viernes, noviembre 16, 2007

Adios, Pachin.

Mi hermano Javier murió el lunes. Con 50 años. Así, de súbito, sin darnos la oportunidad de despedirnos y darle un último abrazo. Han sido tres días indecibles. Horrorosos. Hoy, con un poco más de paz, me atrevo a escribirle esta carta en el blog.

Querido Pachín. Ya ha pasado todo. Han sido tres días agotadores para todos. El que más relajado parecía eras tú, con el rostro hermoso, los ojos cerrados y la tranquilidad infinita de quien ya ha sorbido todos los sorbos y superado todas las pruebas. Habrás visto que ha pasado por tu lado y el nuestro muchísima gente para darte el último adiós. Un adiós cargado de emociones y de recuerdos doloridos. Seguro que tú pasaste otras veces por este trance de acudir a velatorios de amigos fallecidos. Pero esta vez eres tú el protagonista, aquél de quien nos despedíamos.

Es fácil aceptar la muerte cuando se habla de ella en general (“todos tenemos que morir”; “cada uno tendremos nuestro día”, etc.) pero cuando se te acerca tanto y se lleva a quien tenías al lado tuyo, a un hermano, la cosa se hace menos comprensible y te deja roto. Ayer cuando estábamos velándote en el tanatorio escuché a una señora decir que, a veces, la vida acaba “escachándonos”. Ésa es la palabra, pensé. Estamos escachados, como si nos hubier pasado por encima una pisonadora, como si se hubiera producido un terremoto traicionero y nos hubiera dejado sumergidos entre escombros. Cuesta respirar. Cuesta mirar para adelante y pensar en la vida sin ti. Angustia sobremanera pensar en los muchos “nunca más” que que se abren ahora con tu ausencia.

Dicen que en los últimos momentos de la vida nos pasa por la cabeza toda nuestra historia como si fuera una película. Quizás tú pudiste ver tu película mientras tropezabas y caías en la cinta del gimnasio. Y eso es, también, lo que hemos hecho todos nosotros mientras te mirábamos: repasar nuestra historia contigo, los muchos momentos, buenos y malos, que hemos pasado juntos. Como una película que se inicia en los lejanos años de nuestra infancia. Yo tenía 8 años más que tú, así que me tocó hacer de hermano mayor y andar metido en andanzas distintas a las tuyas. Hemos compartido poca infancia en Saigós y Zubiri.. Yo salí pronto de casa y por eso mis recuerdos se diluyen un poco en aquellos tiempos.
Sí recuerdo que nunca fuiste un chico sosegado, sino todo lo contrario. Rebelde y peleón. Como todos nosotros. No podía ser menos, con esa combinación tan explosiva de genes zabalza y beraza con que nos dotaron nuestros padres. Tuviste una infancia viva, movida, inquieta. Pero en aquellos años se labraron parte de tus virtudes y se acumularon las muchas energías que irías aplicando después a todo lo que hacías. Demasiado vital, demasiado intenso y soñador como para poder seguir reglas fijas y llevarlo todo con orden. Pero ése eras tú y eso te hacía único.

Es curioso cómo en nuestra familia, los liderazgos y los puntos de soporte se han ido sucediendo a lo largo de los añós. Es lo que tienen los grupos bien cohesionados. Durante mucho tiempo te tocó a ti hacer ése papel y fuiste el sostén sensato de la familia. Tú nos apoyabas a todos, facilitabas nuestros encuentros familiares, nos ofrecias tu txoko, te entregabas a las cuestiones domésticas, derrochabas generosidad. Todos confiábamos en ti. Luego la vida se te trastabilló un poco y preferiste pasar a un segundo plano. Otros tomaron el relevo de tus iniciativas, pero tu presencia siempre ha sido muy patente para todos nosotros.

Javier, si de algo somos conscientes en la familia es que no han sido nada fáciles para ti en estos últimos años. No lo han sido ni lo profesional, ni en lo personal. Se te enredó la madeja de la vida hasta dejarte sin aliento y tu corazón se resintió. Y tuviste un primer aviso. Pero eras fuerte y tenías muchas ganas de vivir y el destino apostó por ti. Después vino el segundo aviso para remarcar que había decisiones drásticas que debías tomar y estabas dilatando. Y ahí apareció el Javier que te hacía grande. ¡Qué dos años hermosos han sido estos últimos, Javi! ¡Has conseguido reconquistar muchos de los territorios que habías perdido y hacer florecer muchas de los jardines que medio se te habían marchitado! Me han impresionado las cartas que te han escrito tus hijas en este trance final. Nos pidieron quedar a solas contigo para dártelas. Lo que dicen de ti, del amor que les tenías y ellas a ti, de lo mucho que les has ayudado y lo mucho que has compartido con ellas en estos últimos meses enorgullecería a cualquier padre. También ha sido fantástica la forma en que te has ganado a nuestros padres en este tiempo que has vivido con ellos. Enorgullecería a cualquier hijo. Te echan de menos como no puedes ni figurarte. Sólo han pasado dos días y te añoran en cada cosa que hacen. “Esto nos lo compraba Javier”; “de esto se en.cargaba Javier”; “esto lo guardo para Javier que le gusta mucho”; “no sabes la seguridad que nos daba saber que lo teníamos siempre a nuestra disposición para cualquier cosa”. Creo que todos los hermanos te enviadiamos un poco por ello.
En fin, en esta prórroga que te dio la vida, has hecho las cosas bien, hermano. Sin aspavientos. Muy a tu estilo. Eso es lo que te hacía especial. Últimamente te gustaba estar en un segundo plano, como quien no tiene nada que aportar, pero resultando siempre imprescindible. Incluso tu muerte ha servido para que todos nos sintiéramos, una vez más, unidos intensamente y sabiendo que era un dolor que cada uno sentía a su manera pero que estaban todos allí para ayudarle a superarlo. No te imagians, que grado de madurez han demostrado los sobrinos, todos. Los hemos tenido alli, a nuestro lado, ayudandonos a los mayores, consolandonos, estando pendientes de todo lo que pasaba, demostrando que la vida de esta saga sigue viva con gente aun mejor que nosotros.
Nos has dejado muchas cosas, Pachin. Pero te has ido. Esta vez, sin remedio. Lucharon por ti con denuedo tanto la gente que estaba en el gimnasio (incluidos dos médicos que hacían ejercicio en ese momento, una de ellas cardióloga) como los servicios médicos que llegaron enseguida. Pero no lo consiguieron. Tu corazón se había roto. Y con él se rompieron también los nuestros. Si dice la canción andaluza que “cuando un amigo se va, algo se muere en el alma”, qué decir de cuando se te va un hermano. Han sido días terribles, Javier. Con muchas lágrimas y mucha angustia. Y con el único consuelo de que, por lo que nos han contado, tú no sufriste. Fue todo rápido y casi sin enterarte. Iñaki decía que él ya firmaba por poder morir así cuando le llegase la hora.

Adiós, Pachín, el más débil y, a la vez, el más fuerte de todos nosotros. Contradictorio y generoso. Sufridor nato. Gran disfrutador de los placeres de la vida y, a la vez, víctima de ellos (quién te iba a decir que ibas a morir en un gimnasio, haciendo ejercicio y después de haber perdido 5 kilos a base de dietas y esfuerzo). Expresivo y reconcentrado (qué difícil era saber qué pasaba por tu cabeza, cómo sufrías tus sufrimientos; qué difícil era poder ayudarte); animoso (qué bonita la foto que incluyó tu hija Nerea en la carta que te escribió) y, a la vez, un pelín deprimido (seguramente por los muchos dilemas vitales a los que tuviste que enfrentarte en los últimos años).

En fin, Javi, eras, seguramente el hermano que más se parecía a mí, tanto en lo físico como en el carácter. Y esa afinidad hizo que siempre me sintiera muy cerca de ti, tanto cuando eras chaval como en los últimos tiempos. Puedes figurarte hasta qué punto tu muerte me ha arrojado sin piedad al fondo de un pozo. Pero, estoy seguro de que será también tu recuerdo el que poco a poco me servirá de reclamo para salir de él, como hiciste tú tantas veces. Tu hija Paula se comprometía en su carta a que nunca te olvidaría y mantendría vivo tu recuerdo en sus hijos. Puedes suponer que ése es tambiénla promesa de tus hermanos y, desde luego, la mía. Nunca te olviaremos, querido hermano. Ya sé que suena a frase hecha para estos momentos, pero es la verdad. Nadie podrá cubrir el gran vacío que nos dejas. Tendremos que contentarnos con tu recuerdo.

No hay comentarios: