jueves, agosto 21, 2008

Mar calmo.


Hoy el mar estaba calmo. Y hablador. Así que fue fácil entablar conversación con él mientras hacía mi paseo diario. El paseo marítimo (paseo del Sagrado Corazón le dicen algunos porque por allí se van cruzando los infartados con los pre-infartados y con algunos meros hipocondríacos como yo) es un lugar apacible y de fácil contacto con la gente. Y con el mar. Pero, a veces el mar está muy revuelto (¡la que montó hace un par de días!) y no se hace fácil mantener una conversación amigable con él. Hoy resultaba más próximo y susurrante.
Hola, me dijo, buen día para pasear, ¿verdad? Eso parece, le contesté, aunque está un poco nublado se pasea bien. Y a ti se te ve precioso, le dije para congraciarme con él y ser un poco asertivo, con un agua de azul intenso, unas olas susurrantes y espumosas, vamos tranquilo. Se te ve bien. Bueno, aceptó, ya sabes que en estas tierras la calma es un estado pasajero, lo mismo dentro de nada me empiezo a revolucionar. Sí, reconocí, porque hay que ver la que montaste el otro día. ¡Qué cosa exagerada! Yo soy la naturaleza, me contestó, y lo nuestro tiene reglas propias. Ya, le dije, pero así de repente arrasando con todo… Me dijo un socorrista que con aquellas olas gigantes desaparecieron todas las sillas de vigía que había en la playa, las pasarelas para minusválidos, la mitad de las hamacas, en fin, un desastre. Es lo que tiene esto, me dijo. A veces os olvidáis de las mareas vivas.
En fin, le dije por cambiar de conversación, hoy estás más tranquilo, un poco sucio (debe ser de los revolcones del otro día) pero calmo. Hoy es un buen día, reconoció. Hoy vendrá mucha gente a hacerte confidencias, le sugerí. Ayer fue un día terrible con un accidente de aviación horroroso que ha costado la vida a 150 personas. ¡Ah!, ya entiendo, dijo él, por eso se ve hoy a la gente más pensativa y como hablando en voz baja. Pues sí, le contesté, hoy necesitamos un mar calmo y comprensivo como la plaza en la que se refugiaba Nanni Moretti en su película del “caos calmo”; nosotros necesitaremos un mal calmo para sosegar el ánimo y poder decir en voz alta las muchas angustias que deberemos elaborar en relación al accidente. Hace poco vi una película, continué, en la que la gente con problemas iba donde el río y los contaba en voz alta y el río se llevaba los problemas. Era una terapia simple. Contigo podría ser también así, contarte las cosas y que tú te las lleves. Bueno, es lo que tú vienes haciendo desde hace tiempo, ¿no?, me contestó. No lo sé, le dije, ¿lo hacía? Yo creía que, simplemente les daba vueltas en mi cabeza mientras paseaba a tu lado. Para hablar al mar no hace falta hacerlo alto, me aclaró, en eso estamos más evolucionados que los ríos; además, con el ruido de las olas habría que gritar mucho y resultaría poco relajante. Bueno, bueno, está bien saberlo, acepté. Aprovecharé mis paseos para ir contándote cosas a ver si me das alguna idea.

Por cierto, le dije para ir concluyendo, el otro día te sorprendí en pleno arrebato amoroso con una roca de la orilla. Imaginaciones tuyas, me contestó. De eso nada, respondí, que tengo testigos. Cuando íbamos hacia el portiño estabas en plena fase de seducción con tus olas blancas, tus movimientos sexis y todo eso que sabes hacer, y al regreso ya estaba todo calmo de nuevo. Eres un cotilla y un voiyeur, me recriminó, pero ¿sabes?, fue lindo. Era una roca a la que conocía desde hace mucho tiempo, pero siempre la había visto como alguien frío y distante, demasiado rígida. Pero el otro día estaba simpática y juguetona. Estuvo bien.
Pues nada, que tengas una buena tarde. Y sé amable con quienes vengan hoy a sosegar su ánimo contigo. Siempre lo soy, me dijo.

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