martes, septiembre 09, 2008

Osama


Imposible dormir. Son las dos de la mañana y aquí estoy dándoles vueltas y más vueltas en mi cabeza a algunas de las escenas preciosas y terribles de esta hermosa película de Siddiq Barmak. Hermosa y perturbadora. Fue tan corta su duración en los cines comerciales que no conseguí verla en su estreno (diciembre de 2003). Hoy la han pasado por la segunda. Y aquí estoy, insomne y realmente angustiado.
Logra la película mantenerte en tensión durante todo el tiempo (aunque los puñeteros anuncios televisivos rompen constantemente el ritmo, y menos mal que era en la 2) y es como un juego contradictorio entre el ritmo lento del film y el suspense afectivo intenso en que vas viviendo la historia. Y es, a la vez, como una especie de agridulce balanceo entre la hermosura (una belleza inusual, rústica, simple, minimalista de los paisajes, las casas, las personas) y la violencia implícita que sobrevuela y encharca todo lo que sucede (la pobreza, la desesperanza, el trabajo, la convivencia, el fanatismo, el sexo, todo).
Los talibanes han prohibido trabajar a las mujeres. Así que la niña de la casa ha de disfrazarse de niño para poder ayudar a su familia, en la que solo quedan mujeres. Y ahí comienzan todas las angustias. La pobre criatura se ve metida en un papel y en una vida que no es la suya, que no entiende y en la que solo se ciernen peligros. Vive angustiada y transmite magníficamente esa angustia a quienes no podemos sino sentirnos metidos en su papel. Ella tiene un rostro hermoso, unos ojos profundos y vivos. Podría ser una niña feliz pero la convierten en una mártir.
Con todo, es curioso. Como la película pertenece a la vida real más que a una construcción fílmica artificial (hasta los actores son personas normales que el equipo de filmación fue seleccionando por las calles de Kabul), incluso esa violencia cultural va recubierta de una pátina de dulzura, de humanidad. Eso me ha perturbado mucho. Son violentas la madre y la abuela que la obligan a disfrazarse, los es inicialmente el niño que luego será su ángel de la guarda, los son los otros niños que la acosan inmisericordemente, lo son los maestros de la madraba, lo es el juez, lo es su forzado marido. Pero no es una violencia insensata, cruel, irracional como la que a veces aparece en otras películas. Aquí es la violencia de la vida, de personas que cuidan de ti, de quienes pretenden enseñarte una forma de vida. Incluso cuando la niña es perdonada por el juez y entregada como esposa a un mulá viejo y polígamo (lo que seguramente es más castigo que perdón, probriña), y los ves ir a los dos en el carro hacia su casa piensas, pobre cría tendrá que dejarse manosear por este vegestorio pero quizás eso sea lo menos malo para ella.
En fin, no me gustan los discursos feministas. No los creo, no los siento, no se corresponden con lo que ha sido mi vida entre mujeres, pero cuando ves esta película te vienen ganas de inscribirte inmediatamente en la congregación más dura de defensa de la mujer. Parece imposible que puedan existir cosas así en el S. XXI. Es imposible que ninguna religión o creencia pueda mantener un sistema tan desgarrador, de tanta violencia contra las mujeres. Le hace a uno entrar en contradicción con sus valores religiosos (cómo se pueden hacer esas cosas en nombre de un dios), con sus creencias pacifistas (hasta acabas viendo con buenos ojos la invasión del país), con su propia visión positiva de las personas, incluido en este caso los niños que ya se van socializando desde pequeños en ese sentimiento de ser superiores a las chicas, de poder despreciarlas.
En fin, una película preciosa. Quizás la pase a mis estudiantes este curso porque es una lección inmensa de discriminación y ruptura social. Me parece una actuación perfecta la que hace la niña Marina Golbahari (parece mentira que no sea actriz profesional). El guión es inmejorable, sin excesos innecesarios que quebrarían el sentido documental del film. El ritmo muy apropiado a una historia destinada a calarte fuerte. La fotografía hermosa con escenas de una sensibilidad y una belleza indescriptible: el carro marchando con la niña y su marido por calles de barro; los pies en la bicicleta; la niña colgada en el pozo; las mujeres prisioneras en sus burcas; los niños recitando el Corán a un ritmo frenético y con movimientos simétricos… muchas cosas.
Le deja a uno tocado y con un nudo de impotencia en el estómago, pero es una película impresionante. Toda una lección de humanidad y ciudadanía en lenguaje cinematográfico. Sin duda, se ha merecido los sucesivos premios que ha ido recibiendo.

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