lunes, octubre 09, 2023

DISPARARON AL PIANISTA

 

¡Qué bonita película, hermosa, emotiva, llena de creatividad!

Trueba y Mariscal dibujan (y nunca mejor dicho lo de dibujar) una historia en la que personajes, imágenes y música se funden de una manera increíble. Incluso si no eres partidario de las pelis de animación, ésta tiene un encanto especial, algo que te mete en la historia y la disfrutas y la sufres. Suele decirse que, dado que el nivel de potencia analógica es mucho mayor en la imagen que en el dibujo, las historias contadas con fotografías resultan más creíbles, más próximas y envolventes para el espectador. Pudiera ser, pero en este caso no se siente esa lejanía entre dibujo y realidad. Mariscal es un genio para describir y connotar las realidades que dibuja a través de las líneas que traza, los colores que les da, los tonos del fondo. Y, si a ello se le añade esa música brasileña tan contagiosa, la mezcla crea un ambiente perfectamente dispuesto para hacerte sentir lo que sus autores quieren.

Pues ya está casi todo dicho. Dispararon al pianista es una película española de animación (2023) dirigida y guionizada al unísono por Fernando Trueba y Javier Mariscal. Ya habían hecho una cosa parecida con Chico & Rita, solo que en aquel caso situaron su historia en Cuba y la enriquecieron musicalmente con sones cubanos. En esta, la historia se refiere a un hecho real, la localización de un afamado pianista brasileño (Tenorio Junior) que desaparece sin dejar rastro en Buenos Aires en los inicios del golpe militar. Su búsqueda se desarrolla a través de entrevistas y encuentros con los que fueron sus compañeros de banda y de actuaciones. Y, con esa excusa, la película se convierte en una especie de musical-ride-tour por la música brasileña y argentina del momento. Vinicius de Morais, Joao Gilberto, y toda la serie de grandes protagonistas de la bossa nova y el jazz. Como sus actuaciones se altarnaban entre Río de Janeiro y Buenos Aires, y dado que la desaparición sucedió en esta última ciudad, también se da entrada a músicos y colegas del espectáculo argentinos.

El ritmo de la película es rápido, lo que hace que se vayan sucediendo las entrevistas y encuentros con personajes diversos, como si se tratara de un documental periodístico (por lo visto inicialmente fue concebido así, como un documental que sirviera de aval cinematográfico a la novela del mismo nombre que Trueba y Mariscal iban construyendo en paralelo). Pero luego el documental les pareció insuficiente y se animaron a un largometraje. Eso da agilidad a la historia y evita que se haga pesada, pero como se aplica también a la música, hace que los espectadores solo podamos disfrutar de pequeñas cuñas musicales al hilo de cada entrevista. Pero, aunque solo sea un surfeo superficial por las piezas más conocidas de la bossa nova, el clima musical que se genera con esa erótica propia de lo brasileño es fantástico.

 Y si la música es ya de por sí razón suficiente para ir a ver y disfrutar de la película, otro tanto sucede con las imágenes. Mariscal en ningún caso pretende engañar. No hay efectos especiales, no aparecen avatares que quisieran asemejarse a personajes reales. Son dibujos netos, pero están tan bien hechos, se logra una cinética tan espectacular con ellos que quedas fascinado. El realismo de los personajes y los paisajes (aparece un dibujo de Sao Paulo con ese edificio enorme en forma de S que me trasladó de inmediato a aquel lugar exacto por el que he caminado tantas veces, y otro tanto podría decirse del obelisco en Buenos Aires), el efecto de un tren que se acerca, o del paisaje que se ve y se va moviendo a través de la ventanilla del avión son espectaculares. Es una obra de arte y con esa sensación vives toda la película.

Y en el fondo de la historia (a veces, también en la figura) está el golpe de Estado militar en Argentina (vinculado a través del Plan Cóndor con los de Chile y Brasil). Él pianista Tenorio no podía imaginar que las cosas estuvieran tan mal en Buenos Aires y lo que estaba llamado a ser un momento de éxito profesional y personal acabó convirtiéndose en una tragedia.

En definitiva, una historia bien contada, en un lenguaje gráfico de gran potencia artística y comunicativa y con un ritmo perfecto. Quizás se hacen redundantes algunas entrevistas (y, por tanto, podría reducirse algo el metraje total), pero nunca es cansado. Y la sensación final es estupenda, la música brasileña va acompañando los créditos finales y sales de la sala flotando en la nostalgia de los muchos recuerdos evocados por la música y los ambientes brasileños y argentinos.

Si pueden verla, no se la pierdan.

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