Un fin de semana “especial”. Viaje a Pamplona para ver a los papis y, a la vez, celebrar con mi hijo Michel su cumpleaños (31 tacos) a base de chuletones gallegos y empanada especial. Como mis hermanos son carnívoros por condición genética, creo que disfrutaron mucho de los placeres de la carne. Y todos lo pasamos muy bien, como siempre que nos reunimos. Ojalá sigan durando mucho estos encuentros. No importa que el viaje sea pesado. Lo importante es que regresas con nuevas noticias y la tranquilidad de haber reajustado tus seguridades. A veces, las cosas hay que verlas y sentirlas así en el cuerpo a cuerpo, en los abrazos, en el mus, en el ver comer, en la conversación. Total, que vuelves con energía para otras tres o cuatro semana, hasta que los recuerdos se vayan desdibujando y precises un refresh urgente.
Los 700 y pico kilómetros de regreso se hicieron cortos. La radio estuvo especialmente amena ayer domingo. Sobre todo, hicieron un programa en Radio Nacional sobre el lengüaje políticamente correcto y los eufemismos que fue una delicia. Así que salimos a las 8 y pico de Pamplona y ya estábamos a la hora de comer en Santiago.
Y por la tarde cine, por supuesto. Acababan de estrenar Los Falsificadores, oscar a la mejor película extranjera y Sémici de planta al mejor actor. Así que no había duda.
He leido en alguna parte que no se mereció el oscar a la mejor película extranjera, que se la dieron por la influencia del lobby judio. No lo sé, porque no conozco las otras que competían, pero desde luego es una grandísima película. Stefan Ruzowitzky, el director, ha facturado un gran film. A lo que se ve, tomó la historia de la novela The Devil’s Workshop. Una historia que narra un hecho real de la segunda guerra mundial en la que los nazis reunen en un campo de concentración a un grupo de judios especialistas en trabajos que permitirían imprimir billetes falsos: libras esterlinas y dólares. Lo lograron con las libras esterlinas (los rótulos finales del film señalan que por una cantidad enorme, tres veces la reserva del Reino Unido) pero no así con los dólares, por el sabotaje interno que algunos presos aplicaban para no favorecer al ejército alemán.
Impresionante el escenario. En realidad todas las películas que tratan el tema del genocidio son perturbadoras. Demasiada ruptura de la racionalidad. La película recuerda en muchas ocasiones a la Lista de Schindler. En realidad, todo el film se desarrolla dentro de un barracón aislado del resto. Pero, así y todo, te pasas las casi dos horas que dura, con el alma en vilo.
Magníficos los actores. Sobre todo Karl Markovics. Logra una mezcla perfecta del delincuente habitual y bohemio que disfruta con la vida de regalo que se puede permitir con sus falsificaciones, del jefe de grupo cuyo objetivo es sobrevivir sin pensar en nada más y, al final, incluso del hombre quemado que empieza a vislumbrar que hay cosas por las que merece la pena luchar, sobre todo por tus compañeros. Su stone face (esa cara de tipo duro y malvado) le sienta bien y él la humaniza. En eso me ha gustado más que el personaje que interpreta Bardem en No es un país para viejos (también duro y frío pero con menos vida). Y, en general, todo el reparto hace papeles muy creíbles, llenos de matices y de humanidad. Otra película coral que te va atrapando en las distintas dimensiones y vivencias que va presentando.
Tiene muchas cosas esta película que te golpean constantemente. Ya no es sólo la facilidad con que alguien puede pegarte un tiro. Es decir, esa sensación de que tu vida no vale nada (todos los personajes viven la experiencia sintiendo la necesidad de vivir pero con la conciencia de que al final los matarían). La alienación absoluta: tú no eres tú, eres un objeto prescindible que los nazis utilizan a su antojo.
Y el dolor. Ese dolor que se refleja en la cara de los personajes. Un dolor en grado máximo, desgarrador. El padre que descubre en los pasaportes de desecho los de sus hijos. El marido que se entera que su mujer también está en Auschwitz. El enfermo que ha de acultarse para que no lo maten. En fin, todo es un dolor que abruma. Y pese a todo no te impide seguir la historia con interés. Al final, eso sí, sales con un peso encima importante.
Pero de todo lo que sucede en el film, lo que más me afectó fue el dilema moral presente. Como lo vivían algunos de los presos, no tienes más remedio que entrar en él e identificarte con unos u otros. ¿Qué puedes hacer en un contexto así: colaborar para que no te maten o renunciar a la vida para evitar los males que tu acción pueda tener (en este caso, que los nazis se hicieran con más dinero y mantuvieran la guerra)?. No es fácil, la verdad. Hay que tener mucha fuerza de voluntad y mucho coraje para renunciar a vivir. La idea de sobrevivir a cualquier precio parece lo más evidente. Sin pensar en nada más. Pero hay personas con la visión suficiente como para poder sobreponerse a esa necesidad. Con el agravante, además, de que eso puede que acasione la muerte de los que le rodean. Un dilema en toda regla.
Y luego, el propio papel de los alemanes. Otro dilema de narices. Lo recordaban esta semana pasada con respecto a los militares de Argentina, en los momentos de la represión. Los torturadores, decían algunos testigos, eran personas normales que llegaban por la tarde a su casa y jugaban con sus hijos pequeños, hacían el amor con su esposa, salían a cenar con los amigos. Durante el día habían estado masacrando rebeldes, torturándolos, quitándoles la vida. ¿Cómo compaginar ambos mundo? Se producía como una especie de esquizofrenía, decía la doctora que analizaba algunos casos. Ellos lograban hacer dos compartimentos estancos en su vida: el trabajo y el resto de la vida. Soy psicólogo pero no logro entender ese proceso. Me parece demasiado perverso. Pero lo mismo me sucede con los terroristas, o los violadores, o con torturadores de cualquier tipo. Son malformaciones tan extremas de la psicología humana que resultan difíciles de entender.
Ese juego de alemanes buenos y malos también aparece en el film. Y el comandante del grupo de falsificadores le lleva una tarde a su casa y le muestra a su esposa (ella sí con pinta de estúpida y queriendo demostrar con la visita del preso que las cosas en el campo de concentración no son tan malas como dicen) y sus hijos. Y le habla de su ilusión con respecto a la educación de los niños (rubitos, perfectos). Es un padre modelo que tiene un trabajo duro.
Y en ese contexto tan cargado de emociones, una música perfecta. A veces con toques clásicos. Otras veces con tangos rasgados en formato minimalista. Y el mar, como metáfora del mundo abierto, libre, expansivo. La otra cara del barracón oscuro y acongojante.
Los 700 y pico kilómetros de regreso se hicieron cortos. La radio estuvo especialmente amena ayer domingo. Sobre todo, hicieron un programa en Radio Nacional sobre el lengüaje políticamente correcto y los eufemismos que fue una delicia. Así que salimos a las 8 y pico de Pamplona y ya estábamos a la hora de comer en Santiago.
Y por la tarde cine, por supuesto. Acababan de estrenar Los Falsificadores, oscar a la mejor película extranjera y Sémici de planta al mejor actor. Así que no había duda.
He leido en alguna parte que no se mereció el oscar a la mejor película extranjera, que se la dieron por la influencia del lobby judio. No lo sé, porque no conozco las otras que competían, pero desde luego es una grandísima película. Stefan Ruzowitzky, el director, ha facturado un gran film. A lo que se ve, tomó la historia de la novela The Devil’s Workshop. Una historia que narra un hecho real de la segunda guerra mundial en la que los nazis reunen en un campo de concentración a un grupo de judios especialistas en trabajos que permitirían imprimir billetes falsos: libras esterlinas y dólares. Lo lograron con las libras esterlinas (los rótulos finales del film señalan que por una cantidad enorme, tres veces la reserva del Reino Unido) pero no así con los dólares, por el sabotaje interno que algunos presos aplicaban para no favorecer al ejército alemán.
Impresionante el escenario. En realidad todas las películas que tratan el tema del genocidio son perturbadoras. Demasiada ruptura de la racionalidad. La película recuerda en muchas ocasiones a la Lista de Schindler. En realidad, todo el film se desarrolla dentro de un barracón aislado del resto. Pero, así y todo, te pasas las casi dos horas que dura, con el alma en vilo.
Magníficos los actores. Sobre todo Karl Markovics. Logra una mezcla perfecta del delincuente habitual y bohemio que disfruta con la vida de regalo que se puede permitir con sus falsificaciones, del jefe de grupo cuyo objetivo es sobrevivir sin pensar en nada más y, al final, incluso del hombre quemado que empieza a vislumbrar que hay cosas por las que merece la pena luchar, sobre todo por tus compañeros. Su stone face (esa cara de tipo duro y malvado) le sienta bien y él la humaniza. En eso me ha gustado más que el personaje que interpreta Bardem en No es un país para viejos (también duro y frío pero con menos vida). Y, en general, todo el reparto hace papeles muy creíbles, llenos de matices y de humanidad. Otra película coral que te va atrapando en las distintas dimensiones y vivencias que va presentando.
Tiene muchas cosas esta película que te golpean constantemente. Ya no es sólo la facilidad con que alguien puede pegarte un tiro. Es decir, esa sensación de que tu vida no vale nada (todos los personajes viven la experiencia sintiendo la necesidad de vivir pero con la conciencia de que al final los matarían). La alienación absoluta: tú no eres tú, eres un objeto prescindible que los nazis utilizan a su antojo.
Y el dolor. Ese dolor que se refleja en la cara de los personajes. Un dolor en grado máximo, desgarrador. El padre que descubre en los pasaportes de desecho los de sus hijos. El marido que se entera que su mujer también está en Auschwitz. El enfermo que ha de acultarse para que no lo maten. En fin, todo es un dolor que abruma. Y pese a todo no te impide seguir la historia con interés. Al final, eso sí, sales con un peso encima importante.
Pero de todo lo que sucede en el film, lo que más me afectó fue el dilema moral presente. Como lo vivían algunos de los presos, no tienes más remedio que entrar en él e identificarte con unos u otros. ¿Qué puedes hacer en un contexto así: colaborar para que no te maten o renunciar a la vida para evitar los males que tu acción pueda tener (en este caso, que los nazis se hicieran con más dinero y mantuvieran la guerra)?. No es fácil, la verdad. Hay que tener mucha fuerza de voluntad y mucho coraje para renunciar a vivir. La idea de sobrevivir a cualquier precio parece lo más evidente. Sin pensar en nada más. Pero hay personas con la visión suficiente como para poder sobreponerse a esa necesidad. Con el agravante, además, de que eso puede que acasione la muerte de los que le rodean. Un dilema en toda regla.
Y luego, el propio papel de los alemanes. Otro dilema de narices. Lo recordaban esta semana pasada con respecto a los militares de Argentina, en los momentos de la represión. Los torturadores, decían algunos testigos, eran personas normales que llegaban por la tarde a su casa y jugaban con sus hijos pequeños, hacían el amor con su esposa, salían a cenar con los amigos. Durante el día habían estado masacrando rebeldes, torturándolos, quitándoles la vida. ¿Cómo compaginar ambos mundo? Se producía como una especie de esquizofrenía, decía la doctora que analizaba algunos casos. Ellos lograban hacer dos compartimentos estancos en su vida: el trabajo y el resto de la vida. Soy psicólogo pero no logro entender ese proceso. Me parece demasiado perverso. Pero lo mismo me sucede con los terroristas, o los violadores, o con torturadores de cualquier tipo. Son malformaciones tan extremas de la psicología humana que resultan difíciles de entender.
Ese juego de alemanes buenos y malos también aparece en el film. Y el comandante del grupo de falsificadores le lleva una tarde a su casa y le muestra a su esposa (ella sí con pinta de estúpida y queriendo demostrar con la visita del preso que las cosas en el campo de concentración no son tan malas como dicen) y sus hijos. Y le habla de su ilusión con respecto a la educación de los niños (rubitos, perfectos). Es un padre modelo que tiene un trabajo duro.
Y en ese contexto tan cargado de emociones, una música perfecta. A veces con toques clásicos. Otras veces con tangos rasgados en formato minimalista. Y el mar, como metáfora del mundo abierto, libre, expansivo. La otra cara del barracón oscuro y acongojante.
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