A falta de playas practicables, hemos aprovechado el Jueves Santo para un encuentro de familia en el Pazo de Vilaboa. Una maravilla de restauración. De esas construcciones palaciegas en granito, nuestros pazos, con que sorprende Galicia a cada poco. Y de regreso a casa, aprovechamos para ir a ver Seda, la película de François Girard que estrenaron ayer.
Tengo una adoración especial por la novela de Baricco, Seda, en la que está basada la película. De hecho, siempre que puedo se la recomiendo encarecidamente a mis colegas pedagogos (debería ser nuestro libro de cabecera) para mejorar nuestros escritos que, en términos generales, son infumables. Se aprende mucho con Seda: frases cortas y claras, que narran acciones largas. Sorprende que su autor sea un italiano, idioma que se regodea en bucles lingüísticos y párrafos infinitos (o quizás sea que quienes escriben así son los pedagogos italianos, no sé). El caso es que yo había acabado de leer El Médico de Noah Gordon cuyo protagonista va buscando la mejor escuela de medicina y eso le lleva a Alejandría, un viaje infinito y lleno de dificultades. En realidad buena parte de la novela es ir siguiéndole en su viaje. Y cuando la acabé, comencé con Seda. También se trataba de viajes en busca de gusanos de seda a Japón. Pero la estrategia narrativa era absolutamente distinta. Con Baricco el personaje salía de Francia y en tres líneas ya se había plantado en Japón. ¡Qué maravilla, pensé! Con qué pocas palabras puede describirse un viaje enorme y complejo. Desde entonces me enamoré de Seda. Así que, verla anunciada en el cine ha sido irresistible.
Y está bien. El lenguaje cinematográfico reproduce muy bien esa combinación extraña de celeridad (también en la película el protagonista se planta en tres minutos en Japón) y lentitud (en toda la descripción morbosilla de los sentimientos, de los desnudos, de la relación entre los personajes). Se diría que se hacen desaparecer las distancias para detenerse en los sentimientos. De todas maneras, un argumento como éste, permite ir presentando los paisajes maravillosos por donde va pasando el enviado francés: centroeuropa, los países balcánicos, la China y Japón; desde los desiertos africanos del primer viaje a las montañas euroasiáticas, los grandes lagos y ríos, las nieves eternas de las montañas rusas, los paisajes extraños del Japón. Y, claro, el precioso jardín francés lleno de lirios blancos con que el protagonista (Michael Pitt) trata de compensar a su esposa (Keira Knightley).
El argumento es interesante. Un joven exmilitar, recién casado, al que envían a buscar huevos de seda para reponer los cultivos que se han perdido por causa de una extraña peste que ha afectado los gusanos de la seda en toda Europa. Viaja primero a Africa pero también ha llegado allí la enfermedad. Y eso les obliga a ir a buscarlos a Japón. Allí conoce a una geisha, la amante de su protector, de la que se enamora perdidamente y a la que busca en cada nuevo viaje. En resumen, una buena mezcla de viajes y afectos. Eso le da oportunidad al director de mezclar dos narrativas, la épica y descriptiva (con una fotografía brillante) y la más intimista basada en los diálogos, las miradas, las obsesiones que los personajes van expresando (el poder, el amor, la maternidad, la seducción, la muerte).
Cuando leí la novela me pareció que predominaba el tema de los viajes. Ahora, la película se ha decantado más por la dimensión sentimental y romántica de la historia. Eso es Seda, una historia de dos amores intensos interpuestos por miles de kilómetros.
Entre otras muchas, dos cosas merece la pena destacar en la película. El choque inicial con la cultura japonesa. Muy interesante, aunque el personaje del protagonista lo lleva bien. Me encantó la conversación con el jefe japonés, Hara Jubei, que luego se convierte en su protector y más tarde en su enemigo por celos. El japonés le pregunta ¿quién eres? Y el francés le empieza a contar que es francés, que estaba en el ejército y lo dejó para venir a comprar huevos de seda a Japón. “Eso no es quién eres, le dice el japonés, eso es tu trabajo”. Perfecto. Hay un test de personalidad que hace una pregunta parecida para saber dónde pone cada uno su identidad, sobre qué la construye.
Y, desde luego, todo el contenido romántico de la historia. Tantas ausencias y regresos llenan el clima del film de una tensión emocional que quienes viajamos mucho conocemos bien. Y entre tanto trajín, algunas perlas como la frase que le dice ella en una de sus llegadas: Soñé que habías muerto y ya no quedaba nada hermoso en el mundo. Precioso, ¿no?. Y el final de la película es espectacular. Como una de esas explosiones finales en los fuegos artificiales, cuando dejan los mejores fuegos, los más espectaculares, para la traca final. La carta de amor final es todo un espectáculo, de una sensibilidad escalofriante. Y conocer su autora toda una guinda con la que se cierra una historia preciosa. Me sigue encantando Seda. También en el cine.
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