¿Qué decir en días así? No se puede. Te comen las emociones. Te resignas a sobrevivir en ese piélago de calamidades que se van acumulando sin darte un respiro. “Son rachas, malas rachas que llegan de vez en cuando”, me dice mi hermano Rafa. Pero ha sido mucho, demasiado. Y no he podido racionalizarlo. No he sido capaz de contarlo. Quedará en el blog como ese hueco enorme rodeado de destrozos que deja un obús cuando estalla en los países en guerra.
Y no es solo ese martilleo lejano pero constante de las guerras inhumanas que no cesan. Un recuento diario de destrucción y muertos inocentes. Ya eso, de por sí, desazona; pero a ese fondo desolador se han ido añadiendo figuras más próximas y dolorosas: la muerte de Vicente en Julio, los trombos persistentes de mi hermano, el tumor de mi mujer en agosto que nos ha tenido en vilo y de bajón hasta hace unos días en que la operaron, mi propia intervención coronaria del lunes pasado, en fin… una cadena de obstáculos difícil de transitar sin caídas ni rasguños. Y llegados a esta orilla del oleaje, nos llega la inundación asesina de Valencia con más desastre y más muertos. Malos días, la verdad.
En ese llover sobre mojado, la sensación que te queda es de que realmente la vida es bien poca cosa. Un bien tan valioso, tan único y, al final, tan vulnerable. Lo que ha pasado estos días en Valencia me tiene agobiado. Una mala decisión apresurada, una mala reacción puede costarte la vida. Estas pobres personas que decidieron salvar su coche pensando que les daba tiempo, o que se apresuraron para llegar a casa y estar con la familia, o que quisieron cruzar la calle para ponerse a salvo… y no pudieron porque el agua inmisericorde se los llevó. ¡Qué angustia todas esas personas que pasaron horas agarradas a un poste, o subidos en el capó de su coche, o encima de algo, pero sabiendo que en cualquier momento una racha más fuerte de agua los arrastraría sin remedio! Cuanta angustia en todas esas horas en que casi nadie sabía qué iba a pasar, hasta dónde llegaría el agua. Los escuchas ahora contarlo en la radio y no puedes por menos que llorar en tu interior y sentir vicariamente algo del infinito agobio que ellos y ellas pudieron sentir.
En fin, han sido (y siguen siendo) malos días que vamos capeando como podemos. La vida sigue, es verdad, pero es difícil de disipar ese sentimiento de que ya nada va a ser como antes, que es un nuevo escalón cara debajo.
“Pues sí que estás jodido, sí”, suspira el blog. Ni te lo imaginas, le he dicho yo. No te creas que no he escrito más por desidia, ¡qué va!, ha sido pura impotencia. No me salían las palabras, no sabía contar lo que sentía. O quizás sí hubiera podido hacerlo, pero preferí ni siquiera intentarlo porque lo que no podía, en manera alguna, era hacer público el inmenso agobio que bullía en interior mi interior. Así fue que mis arritmias camparon a sus anchas. Y menos mal que lo que no dejé nunca es de caminar y así fui matando los demonios que me acosaban. En cualquier caso, querido blog, estoy contento de volver a escribir. Quizás sea la mejor expresión de que ya toqué fondo y puedo empezar a recuperar vitalidad. ¡Toquemos madera!
No hay comentarios:
Publicar un comentario