sábado, agosto 16, 2008

MAMMA MIA



Si hoy me preguntaran qué es una buena película respondería, sin dudarlo, que aquella que hace feliz a la gente que va a verla. Pocas veces he visto salir a los espectadores tan sonrientes y satisfechos como hoy después de ver Mamma mia ( Phyllida Lloyd, 2008) Una auténtica delicia, un jolgorio constante. Te dan unas enormes ganas de saltar a escena a bailar con la gente. Se lo están pasando todos tan bien que te seducen.
Yo ya había visto el musical en un teatro (España debe ser uno de los 77 países donde se ha representado), pero en el cine ha sido distinto. Seguramente es el sonido fuerte y envolvente en que te sumerge la magia de los cines bien equipados. O los actores, bien conocidos todos ellos y que bordan sus papeles (sobre todo la incombustible Meryl Streep que sabe incorporar todos los matices posibles de un personaje complejo). O el paisaje (el gran ausente del teatro) que aquí es una isla griega paradisíaca. ¡Qué hermosos paisajes! Me ha impresionado la subida iluminada a la ermita donde Sophie ( la preciosa novia representada por Amanda Seyfried) debía casarse. Parecía de un cuento de hadas. Pero todo era hermoso, esa preciosa luz del Mediterráneo; el agua azul y transparente; las calitas perdidas entre acantilados; el hotel y el entorno en el que estaba construido; las vistas… Y la música de Abba, ¡qué maravilla!, ¡qué letras! Me emocionó la Streep madre cantando cómo va perdiendo a su hija que crece y construye su propia vida en "Slipping Through my Fingers", o dando por perdido su amor de juventud por Sam ( Pierce Brosman) en "The Winner Takes it All". También me ha emocionado “I have a dream”. Y qué decir de la contagiosa “The dancing’ Queen" o las bien conocidas de “Money, Money, Money" y "Mamma Mia!". En fin, un auténtico placer de los sentidos que nadie debería perderse.
La historia es simple pero muy bien llevada. La guionista, Catherine Johnson, es la misma que creó la historia del Musical. Una hija de soltera que se va a casar y le gustaría conocer a su padre para que pudiera acompañarle al altar. Ella descubre en el diario de su madre que nueve meses antes de ella nacer había tenido relaciones con tres hombres y los invita a su boda. Esperaba poder identificar fácilmente a su padre, pero no es así y se encuentra con el lío de que cualquiera de ellos puede ser su padre y a los tres les encantaría serlo. El final feliz ya se supone.
No está mal la historia para conmovernos sobre la importancia de la familia y el deseo de una hija por tener un padre (“siento que me falta algo”, dice ella). Todo el catálogo de amores y relaciones aparecen en la historia, que tiene una estética de fondo cuasi hippy con el amor y el sexo como opciones abiertas para los espíritus libres. Pero emocionan las relaciones entre madre e hija; las expectativas sobre el valor de una buena relación entre padre e hija; la relación entre los novios a punto de contraer matrimonio; las relaciones entre las amigas; etc. La película es, en el fondo, una historia coral sobre la amistad y el amor. Quizás es eso lo que la hace tan atrayente, tan sugestiva.
Pero dicho todo lo anterior, el gran acierto de guionistas y director es haber condensado tan enorme caudal de alegría contagiosa en las coreografías. Los ritmos seducen, los bailes te envuelven y te dan ganas de saltar a la pista y el final te sientes como en una nube de ensueños. Eso es lo que ha debido sentir el público que asistía hoy a la sesión (por cierto, el cine lleno lo que no deja de ser también otra alegría añadida) que se ha lanzado a aplaudir cuando ha finalizado.
Pues eso, he leído críticas que dicen que la película no justifica los 50 millones de dólares que ha costado, que es una cinta muy floja, que no merece la pena. ¡Vaya si lo merece! Te hace sentirte más feliz mientras la ves, sales del cine con una sensación de éxtasis y con la sonrisa en los labios. Y oyes a los que te rodean “preciosa, ¿verdad?, preciosa”.

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