A nadie se le escapa que poder ver, admirar, aplaudir y despedir a Nuria Espert en su gira final por los teatros españoles es todo un honor. Poder asistir a la representación en nuestra propia ciudad sin tener que desplazarnos a alguna de las capitales del teatro, es otra bendición que se agradece. Así que ninguna ocupación o circunstancia podría merecer atención ante la cita con esta artistaza a la que hemos admirado desde hace tantos años y que se despide del teatro a sus 88 años.
Como era de esperar, el Auditorio de Santiago estaba a rebosar. Da gusto verlo todo lleno, cosa que sucede solo en los grandes eventos. Y resultaba curioso que el público que asistía, salvo los incondicionales de cualquier actividad cultural que se programe, era bastante distinto de quienes acudimos cada jueves a la cita con la música y nuestra orquesta filarmónica. Está visto que también el teatro (o quizás, Nuria Espert) tiene sus fieles que se llegaron a Santiago para despedirla como se merece. Que cuenta con muchos admiradores quedó claro en la intensidad de los aplausos y vítores del final de la obra.
Pues ya digo, con esa expectativa llena de afecto y nostalgia asistíamos, entregados de antemano, a esta obra de despedida de la Nuria: La isla del Aire. Una obra que cuenta la historia de 5 mujeres (la abuela, obviamente Nuria, sus dos hijas, y dos de las hijas, ya adultas, de una de ellas) que se reúnen en la casa de la madre de las chicas. El encuentro va provocando roces y confidencias que van sacando a la luz la convulsa vida personal, los secretos de cada una de ellas. La reunión coincide con la fecha en que desapareció en el mar la tercera hermana de las dos nietas del grupo (en realidad, la mayor de ellas) y la abuela propone un paseo hasta la isla (la isla del Aire, de ahí el título) en cuyo entorno se supone que desapareció su nieta. Así pues, sobre el fondo de una nieta-hija-hermana desaparecida, la obra va descubriendo los aspectos desencajados de la vida personal y familiar de los 5 personajes que aparecen en la historia (que en realidad son 6, pues la desaparecida y ausente tiene un notable protagonismo durante toda la representación).
Los aspectos técnicos de la representación, sujetos a la modalidad habitual del minimalismo coreográfico, está muy lograda. Era de esperar, siendo Mario Gas el director. Con poquísimos recursos logran situarnos en un contexto próximo al mar (cuyo sonido se escucha de fondo) e, incluso, en una isla imaginaria. No hay cambios de escenografía y todo se va resolviendo a base de luces e imágenes proyectadas sobre unos lienzos.
El texto está bien escrito, con conversaciones (al final eso es el teatro) muy lúcidas y dinámicas. La magia de Nuria, con su forma de interpretar, con su entonación, con su chispa y sus toques de humor y drama hace que el tono de suspense y emoción se mantenga durante toda la representación.
En cuanto al juego de actrices todas están bien y cumplen su papel, aunque, claro, ante el protagonismo y solvencia que muestra Nuria, las otras quedan un poco deslucidas. Pero hacen un conjunto armónico que se acomoda bien a la naturaleza de la historia.
Tengo que confesar que disfruté con la obra. Disfruté y sufrí casi a igual nivel. Y lo hice porque en el teatro, además de ser un juego de actores que representan una historia, está la historia que se cuenta. Y la historia que la Isla del Aire cuenta es una historia desmesuradamente triste. Me pareció una forma pesimista de ver la vida con gafas aumentadas. Se me asemejó a un concierto en el que solo tocaran los contrabajos. Todo demasiado lúgubre, oscuro, sin esperanza… Y como fondo de todos los males, los hombres. Ninguno se salva, todas se equivocaron al elegir pareja, la única salvación posible es atribuirles el motivo de los desajustes y alejarse de ellos.
Pero la vida no es así. Las mujeres que conocemos no son así. No sucede que
las 5 mujeres de una familia, de tres generaciones diferentes, todas ellas
vivan esa muerte cotidiana. No sucede que las 5 historias de tristeza y
desamparo estén vinculadas a la relación con hombres desatentos y tóxicos. En
niveles de máximos, hasta podríamos aceptar que en algún caso aislado pudiera
haber sido así, pero cuando eso se repite constantemente en películas, libros,
teatro, etc. da una imagen terrible de nosotros mismos. Porque en la realidad,
las cosas no son así. Esta mañana escuchaba en la radio que el setenta y mucho
por ciento de las personas indicaban que se sentían felices con la pareja con
la que convivían. ¿Por qué entonces esa imagen, constantemente alimentada, de dramas
permanentes, de mujeres desgraciadas por causa de los pesares que los hombres
les causan? Desde luego hay mujeres con itinerarios vitales desgraciados.
También hay hombres en esas circunstancias. Pero ni lo son todos/as, ni todos
los que lo son, lo son porque haya sido su pareja la causante. Esa ola cultural
en la que parece que el rescate del protagonismo femenino se ha de construir a
partir del hacer ver que su situación actual es angustiosa y que la culpa de
esa situación la tienen los hombres, a mí personalmente me desconcierta y
abruma. Me hubiera parecido más interesante si en esa familia amplia y diversa hubieran estado equilibradas las balanzas entre desgracias y alegrías, entre desventuras y aventuras. Se hubiera parecido más a le realidad, aunque quizás, y por eso mismo, hubiera exigido más al guion.
En fin, con lo vitalista que siempre me ha parecido Nuria Espert, me ha llamado la atención que haya escogido esta obra para despedirse. Se merecía algo más luminoso y vitalista. Hay quien dice que a los actores y actrices les da más juego el drama que la comedia. Y puede ser. Ella, desde luego se ha lucido una vez más.
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