miércoles, noviembre 06, 2024

JORDANIA (2): Madaba. Monte Nebo. Petra pequeña. Visita nocturna a Petra

 

La segunda jornada turística de nuestro viaje nos llevó a Madaba y el Monte Nebo. Esta vez, llevando con nosotros las maletas pues haríamos noche en Petra. Así que nos quedaba por delante un largo día de viaje (más de 400 kms.)

Iniciamos el viaje en Madaba, la ciudad de los mosaicos (ya solo se hacen mosaicos en Italia y en Jordania, nos decía barriendo para casa Habibi) que conserva el primer mapa mosaico de Tierra Santa. Quizás la vocación por el mosaico de Madaba se deba a que su periodo de esplendor coincidió con la presencia  de los bizantinos. El mosaico se encuentra en la iglesia ortodoxa de San Jorge y allí nos fuimos.  Resulta interesante ver cómo se refleja en una cartografía artística la narrativa histórico-religiosa de los hechos y movimientos que se nos han transmitido sobre Tierra Santa.


 

De Madaba nos llegamos al Monte Nebo, un impresionante mirador ocupado inicialmente por una familia de beduinos a los que los franciscanos se lo compraron por 500 dinares y convirtieron en un punto clave de las peregrinaciones y del turismo desde el que se dice que Moisés pudo contemplar Canaan, la “tierra prometida” a la que debía llevar a sus tribus judías. Es cierto que se ve un enorme territorio, ahora casi todo yermo (tiene poco que ver con aquella promesa de “tierra rica de leche y miel”), por el que cruzan el río Jordán hasta llegar al mar muerto. Teníamos calima en el horizonte y eso impedía ampliar la visión (en días claros, nos decía Habibi se puede ver hasta Jerusalen). Se veía el mar Muerto, pero  esa experiencia la teníamos reservada para la despedida del último día.

En el Monte Nebo estaba el santuario con un hermoso mosaico que representa (Habibi dixit) en cuatro líneas de figuras el antes y después de la venida de Cristo: las dos primeras son imágenes sangrientas, representación de guerra y caza; las dos siguientes son imágenes de vida normal y pacífica, animales pastando y personas y animales trabajando. Las guías lo describen de una forma más neutra y prosaica.

 Comimos en un local dedicado al mosaico en el que pudimos ver la minuciosidad con la que se trabaja ese tipo de productos artísticos. Es un proceso complejo que se inicia laminando piedras de distintos colores, láminas que después hay que ir dividiendo en teselas mínimas para (las hay desde un tamaño manejable hasta otras microscópicas que hay que trabajar con lupas). Todo artesanal y, por ende, caro. Pero las cosas que tenían eran realmente espectaculares. En el mismo local estaba el restaurante y allí pudimos degustar otra comida jordana, no demasiado diferente a las anteriores, pero estaba rica.

Tras la comida, tomamos rumbo a Petra y nos fuimos adentrando en el desierto. Los desiertos son como son, pero en el caso jordano se parecen poco a nuestras imágenes habituales. Había muchas montañas, formadas por rocas multiformes, moldeadas por el frío y el agua. En realidad, toda esta zona fue en su momento una plataforma marina y estuvo cubierta por el agua. La textura de las rocas es desigual y con unas vetas que se van deshaciendo antes que otras y eso les da una configuración muy particular y, ciertamente, hermosa.

Y así llegamos a Petra pequeña, un lugar que servía de punto de descanso y cobijo para las caravanas que transitaban en la ruta de la seda. Y toda la hermosura genérica del desierto se convirtió en una llamarada artística y epatante que nos deslumbró. Hermoso de veras por las formas de las configuraciones rocosas, por los volúmenes, por el color ocre brillante, por el juego de pesadez y volatilidad que transmitían, por los desfiladeros entre acantilados enormes que te engullían, por las cuevas excavadas en las paredes, por la sensación de poder que la naturaleza transmitía. Fue una experiencia fantástica. Nos costó salir de allí, pero hubimos de hacerlo porque cierran.

 Petra estaba cerca y llegamos pronto para tomar posesión del hotel, cenar algo y salir para la visita nocturna a Petra. Esta visita nocturna era un extra, pero casi todos la contratamos porque nos habían comentado que era una experiencia muy interesante. El  camino estaba marcado por unas luces a ras de suelo  (unas bolsas de papel con tierra y en ella una vela encendida: es decir, fuego real que, sin embargo no quemaba las bolsas de papel). Las había a cientos pues el camino a recorrer era largo (1600 ms. de ida y otros  tantos de vuelta por zonas oscuras de todo). No veíamos el entorno, así que experiencia era más personal e íntima, lo  que cada quien iba sintiendo al caminar entre rocas enormes y desfiladeros que imaginabas enormes. La ida se hizo bien, aunque nos relajamos en exceso y llegamos a la plaza de los tesoros cuando estaba ya casi repleta. Era un espectáculo impresionante con centenares de luces distribuidas por la plaza. Nos costó encontrar silletas vacías, pero, al final las conseguimos y allí nos sentamos esperando que se iniciara el espectáculo. Tardó en iniciarse y lo que hubo fue innecesariamente frustrante: alguien tocando música árabe con una flauta de esas de madera que parecen más de juego infantil que de concierto profesional; otro que cantó tonadas árabes que después repetía con una especie de violín local, algo que parecía música religiosa por el tono monocorde y repetitivo; y el presentador que hizo un recorrido (todo en inglés, claro) por los diversos nombres que ha tenido Petra a lo largo de la historia. Como se trataba de crear un ambiente nocturno y de intimidad con las solas luces de las velas del suelo, no se veía a los intervinientes. Inmerecidamente pobre, repito, pues el lugar y la situación permitían presentar un espectáculo de luz y sonido fantástico. El regreso  al  hotel ya no fue tan llevadero como la venida y aunque a trancas y barrancas fuimos alcanzando ell autobús de regreso al hotel.


 

IMPRESIÓN DEL DÍA

La gran impresión de hoy ha sido Petra pequeña. Esa polifonía de volúmenes, tonos, formas que una naturaleza exuberante ha sido capaz de configurar. No sé cómo será la Petra grande, pero me parece casi imposible que pueda superar este espectáculo. No me extraña que los antiguos atribuyeran todo esto a sus dioses: es todo tan grandioso, tan integrado en el conjunto que pareciera que haya habido  un proyecto inicial al que cada rincón, cada pieza iba acomodándose.

Más que una visión,  algo que se ve, es una emoción, algo que se siente, que te emociona y te hace sentir pequeño ante una naturaleza tan grande y tan hermosa.

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