miércoles, noviembre 21, 2007

La fuerza de la vida.


Ya sé que suena al título de una película o algo por el estilo. Pero no tiene nada que ver con ello. Es algo mucho más bello y profundo. Me refiero, disculpen la insistencia, a lo fuerte que es la vida, a cómo, incluso en situaciones dramáticas acaba imponiéndose, rescatándonos de los pozos de amargura en los que hayamos podido caer. Y qué bueno que sea así.

La muerte de Javier nos ha dejado a toda la familia con el alma rota y el corazón y las miradas rebosando angustia y lágrimas. Es cierto que cada uno de nosotros vive esa angustia a su manera, pero se nos ve a todos como nokeados y desorientados, como si hubiéramos perdido, en parte, el norte. Recuerdo de Saigós que andaban así las ovejas “modorras”, moviéndose de una parte a otra, a veces en círculo y con las vista perdida.

Pero eso sólo sucede a ratos, cuando bajan un poco las defensas. Y, casi siempre, cuando uno se encuentra solo. Cuando estamos juntos las cosas cambian. Parece como si todos quisiéramos “vitalizar” el encuentro, salir del marasmo personal de cada uno. Y en esas situaciones se diría que hasta parecemos alegres. Hablamos en alto, hacemos bromas, nos reímos. Al principio te sientes mal, como si estuviéramos traicionando la memoria del hermano fallecido. Pero si uno lo piensa bien, es lo más sano que podemos hacer, salir a flote de nuevo, reencontrarnos con nuestros temas, con la vida.

Es interesante esa resurección. Porque sucede en grupo. Porque se nota que surge del esfuerzo patente de cada uno por tranquilizar a los demás, por hacerles pasar un rato agradable. NO tiene nada que ver con el olvido de la tragedia que cada quien va elaborando lentamente en su corazón. Y cada vez que nos vemos es un encanto. Sobre todo cuando están los sobrinos porque ellos y ellas son ahora nuestra fuente de fuerza. Al principio yo les decía que aquello era pura terapia grupal (todos tratando de apoyar emocionalmente a los otros) pero ahora ya me parece algo mucho más sencillo y emocionante: la fuerza de la vida.

Hay mucha vida en los grupos. En nuestra familia, con tanta gente joven, la vida se desborda y acaba llenando los vacíos. A veces pensaba, “nuestros vecinos deben estar poniéndonos a parir. Acaban de venir, como quien dice, del entierro de su hermano y fíjate qué follón tienen montado. Hasta se atreven a bromear y contar chistes”. Pero habría que explicarles que afortunadamente la vida nos estaba recuperando. Que eso era justamente lo que todos estamos necesitando, mucha vida. Y, afortunadamente, derrochamos vida. Y estoy convencido que ése es el mejor regalo que podemos hacerle a Javier. También él era así. Hasta en los peores momentos.

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