Preciosa esta película de Víctor Erice. A sus 83 años, este cineasta ha vuelto a comprometerse con una gran producción, su canto de cisne, que demostra que donde hubo un gran talento (El espíritu de la colmena, El Sur), aún queda la sensibilidad y la creatividad necesaria para aportarnos una obra de arte, una nueva joya cinematográfica.
Cerrar los ojos parte de un guión del propio Erice con Michel Gaztambide. Y el elenco de actores es fantástico. Cada uno de ellos se apodera de su personaje y se transforma en él. Todos ellos los convierten en sujetos creíbles, especialmente dos los protagonistas, Manolo Soto y Coronado. Ambos llenan la pantalla y dan vida a toda la historia.
Técnicamente la película me ha parecido una preciosidad, una master class sobre fotografía, sobre encuadre, sobre tonalidades y fondos, sobre ritmo, sobre estructura de planos (con un predominio claro de los primeros planos, lo que debió suponer un desafío enorme para los actores). Me llamó especialmente la atención la cuestión de los encuadres: las figuras humanas siempre en el centro de la pantalla buscando la simetría perfecta en las escenas, como si se tratara de un conjunto de fotografías de estudio perfectamente preparadas cada una de ellas detalle a detalle.
La historia sigue un decurso complejo pues se trata de hacer cine sobre el cine. Se comienza con escenas de una película que no es la película que vemos. Y de esa escena, que es de otro film de hace 20 años, surge la historia de la película que vemos. Porque del elenco de aquella película desapareció, en la fase final, el protagonista del film. Sin dejar rastro, sin que se supiera el motivo, sin que apareciera su cadáver. Y ahí es donde comienza la historia de la película que vemos. Un programa televisivo de aquellos que buscaban personas desaparecidas se propone averiguar qué pasó con aquel actor desaparecido e inicia el proceso entrevistando al que dirigía la grabación del film y movilizándolo para que siga una pista que dice que aún está vivo. Y esa es la historia y la moraleja del film: han pasado 20 años desde la desaparición de una persona y, sea lo que sea que ha sucedido en este intervalo, la búsqueda nos va a llevar a lo que somos o podríamos ser 20 años después.
Algunos críticos señalan que este film postrero de Erice es un canto a las personas mayores (igual que El SUR fue un canto a la adolescencia y EL ESPÍRITU DE LA COLMENA lo fue a la infancia). Un canto a lo que los mayores son capaces de recordar y a lo que olvidan, a los destrozos que la vida les provoca y a la madurez y equilibrio resignado que la experiencia les proporciona. Como ese mensaje me coge en la diana de los homenajeados es muy de agradecer. Me ha encantado la forma sosegada y tranquila en la que los protagonistas revisan su vida; el espíritu proactivo con que afrontan su presente, sin rendirse, sin vanas nostalgias del pasado. Sin renunciar, tampoco a lo que la vida les ofrece en esa etapa final. Y la mejor muestra de ello es el propio Erice, que a sus 83 años ha sido capaz de construir esta enorme obra de arte.
Enorme hasta en el tamaño. Me asusté al ver que duraba casi tres horas (en realidad, parece que la primera versión era de 4 horas), pero he de reconocer que no se me hizo larga en absoluto. Quizás sea porque el film va mejorando a medida que avanza y la parte final es realmente extraordinaria. Muy recomendable, sin matiz alguno.
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