Este inicio de temporada cinematográfica está siendo magnífico. Han llegado a los cines películas fantásticas de esas que marcan un antes y un después. Operheimer fue una de ella; Cerrar los ojos o Dispararon al pianista están también en esa lista; incluso el Golpe de Suerte de Woody Allen y la Barbie de Greta Gerwyg, ambas a su manera y para su público. Y ahora llega Scorsese con este western impagable de Los Asesinos de la luna, historia basada en la novela del mismo título de David Grann (2019). Llama la atención el título (tanto de la novela como de la película) que resulta bastante incomprensible en español (en mi opinión, una mala traducción, por literal, del título inglés “Killers of the Flower Moon”, siendo que flower moon se corresponde más con alguno de los nombres, como “flor de luna” que los indios daban a personas o a lugares). El título español te sitúa aparentemente ante una historia de ciencia ficción que nada tiene que ver con el tema de este film.
La historia que se nos cuenta está basada en hechos reales que la novela incorpora a su subtítulo: ”Petroleo, dinero, homicidio y la creación del FBI”. Y ésa es, efectivamente, la historia que la película narra. Los Osage eran unos indios de la estirpe de los Sioux (enormes y fornidos) que fueron deambulando por diversas zonas de EEUU, aunque su enclave principal fue Oklahoma. Fue allí donde su vida colectiva se transformó pues pasaron de cazar bisontes y cultivar sus huertos a descubrir petróleo bajo sus campos. Y así sus grandes y plácidos espacios naturales se convirtieron pronto en poblaciones caóticas de gente en busca de dinero fácil. Los indios se hicieron ricos y pronto se convirtieron en blanco de asechanzas de quienes querían arrebatarles sus propiedades. En la década de los años 1920 comenzaron a producirse asesinatos selectivos de indios (el “reinado del terror” llamaron a la época) que, dado que matar a un indio resultaba pecado menor, casi ni se investigaba, ni se ponía el foco en ello, hasta que finalmente la Agencia de Investigación federal (precursora del FBI) puso manos sobre el asunto y comenzaron a establecerse responsabilidades. En resumen, eso es lo que nos cuenta, de manera dramática, la película.
Scorsese te mete en la historia poco a poco, a ritmo de bolero de Ravel, machaconamente, de forma cada vez más intensa, sin darte un respiro. Es un ritmo lento, prolongado, en el que los crímenes configuran una secuencia machacona que te no da descanso. Cuando piensas que bueno, que ahora parece que todo va mejor, la cosa empeora, la maldad se disfraza de necesidad estratégica y volvemos de nuevo al inicio de un nuevo atentado. Y así, rodando en círculos, diferentes pero semejantes, van transcurriendo las tres horas de thriller magistral que solo se relaja al final con una especie de corte de mangas cinematográfico de Scorsese que se parece a esos sorbetes que te ofrecen en el restaurante para que te vaya bajando la comida y evites el atracón.
Así y todo, aunque contada así (una historia de violencia de tres horas y pico de duración) yo desistiría de ir a verla, tengo que decir que es una de las mejores películas que hemos podido ver este año. Y estamos en octubre, así que tiempo ha habido. Una gran película del mejor Scorsese: ha sabido elegir la historia y el ritmo lento y machacón con que la desarrolla; ha acertado en el elenco de actores (De Niro está genial en su papel de malvado disfrazado de buena persona; DiCaprio sorprende con ese papel de tipo gris y manipulable; la Gladstone impresiona con esa carita dulce, con su mirada penetrante, con esas posturas arquetípicas indias); se ve que es un maestro en el movimiento de grandes grupos de extras para escenas masivas (es como una de las películas de antes con muchísimos extras y movimientos de masas en la estación, en la ciudad venida a más, en las reuniones de los indígenas); ha acertado en el contraste visual de la fotografía combinando los espacios amplios y tranquilos con los momentos caóticos y bulliciosos; y lo ha acompañado todo de una música y unos efectos sonoros y visuales extraordinarios.
La película añade a la historia terrible que se cuenta una característica particular, el disfraz de la maldad bajo un ropaje altruista y bondadoso, lo que la hace aún más perversa. Es lo que más te va doliendo a lo largo del film: que quienes dicen quererte son los que programan tu muerte. No es el asesino sanguinario y corto de luces que mata por odio. Es el líder comunitario que antepone su ambición y avaricia, aunque bien disfrazadas de consideración y buenas palabras. Es la perversión dura y cruel. A De Niro, el papel le va como anillo al dedo. Esa doblez criminal está, además, asentada en la estructura social, es un virus del que participan todos, unos porque colaboran y otros porque miran para otro lado. Es una sensación que duele, que te ahoga. No cansa. Sientes la lentitud con la que avanza la historia, pero aceptas que ese ritmo es coherente con lo que ves, que apresurarlo sería como hacerlo con el ritmo de servicio de los platos de una buena comida. Mejor ir poco a poco, disfrutando (en este caso sufriendo) y siguiendo el intríngulis de cada escena, de cada diálogo, de cada vivencia de los personajes en acción. Es una película larga, pero que no se hace larga. Quizás, hubiera podido reducirse, pero probablemente el efecto de la historia sobre el espectador hubiera sido menor.
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