jueves, octubre 19, 2023

EL HILO DE ARIADNA

 

Quizás sea verdad ese dicho de que, a veces, las cosas improvisadas son las que mejor sientan. En parte, porque te ahorras el tiempo y esfuerzo que suele llevar consigo la planificación (aunque tengo amigos que disfrutan más de la fase de planificación que de la propia experiencia) y, luego porque siempre queda ese resquicio de inseguridad y sorpresa que es condición natural de lo imprevisto. Bueno, el caso es que nosotros teníamos que viajar a Madrid para celebrar los 50 años de nuestra graduación en Psicología y el viaje sería en coche. Un par de días antes recordé que unos sobrinos nos habían hablado que en su anterior viaje a Madrid había parado en RUEDA para visitar unas bodegas y habían comido en el restaurante de la bodega que ahora lo dirige Berasategui. ¡Qué mejor oportunidad que aprovechar el viaje y parar en Rueda, un lugar por el que hemos pasado cientos de veces, pero sin parar nunca! Y puestos en ello, avisamos a unos amigos madrileños por si se animaban a salirnos al paso hasta Rueda y hacer juntos la visita y la degustación. Podían viajar hasta Rueda en tren y ya regresaban con nosotros en el coche. Les gustó la idea y, dicho y hecho, nos pusimos a ello. Era viernes por la tarde y el restaurante no abría hasta el martes, eso aportaba un nuevo plus de entropía al viaje. ¿Y si compraban los billetes del tren y luego resultaba que no había posibilidad de reservar para el jueves? Pero nos arriesgamos y efectivamente no hubo problemas. La visita a la bodega comenzaba a las 12 de la mañana y la comida en el Ariadna a las 14.

Llegar de Santiago de Compostela a Rueda no es tarea fácil. Si, además de eso, te sale un día endiablado con lluvia intensa y niebla, la empresa resulta aún más penosa si cabe. Como la única variable que queda en tu mano en esos casos es el salir antes o después, a las 7 en punto de la mañana estábamos ya en marcha. Llovió a mares a lo largo de la etapa gallega, luego mejoró un poco pero aparecieron las nieblas. Bueno, todo se reduce a que hay que armarse de paciencia y resignarse a reducir la velocidad. El caso es que a las 11:20 estábamos ya en RUEDA y nuestros amigos, que llegaron antes, esperándonos.

La visita a la bodega Yllera estuvo bien, pero se quedó en una visión superficial y escasa. La nave industrial con los tanques y los diversos procesos del elaborado del vino la ves a través de un cristal. Es decir, que no la ves. Salimos a una viña anexa donde han agrupado muestras de las diversas vides de la región que puedes ver y saborear, pero como llovía a mares, disfrutamos poco de ese momento. Le siguió la degustación de un par de vinos de la bodega. Uno joven y otro ya curado en barrica. El primero, aceptable sin más mérito. El segundo más interesante y cuidado. Pero, en verdad, la bodega tiene una enorme cantidad de caldos de todas las calidades y precios, aunque los que más se venden (hasta dos millones de botellas al año, nos dijeron) no son los mejores, sino la serie de 5,5º que ni siquiera es vino porque no llega a los 7 grados. Hicimos nuestras compras y salimos para otro edificio que es donde la familia Yllera ha ido configurando la maravilla del Hilo de Ariazna.

 La villa de Rueda (que, entre otros merecimientos, está reconocida como conjunto monumental e histórico) está enclavada en la zona sur de la provincia de Valladolid. Es una tierra llana y con un subsuelo conformado por materias arenosas arrastradas por el agua. Eso la hace especialmente dotada para el vino. De hecho, ésa es la denominación que recibe toda la zona (“tierra del vino”) por esa combinación feliz entre el calor exterior y la humedad interior del subsuelo. La cosa es que de siempre hubo mucho cultivo de vino en esa región. Eran agricultores que cultivaban sus propias fincas y hacían ellos mismos el vino en sus bodegas construidas bajo tierra para que se mantuviera la temperatura fresca que el vino precisaba. Con el paso del tiempo la elaboración del vino se fue haciendo más compleja y los viticultores dejaron de hacer su propio vino para constituir bodegas cooperativas a las que llevaban sus uvas para recibir el vino que necesitaran y vender el resto junto a los demás socios.

El gran mérito de los Yllera es que se fueron haciendo con las bodegas subterráneas de los diferentes propietarios a medida que estos las fueron abandonando, las unieron entre sí y construyeron todo un conjunto de túneles y pasadizos al que han puesto por nombre el Hilo de Ariadna. Es una preciosa excursión por la red de senderos y enclaves subterráneos llenos de referencias mitológicas y de cantidades infinitas de botellas de vino (no sé si vacías o llenas pero, en cualquier caso, caducadas) perfectamente apiladas. 

 Más que de uvas y viñas, el recorrido se hace siguiendo el hilo de la mitología y buscándole analogías con el vino. Y así, vas avanzando por los túneles y sabiendo de Minos y Pasifae reyes de Creta y padres de Ariadna que conquistan Atenas y les obligan a enviarles 7 chicos jóvenes y 7 doncellas para entregárselos en ofrenda al Minotauro, hasta que Teseo, hijo del rey de Atenas decide que ya está bien de sacrificios y se suma a la remesa de ese año, pero con la intención de matar al Minotauro. Matar lo mata, pero al final acaba él prisionero de los amores de Ariadna que, además de prestarle un ovillo de hilo (hilo de plata, dice el mito) para que lo vaya extendiendo y sepa volver del laberinto que es la cueva del Minotauro, lo va enredando con él y acaban escapando juntos de Creta para volver a Atenas. Teseo parece que no lo ve tan claro y acaba abandonándola dormida en una isla del camino de regreso, cosa que aprovechó Dionisio para casarse con ella. Lo cual, obvio, desata las iras de su padre Minos y de otros dioses. Y así, haciendo síntesis, se llega a la conclusión de que el vino viene de Creta, que Dionisio (al que, después los romanos rebautizarían con el nombre de Baco) fue el que se benefició de todo el enredo para unirse a Ariadna y comer juntos perdices hasta tal punto que se le declaró dios del vino, la diversión y el teatro. Para todo ese recorrido mitológico da el paseo por la red de bodegas subterráneas Yllera. 

Para nosotros todo eso no era sino el aperitivo cultural del festín gastronómico que nos esperaba en la gastrobodega Martín Berasategui, situada en el mismo local y con el que comparte el nombre. Siendo Berasategui quien marca el estilo de cocina y la gestión del restaurante, comenzamos a salivar ya desde la víspera. En todo caso, el tema de la comida se merece una entrada especial.

 

 


 

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