martes, septiembre 02, 2008

De muros y fidelidades


De muros y fidelidades
Bueno, pues ya está. Todo llega a su final. Es lo malo y lo bueno de estos viajes. Con el rollo del jet lag y esas cosas tardas varios días en adaptarte y luego, cuando ya le vas cogiendo el tranquillo a la situación, es la hora de regresar. Pero está bien. También se echa mucho de menos el calor y la seguridad de la casa y la familia y tienes ganas de regresar. Y, además, aunque estés bien, no puedes dejar de sentir la presión de las cosas que tienes pendientes en el trabajo. Así que los regresos son como un crisol de sensaciones encontradas que se agolpan y te hacen sentir bien y mal a la vez.
Ayer tuve mi última intervención. También sobre registros y diarios. Era una escuela muy especial y con mucha fama en Sao Paulo. Creada por una señora muy rica para hijos de ricos. Ella se buscó una directora pedagógica excelente para diseñar un proyecto que fuera muy innovador y de alta calidad. Sin reparar en gastos: excelentes edificios, zona privilegiada a las afueras de S.Pablo (en Alfaville), pocos alumnos por aula, buen profesorado. En fin, unas condiciones magníficas. Y lo están haciendo bien. En concreto en el tema que yo he estado trabajando estos días en San Pablo. Están llevando a cabo un proyecto que incluye la realización de diarios en los que participan educadores y niños. Me encantó la idea. Ellos se enteraron de que yo estaba aquí y se empeñaron en que tuviera una tarde de trabajo con ellos. Y eso hice.
Pero no es eso por lo que cuento esto. Es una escuela cuyos alumnos, todos, provienen de urbanizaciones (condominios, los llaman aquí) que son como fortalezas de seguridad. Todas están rodeadas por un alto muro de cemento con sus alambradas electrificadas. Y los niños no salen nunca de allí, salvo para ir a la escuela que también está supervigilada. Toda su vida se reduce a una urbanización intramuros. Fuera es todo inseguridad, peligro, gente mala. Dentro están los otros niños con los que pueden jugar (supongo, salvo que tampoco salgan de su casa para tenerlos más protegidos). Me contaban que algunos de ellos van con guardaespaldas a la escuela y éste espera allí hasta que acaba el horario escolar. Nunca había visto una cosa así aunque me aseguraron que no es tan infrecuente. Lo sentí por los niños. Su horizonte acaba en un muro de cemento situado a pocos metros, una vida amurallada, como una cárcel de lujo. Y esa sensación de que el peligro se cierne por doquier. ¿Merece la pena ese estilo de vida por mucho dinero que se tenga? Y el hecho de relacionarte solo con niños y niñas que están en la misma condición, que tienen las mismas percepciones… ¡Menuda tarea educativa os queda por delante!, les dije a las educadoras. Lo sabemos, lo sabemos, me dijeron. Pero sigo aún en pleno shock. ¿Cómo se puede educar en valores a estos niños y niñas? ¿Cómo abrirles al mundo intenso, variado, complejo que está más allá de sus muros? ¿Cómo quebrar su inevitable tendencia al pijerío, a la autosuficiencia, al egocentrismo al que les conduce un contexto tan cerrado y elitista? En fin, no sé. Las educadoras me parecieron magníficas y con unas ideas muy claras (de hecho, la directora pedagógica renunció a llevar a sus hijas al colegio porque no le pareció coherente con los valores que ella y su esposo profesan). Ojalá acierten en la propuesta educativa.
Y al margen de esas consideraciones serias, hoy me he desayunado con una noticia cachonda. La Folha de S.Paulo dedica su apartado dedicado a la ciencia a un estudio de H. Wallum del Instituto Karolinska de Suecia en el que se muestran los resultados de un estudio sobre 2186 adultos casados o con relaciones estables. Total que han descubierto que existe una hormona, la vasopresina que condiciona la fidelidad de la pareja. Parece ser que la tal hormona se encarga de regular el equilibrio del agua en el cuerpo y actúa en zonas del cerebro relacionadas con el comportamiento reproductivo y la capacidad para establecer lazos afectivos excluyentes. O sea, que los hombres (ya tiene su coña que eso afecte sobre todo a los hombres) portadores de alteraciones genéticas en el “alelo 334” (no sé traducir lo de alelo, quizás sea par o algo así) tienen muchas más posibilidades de ser infieles. En fin, estaba claro que los pobres maridos que padecen alguna aventura extramatrimonial no lo hacen por irresponsabilidad o mala fe. Es el jodido alelo 334 que les está destrozando la vida.
Y, ¡cómo no!, el artículo del periódico venía ilustrado con una fotografía de Bill Clinton.

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