrando cuanto tiene de tópico y de contradicciones.
Pero la peli del fin de semana, la oficial, ésa de ir al cine y sentarte en tu butacón y tragarte tres o cuatro juramentos contra los indeseables de las filas de al lado que comen ruidosamente sus palomitas, ésa fue “La noche es nuestra”. Hacía sólo dos días que se había estrenado en España. Creo que nunca había estado tan actualizado en cuanto al cine. Además, eso de comprobar que ya has visto todas las buenas películas en cartel (las que tenemos en Santiago, que tampoco es para echar las campanas al vuelo) te sube la moral.
Pues lo dicho, allá nos fuimos a “La noche es nuestra”, peli de James Gray que cuenta una historia policíaca relacionada con la droga y las mafias rusas. La protagonizan dos hermanos, uno de ellos policía de prestigio Joseph (Mark Wahlberg) y el otro Bobby (Joaquin Phoenix) una especie de vivalavirgen que dirige una sala de fiestas de moda en la que corre la coca y otras diversiones poco legales a discreción. Ambos constituyen una especie de dicotomía fraterna (el bueno y el malo), que su padre, otro policía al mando de la Comisaría, se esfuerza en resaltar siempre que puede. Lo que pasa es que como es habitual el malo tiene una novia espectacular (y aquí cualquier adjetivo que pudiera utilizar se quedaría corto, ¡qué tía!). Pues nada, entre ellos 4 y unos cuantos malos de las mafias rusas de la droga, se construye una historia con muchos frentes y con lecturas muy diversas. Según me he podido enterar ése es el estilo que le gusta emplear a Gray cuando construye sus thriller: bucear dentro de los personajes para intentar explorar sus emociones. Así se combina bien la acción externa propia de estas películas con la movida interna que vive cada uno de sus personajes. Y, en ese sentido, es una película memorable. Y te mete mucho en la historia.
Al final, con lo que te quedas es con una hermosa y dramática historia de amor fraterno. Daba la impresión al inicio de la historia que ambos estaban en posiciones irreconciliables, que se despreciaban como hermanos y que no tenían nada en común. La situación era aún más dramática para Bobby pues, en su caso, incluso tenía en contra a su padre. Pero los acontecimiento se precipitan y los sentimientos, los más profundos van apareciendo. Y los hermanos son hermanos y acaban en perfecta comunión. Y el padre es el padre. Y ese cariño (con momentos verdaderamente dramáticos, en los que resulta imposible evitar las lágrimas) acaba impregnándolo todo.
Lo dicho, un canto a la familia y al poder transformador de sus vínculos. Un canto a Nueva York, sobre todo en sus barrios bajos pero también en sus zonas de lujo (creo que el equipo de la película pasó los 10 meses del rodaje en los barrios más conflictivos para contagiarse del particular elan vital que transmiten esas zonas). Mucha lucha entre buenos y malos (los malos que, con frecuencia, además de malos son bastante tontos pues los sorprenden con facilidad). Y en medio de todo ese fregao de sentimientos y tiros, las curvas infinitas de Amanda (Eva Mendes) que, ya desde el inicio del film (por cierto, vaya comienzo en plan “chicos pónganse las pilas que esto va a ponerse duro”) te transportan a otros sueños menos agresivos pero no menos intensos.
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