jueves, agosto 28, 2008

Zoo humano.




Sao Paulo es, a primera vista, eso, un gran zoo humano. Sorprende, en primer lugar, por la cantidad, pero a nada que te fijas van apareciendo otras cualidades mucho más interesantes. Lo que se nota más es que uno entra en un enorme oasis de vida y movimiento. Primero te abruma (sobre todo el tráfico) y poco a poco vas descubriendo lo que puede suponer un enorme cúmulo de gentes. Y no solo como masa, sino como capacidad de trabajo, como alegría, como conversación (son muy habladores los paulistas), como riqueza humana.



Como señalaba ayer con la historia del accidente, lo que, a veces, olvidamos es la gran carga de historia y de vida que cada uno de nosotros llevamos detrás. Todo eso que nos hace distintos a los demás. Tanta historia y tanta vida detrás de cada persona con la que te cruzas. Las grandes masas (incluso nos pasa a los profesores cuando tenemos delante de nosotros grupos de alumnos muy numerosos) reflejan el falso panorama de gentes iguales, cortados por el mismo patrón. Y eso hacen los políticos y los periodistas y los tertulianos: hablan de la gente como un todo (los vascos, los catalanes, el pueblo, los jóvenes…). Pero resulta que no, que cada uno es distinto.



Por eso, lo del zoo. Es que somos una cosa parecida a un zoo diversificado. El otro día me contaba mi hijo que su avión se había retrasado (también era de Spanair, también los sacaron hasta la cabecera de pista de despegue y el piloto hizo volver el avión al aeropuerto porque detectó no sé qué avería y, al final, llegaron, ellos sí, con 4 horas de retraso). Los gracioso contaba él (eso fue el día anterior al accidente así que aún no había angustia de por medio) cómo enseguida, en la terminal, comenzaron a surgir los diversos tipos de caracteres de los pasajeros. Aparecieron los líderes tratando de conminar a los demás a una protesta en toda regla, los apaciguadores, los resignados, los deprimidos que enseguida temían lo peor, los ayudadores que trataban de consolar, los optimistas que aseguraban que habría de ser poco cosa, los políticos venidos a menos que enseguida sacaron conclusiones de alto alcance (aunque en esta ocasión no podían decir aquello de que “seguro que esto no les pasa a los catalanes”, porque, efectivamente, estaba pasando en Barcelona), los exigentes que enseguida se fueron a acribillar a las azafatas y reclamar el libro de reclamaciones, los pasotas… En fin, un zoo. La verdad es que cada uno somos únicos. Afortunadamente.



Bueno, en todo caso, esto venía a que mi primera impresión en Sao Paulo ha sido buena. Mucha gente. En otros momentos me hubiera agobiado. Hoy me ha parecido sublime. Claro que me he dado un paseo por la Avenida Paulista. Pero veía a todo el mundo tan metido en su papel, haciendo su trabajo, moviéndose de un lado para otro con su traje y sus carteras y haciéndolo con tanta energía que es fácil comprender por qué Brasil va tan bien. Y, al margen de eso, llama la atención, sobre todo, la alegría con la que ves a la gente. Charlatanes, sonrientes, amables. Te hacen sentir bien.



Hace ya tiempo que los edificios han dejado de admirarme. Pero no paro de descubrir lo interesantes que son las personas. Resulta trágico que solamente podamos descubrir ese interés cuando les pasa algo, cuando los perdemos.

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