jueves, noviembre 07, 2024

JORDANIA (3): Petra.

 

El gran día de nuestro tour ha llegado. Claro que tras la visita a Petra pequeña y el paseo de ayer por la noche, la sorpresa ha quedado algo mitigada, pero bueno ver el paisaje que nos rodea sigue siendo igual de alucinante. Las montañas pétreas que nos rodean parecen dibujadas por el viento, el agua y la arena. Es un paisaje espectacular que te lleva a imaginar lo que debió ser en su momento el fondo marino de un gran océano.

Petra, la capital del reino de los nabateos, fue reconocida en el 2007 como una de las maravillas del mundo. Como comenta con acierto la guía Anaya que manejo, esta “ciudad roja” (por el color ocre que lo tiñe todo) es una combinación feliz de la capacidad artística del hombre con el  enorme poder modulador de la naturaleza.


 

Se inicia el paseo en un paraje abierto que es el cauce seco de un torrente.  Es como si se nos permitiera iniciar la excursión con una mirada expansiva y horizontal que se irá poco a poco tornando más restringida y vertical. En el camino  nos vamos encontrado con monumentos sucesivos, los cubos, la tumba de los obeliscos, el triclinio. Pronto se llega a una  angostura entre elevados acantilados que los nabateos utilizaban para cobijarse cuando eran atacados. Pese a lo angosto del pasadizo uno se sigue encontrando con maravillas tanto humanas como naturales, sobre todo de estas últimas con juegos de luces y sombras provocados por el entresijo de montañas que van aproximando y alejándose jugando con sus volúmenes. Imposible dejar de hacer fotografías de cada nuevo encuadre o posición. Tras el desfiladero natural se llega a la plaza central, la puerta del tesoro que es donde ayer se hizo el espectáculo nocturno. Es una especie de punto de encuentro de inmensos grupos de turistas. Difícil moverse  en la plaza entre los transportes, los dromedarios, los guías explicando a sus grupos y todos ellos buscando encuadres favorecedores para fotografiarse y asegurar su  recuerdo.

Tras un tiempo libre para disfrutar de aquel entorno, seguimos el paseo por el cardo máximo, pudimos admirar el teatro, caminamos por la avenida de las columnas  con los restos del mercado y algunos templos, dejamos a la derecha el monte de las tumbas  y llegamos a la iglesia bizantina y, posteriormente, al palacio de la hija del faraón (Qasr alBint), el primer edificio que aparece ya construído y no como excavación en la roca. Se ascendía por  una escalinata hasta la plataforma del templo rodeada de hermosas columnas.


 


Y así llegamos al lugar donde almorzaríamos. Para la sobremesa había quedado la subida al Monasterio por parte de los más osados. Fue la primera cura de realismo para muchos de nosotros, entre ellos yo mismo, a quienes las fuerzas o las condiciones físicas hacían poco recomendable el sobreesfuerzo  de los ochocientos y pico escalones para acceder al monasterio de la cima. Existía la posibilidad de subir en burro, pero tampoco parecía una opción atractiva. Nos vamos haciendo mayores y aunque uno siempre tiene la  tentación de engañarse, nos pudo el temor a las consecuencias de una temeridad tan desproporcionada. Juan Manuel sí se animó y, aunque según cuenta la subida la hizo bien y con fuerza, al descender le dio un bajón que a punto estuvo de dar con él en el suelo mareado. Le ayudaron y logró subirse a un burro que penosamente cargó con él hasta abajo. Pero llegó  con las manos desechas de tanto agarrarse al arnés del burro pues tenía la sensación de que a cada agacharse del burro para bajar al siguiente escalón iba a salir disparado por encima de la cabeza del animal.  Y así ochocientas veces. Un martirio.


 

El regreso a la entrada fue ya fácil. Ya conocíamos el camino y pudimos ir refrescando los las imágenes y comentarios de Habibi durante la ida. Fue como un repaso escolar. Nosotros aún alcanzamos a añadir la visita a la ladera de las tumbas con fachadas y excavaciones realmente asombrosas. Elvira volvió a perderse. No se animó a subir a las tumbas y quedamos en encontrarnos en la plaza del tesoro, pero cuando llegamos allí ella no estaba. Nuevo estrés preguntándonos a dónde se habría ido. Y lo que pasó es que ella siguió adelante sin darse cuenta que ya estaba en la plaza. La encontré casi ya al final del camino y extrañada ella misma de lo lejos que quedaba la plaza. En fin, llegamos al final con tiempo suficiente para tomarnos en el centro de visitantes un fantástico granizado de limón y menta que nos disipó la tensión y nos devolvió la energía consumida en el  paseo.

Después lo de siempre: autobús, hotel, cena, sobremesa y a dormir. Un día estupendo en Petra. Y mañana al desierto de Wadi Rum.

IMPRESIÓN DEL DÍA

La impresión de ayer en Petra pequeña se ha mantenido también hoy en la Petra grande. Ha sido todo un espectáculo en un estado de sorpresa mantenido durante toda la jornada porque tras cada monumento o punto de parada para admirar algo, llegaba el siguiente que te mantenía en el  mismo nivel de  asombro. Ha sido un paseo  hermoso, un descubrimiento permanente. Si en Petra pequeña te enamoraba la naturaleza, en la Petra grande no es solo la naturaleza sino esa combinación entre naturaleza y arte humano.  Lo  humano está muy presente en cada rincón, en cada templo o tumba.

Lo  humano está,  también, en el propio caminante que se adentra en Petra. Ya no es simple contemplación.  Petra exige esfuerzo personal: tienes que recorrer largas distancias; tienes (si puedes) que ascender a alturas medias y altas; tienes de moverte por zonas de sol y zonas de sombra con lo que ambos entornos pueden significar en un contexto desértico. Tienes, por tanto, que reconoce tus posibilidades y dilucidar dónde pones tus propios límites. Para mí ha sido una experiencia interesante, una cura de realidad, el tener que asumir que no podía arriesgarme a ascender al monasterio y que eso forma parte del aceptarme tal como soy ahora.

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