miércoles, noviembre 21, 2007

Monterrey y tocar el cielo


Ya sé que son cosas distintas, pero esta vez se han unido. Dentro de esta vida de locura que llevo (que me lleva) he tenido la fortuna de viajar a Monterrey y disfrutar de esa ciudad diferente. Y, a la vez, de tocar el cielo.
No es la primera vez que viajo a Monterrey, aunque el viaje, esta vez, tenía características particulares. Marchaba con el alma rota y con muy poca motivación. Buscaba más la terapia de la dispersión (un viaje al norte mejicano de sólo 4 días) que el cumplimiento de un compromiso académico. Tuve la enorme suerte de poder hacer el viaje con mi hermano Rafa que regresaba a Puebla. Y eso hizo que el viaje fuera distinto a todos los otros. Mucho mejor. Ambos pudimos consolarnos mutuamente y hacer más soportables y entretenidas las 12 horas de vuelo.
Milagrosamente, incluso los aviones se comportaron y salieron y llegaron a su hora. Así que rondando las 9 de la noche llegué a Monterrey tras más de 21 horas de viaje. Lo cual, si se peinsa en las distancias, hasta parece poco. Y al día siguiente, curso por la mañana y curso por la tarde. Y el siguiente que era sábado, nuevo curso toda la mañana. Ni tiempo a pensar en el jet lag tuve esta vez. Sólo me quedó la tarde del sábado para disfrutar de Monterrey porque a las 7 del domingo volvía a reiniciar otras tantas horas de regreso.
Pese a todo, no puedo quejarme, todo lo contrario. Fueron unos días intensos. Ya estaba yo bastante cargado emocionalmente, pero fueron tan cordiales todos, mostraron tanto cariño y aprecio que anduve como en volandas. Mi anfitriona principal era una cubana que derrochaba expresividad. Con ella es imposible deprimirse. Pero, igualmente cariñosos estuvieron los responsables de la Facultad de Letras de la UANL. La cosa es que allí mucha gente me conocía ya aunque no personalmente. Habían leído mis libros y, los estudiantes, habían tenido que estudiar mis textos. Y tenían muchas expectativas por conocerme. Yo siempre temo esas situaciones porque seguramente muchos quedan decepcionados al verme en persona. A saber cómo se figurarían que soy: joven, alto y delgadito, rubio y con melena, con ojos de encandilar, en fin, mismamente como soy. Pero hasta en eso fueron muy amables y me dijeron que me figuraban más viejo. El resto de los atributos los callaron por cortesía. Bueno, yo hice mi trabajo y sentí que les encantó. Y me lo agradecieron tanto que mi depresión fue retrocediendo y tuve un chute de autoestima que sirvió para borrar el cansancio.
Y entonces llegó la mejor parte del viaje, pasear por Monterrey y disfrutar de esa paz transitoria de los paisajes preciosos y las buenas compañías. Se celebraba el Forum de las culturas, similar al que también hemos tenido en Santiago de Compostela pero, claro, allí con otros componentes. Prestan mucha atención a lo indígena en esa tierra. Pudimos disfrutar del hermoso parque de Santa Lucía (antigua fábrica de aceros) con sus lagos artificiales, sus barcas, sus mariachis. Me asombró la Sierra Madre y los enormes picachos que cierran Monterrey hacia el Sur. Montañas admirables por su ferocidad (parecen cuchillos), por sus faldas que caen en picado, por sus contraluces. Se veían como algo alucinante desde tierra. Y luego cuando las pude volver a ver desde el avión, aún me encantaron más porque se veía mejor su secuencia y los inmensos e inaccesibles valles que generan entre ellas. Una maravilla, la verdad. Sentí no haber llevado cámara fotográfica. Y por la noche, cena cubana. Éramos 8, el matrimonio cubano, 5 alumnos de la maestría que había llegado de Chihuahua y yo. No paramos de reir. Y de emocionarnos (ya lo escribí en otra visita a Méjico a la boda de rafa, pero los mejicanos son muy emotivos y te dicen cosas capaces de hacerte saltar las lágrimas de agradecimiento). Es como si todos se hubieran confabulado en este par de días por mejorar mi ánimo. Y lo consiguieron.La verdad que regresé mucho mejor de lo que fui. Sólo tengo palabras y sentimientos de afecto por todas las personas que he conocido estos días. Eso han sido, en verdad, un semillero de afectos. Bendito Monterrey.

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