Bueno, mi trabajo en Sao Paulo ha concluido. Yo quisiera creer que con éxito. Nunca hasta ahora me había tocado dedicar tantos libros. Se hizo una cola inmensa de quienes querían mi firma en su libro de diarios u otros míos. El curso sobre diarios estuvo bien. No sobresaliente. Salió mejor en México, por ejemplo, porque era mucha menos gente y eso permitía hacer el trabajo más práctico. En todo caso el viernes estuvo mejor. Trabajamos sobre los sistemas de registro que estaban empleando diversas escuelas y eso hizo que la cosa fuera más dirigida a la práctica real. Ellos hablaron de su experiencia y yo les aporté primero mis comentarios a su trabajo y después hice una conferencia sobre el tema. El sábado estaba planteado como un “Seminario Internacional de Educación con el educador español MIGUEL ZABALZA” Así rezaba la propaganda. ¡Qué riquiños! Hasta le hacen sentirse a uno importante. El caso es que había ciento y muchas personas (algo extraordinario en San Pablo me dijeron, y más ocupando 8 horas del sábado).Lo hice lo mejor que pude, la verdad. Procuré que escribieran (primero cosas más banales y descriptivas y, poco a poco, cosas más personales), que leyeran lo que habían escrito, que estuvieran implicadas. Y ahí echamos el sábado. 8 horas trabajando sobre el tema de los diarios. Creo que les gustó (o eso comentaban). La cuestión es si habré animado a alguien a escribir su diario. Ojalá.
Pero lo que quisiera destacar aquí es lo bien que uno se siente en estos lugares. Venía sin conocer a nadie de los que me habían contactado. Creo que supieron de mí por la editora del libro de diarios. Me recogieron en el aeropuerto con un cartel con mi nombre. Podía resultar, por tanto, cualquier cosa. Pero han bastando dos días y es como si los conociera de toda la vida. Sientes enseguida ese aprecio y cariño especial que se transmite por mil vías: las miradas, los gestos, la conversación distendida y sobre cualquier tema, los roces, las bromas, el trato. Son unos magníficos anfitriones, con una inteligencia social que no he dejado de admirar desde que pisé por primera vez Brasil . A veces vas a sitios (nunca en América) donde sientes que, bueno, te han contratado para que hagas un trabajo y eso esperan de ti sin más condiciones, que cumplas tu contrato. Y todo queda en un plano formal y distante. Pero aquí no. Se desviven, sientes que te quieren (o por lo menos hacen que te sientas querido, que no es exactamente lo mismo pero también tiene su mérito) y desarman cualquier prevención que pudieras tener. Te hacen sentir importante (“profesor, me decía una profesora cuando le firmaba su libro, le necesitamos mucho, quédese más tiempo”, y yo, obviamente, con el ego goteando). ¡Cómo no vas a desear volver…!
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