sábado, octubre 21, 2023

50 AÑOS DE LICENCIATURA EN PSICOLOGÍA (1973- 2023)

 



Ayer hemos celebrado nuestro 50 aniversario como profesionales de la Psicología. Efectivamente, en aquel lejano mes de Junio de 1973, aprobadas felizmente las materias del quinto curso, nos convertimos en una nueva promoción, la tercera, de psicólogos y psicólogas dispuestos a comernos el mundo. Éramos muchos, aunque no tantos como son ahora, pero iniciamos nuestra vida profesional con mucha ilusión. No es que por entonces la gente y los empleadores tuvieran claro qué era la psicología ni qué hacían los psicólogos, pero justamente ese vacío de expectativas nos forzó a abrir caminos en direcciones muy diferentes. Y mal que bien, visto lo visto, creo que lo fuimos consiguiendo. Seguramente actuó a nuestro favor el que la vida no era fácil por entonces, las condiciones en que vivimos nuestros años universitarios fueron, en simultáneo, ricas en oportunidades y complejas en cuanto a las limitaciones que la situación política y cultural imponían. Cierto que pululaban los grises y la policía secreta por los entornos universitarios; cierto que abundaban los meapilas que veían en todo peligros morales (la píldora, las lecturas, el alcohol, las drogas), pero eso no fue óbice para que hubiera asambleas, manifestaciones, maratones de cine, guateques y otras licencias que iban marcando ya la aparición de otra época muy diferente a la de generaciones anteriores. Probablemente, esa fue nuestra gran fortaleza, el ser gente sumida en el torbellino del cambio, capaz de asumir riesgos. Habíamos vivido el 68 y con él se fueron desatando muchos nudos, al menos para quienes tuvimos la fortuna de vivir a fondo la universidad y hacerlo en la carrera de Psicología. No sé si podría decirse lo mismo de la especialidad de Pedagogía que yo cursé en simultáneo.

 En fin, fuera cual fuera nuestro pasado en los años setenta, aquí y ahora, en Somosaguas, estábamos de nuevo una pequeña muestra de aquella generación 50 años después. Y la verdad es que todo había cambiado, incluyendo el entorno de la propia facultad. Qué difícil se nos hizo poder llegar. Aquello era un laberinto de urbanizaciones y carreteras ininteligibles, en el que hasta el GPS se volvía loco. Pensar que pasé allí dos años de carrera y un año más como profesor y que ahora casi no soy capaz de llegar, fue el primer síntoma de que había pasado mucho tiempo y que ni siquiera mi capacidad de orientación había resistido sus embates.

Los saludos iniciales fueron complejos, un poco angustiosos. Veías caras que te sonaban, pero a las que eras incapaz de ponerles nombre. Y notabas que con la misma expresión de agobio te estaban mirando a ti. No sabías como iniciar una aproximación y saludar. ¡Qué bien nos hubiera venido un cartelito de identificación como esos que te dan en los congresos! Lo miraríamos con disimulo y pondríamos a trabajar a la pareja de neuronas en activo para que revisaran los archivos mentales. Así que los saludos pasaban por diversas fases (la identificación de ti mismo, -soy fulanito-; la mirada suplicante para que el otro hiciera lo mismo- ¿y tú eres…?-; la revisión apresurada del archivo de recuerdos para localizar al interlocutor; el apretón de manos o el abrazo, si era el caso, una vez que localizabas su ficha y lo situabas en tus recuerdos - ¡ah, sí, disculpa, me acuerdo perfectamente de ti, te acuerdas cuando…!). Pero una vez ahí, ya todo comenzaba a correr con fluidez. Los recuerdos compartidos generan un espacio común en el que resulta fácil el encontrarse y quererse. En cualquier caso, nosotros estábamos en grupo y eso nos daba tranquilidad y compañía.

Compartíamos acto con quienes celebraban su 25 aniversario, lo cual jodía bastante al verlos (sobre todo verlas, porque eran casi todas mujeres) tan jóvenes, risueñas y empoderadas. Y nosotros allí cargados de años y de achaques. Claro que también había era evidente la diferencia en madurez y en esos rasgos (básicamente arrugas) de sabiduría acumulada con el tiempo. Así que no todo jugaba en contra nuestra.

 Aunque la parte más cargada de emoción fue el encuentro inicial, el momento sufrido de reconocerse y reinstaurar la mirada amiga y cómplice, el acto oficial tuvo dos partes, una académica y otra más festiva. La parte académica, presidida por una Mesa en la que figuraban el decano actual de psicología, la vicedecana del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, nuestro amigo Jesús Valverde, como representante del grupo de quienes celebrábamos el cincuentenario de la graduación, y el Secretario de la Facultad. Comenzó hablando la vicedecana del Colegio, Timanfaya Hernández, una chica joven y cariñosa que se esforzó por transmitir el enorme respeto que le infundía encontrarse allí con gente tan mayor y que ella situaba, con acierto relativo, en los orígenes de la Psicología madrileña. Le siguió Jesús Valverde, maestro en estas lides y para quien el acto tenía un sentido doble: primero porque él mismo era uno de los homenajeados por sus 50 años de egresado de la Facultad y, además, porque, en su caso, él se quedó allí como profesor y, por tanto, lo fue de todo el grupo que celebraba sus 25 años de graduación. Ambas emociones lo fueron llevando en volandas a lo largo de sus recuerdos de los que rescató nombres de profesores (con algunos olvidos fruto de los nervios), situaciones, expectativas juveniles y compromisos profesionales. Jesús es de emociones fuertes que pronto se asoman a sus ojos y modulan su decir, así que su relato caminaba por picos y valles que nos iban atrapando en esa nostalgia semidulce de un pasado ya lejano pero vivido intensamente.

El acto académico continuó con la entrega de unos diplomas que sirvieran de recordatorio. Estuvo bien, aunque a nuestra edad eso de los diplomas resulta un poco fuera de plano. Pero hay que entenderlo, la universidad actual se ha burocratizado mucho y le pone cantidad el repartir diplomas. Comenzaron a entregárselos desde el estrado a las jóvenes de los 25 años. El Secretario de la Facultad iba llamando a cada una/o por su nombre y ellas salían encantadas y ágiles de su sitio en la sala para avanzar hasta el estrado, subir la escalerilla que ascendía a la tarima superior, repartir besos, recoger su diploma y hacerse la fotografía que servirá de evidencia para su currículo personal. Pronto vimos que ese ritmo juvenil resultaba poco adecuado para el grupo de las bodas de oro y así se lo hicimos saber a la Mesa: demasiado peligro para sistemas locomotores en horas bajas. Fueron sensibles a nuestras carencias y aceptaron bajarse al nivel de la sala y entregarnos desde esa posición más horizontal y amigable el diploma que  certificaba, sobre todo, nuestra capacidad de supervivencia.

Cerró el acto, el decano de la Facultad, Luis Enrique López Bascuas, profesor de Psicología de la percepción y que echó mano de Borges y su cuento Nueva refutación del tiempo para intentar demostrar que el tiempo no existe o existe poquito (el pasado ya se fue, el futuro no ha llegado, así que de tiempo, tiempo solo nos queda cada instante actual y eso no da para nada). El decano, que es profesor de  "percepción", sabe sin duda de lo que habla. Además ya he visto en internet que ha hecho ese mismo discurso en otras ocasiones, lo cual, si efectivamente no existe el tiempo es como si lo hiciera aquí por primera vez, pues aquel momento y este de ahora son en realidad el mismo momento. En fin, un poco de lío para unas neuronas que llevaban una tarde ajetreada recuperando recuerdos y emociones de hace 50 años. Y así, refutando el tiempo y convencidos de que seguíamos en un día cualquiera de aquel año 1973, se levantó la sesión académica y nos fuimos a hacer unas fotos de grupo que sustituyan y actualicen las orlas de entonces. El problema va a ser que cuando veamos esas fotos de ahora y las comparemos con las de antaño, vamos a comprobar fehacientemente que diga lo que diga el decano, el tiempo sí que existe. Y además deja huellas claras.

La fiesta continuó en otra sala, pero ya disfrutando de unas copitas de vino y un piscolabis generoso. Recuperados los recuerdos y, al menos momentáneamente, los nombres de los contertulios, fue el momento del intercambio de experiencias: los trabajos, la familia, los hijos y nietos, las enfermedades, el futuro… Lo que más me llamó la atención fue que, incluso en ese clima festivo, hubo poca mezcla de generaciones. Salvo el caso de Jesús a quien se veía radiante compartiendo con sus exalumnas y ya excelentes profesionales de los diversos campos de la psicología, ni siquiera el vino o el queso o el jamón fueron capaces de romper los muros de la edad. En realidad, el encuentro acabo siendo un encuentro con aquellos con quienes ya lo tuviste en el pasado. Es como si nuestras emociones mantuvieran memoria de aquellas relaciones que fueron gratas en el pasado y te generaran esa tendencia a buscarlas con preferencia.

Y así hemos celebrado estos 50 años de vida profesional. Probablemente todos esperábamos algo más de este evento.  Esas mariposas en el estómago buscando recuperar sensaciones y afectos. Y es cierto que eso fue lo que pasó, pero pasó solo con quienes nos relacionábamos entonces de una manera intensa. En realidad, lo que se mantiene con el tiempo son los afectos, no el hecho neutro de que fuéramos compañeros de estudios. Recuperar a Hilario y a José María, volver a encontrar a Ma. Jesús fue lo que otorgó valor al evento. Si los recuerdos no vienen acompañados de una cierta connotación de amistad y cariño, es difícil resucitarlos y disfrutarlos.

Así que, más que emocionarme por haberme podido encontrar con el grupo de gente de mi generación que acudió al acto (aunque me alegro, desde luego, de que todos ellos y ellas hayan llegado hasta aquí y en tan buen estado), lo que realmente me ha encantado es comprobar, una vez más, la suerte que tuvimos al encontrarnos en la carrera, el congeniar desde el primer momento (o en momentos posteriores), el haber vivido intensamente nuestra relación como compañeros/as de estudios y el haber sabido mantener esa relación viva durante estos 50 años. Eso sí que se merece una enorme celebración de cincuentenario.

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