domingo, octubre 15, 2023

O CORNO

 

Si dejamos de lado la circunstancia, no irrelevante por repetida en cine, de que volvemos a ver una Galicia negra, sufriente, tópica; la historia que nos cuenta Jaione Camborda está bien contada. Es una buena película, merecedora sin duda de los premios que hasta ahora han ido jalonando su exhibición, en especial, la Concha de Oro del festival donostiarra.

Es buena película, en primer lugar, porque cuenta con una excelente protagonista. Janet Novás fantástica en ese papel sufriente y peregrino que se le encomienda. Y el resto de los personajes (Julia Gómez, Diego Anido, Siobhan Fernandes, Clara Rivas, etc.) dan, igualmente, un estupendo nivel.

También la fotografía está muy bien lograda. Fotografía de paisajes (Galicia es generosa en eso y Jaione lo sabe porque vive aquí) y fotografía de personajes. La historia que se nos cuenta se puede seguir a través de las caras de los personajes. Suelen decir que ésa es una cualidad muy propia del cine hecho por mujeres: saben contar las historias a través de la expresión de las caras de los personajes. En O Corno eso se hace a través de enfocar la cámara a la cara de las mujeres que van sosteniendo la historia, desde la entrada brutal en el film, hasta sus momentos centrales.  Los matices expresivos del rostro de ellas se convierten en la mejor descripción de la forma en que va evolucionando la historia que la película nos cuenta. Porque, en realidad, la secuencia de situaciones y escenas que suceden fuera solo son el fondo, el paisaje; la auténtica historia es la que va sucediendo en el interior de los personajes. Por eso los rostros se convierten en elemento clave de la narración.

Avanzada la película, aparece el río como otro componente fundamental de la fotografía. El río como expresión de lo que en Galicia llamamos la raya (a raia, en galego) que separa y une a España con Portugal. Eso es el río en la película, una raya. Pero no solo es la raya geográfica, es además la raya entre otras muchas otras cosas: entre estar encerrado o poder salir, entre ser perseguido y ser ayudado, entre sobrevivir y dar vida a otro, entre la culpabilidad que te mata y el deseo de vivir. Esa asombrosa y resiliente escena final de los bueyes cruzando el río en busca de pasto es algo así como el epítome de la historia: a este lado del río hay vida. No sé, si ese exilio de los animales tiene, a su vez, algún mensaje político.


 El ritmo es otro componente crucial del film. En momentos, como en la introducción, la película adopta un ritmo lento, intenso y mantenido como para meternos en situación. Como si quisiera advertirnos desde el inicio de que se trata de una historia intensa, de emociones profundas. Tengo mis dudas sobre si esa entrada dura y machacona como el golpe mantenido de un martillo pilón, logra que te impliques más en la historia o produce, justamente, el efecto contrario, una actitud defensiva por parte del público que lo mantendrá como mero espectador de lo que acontece en pantalla, sin sentirse dentro de la historia.

En fin, como decía, O Corno es una buena película. Eso sí, afectada de ese gen alterado del ADN gallego que lleva a los artistas a hacer una lectura opaca y triste de la realidad gallega. Tienden de manera natural a imaginar una Galicia Zurbarán, oscura y penosa; y se les hace casi imposible ver la Galicia Soroya, polícroma y luminosa en la que los gallegos de hoy día nos movemos y vivimos. No discuto, en absoluto, el derecho de cada artista a moverse libremente en el mundo que a él o a ella le guste imaginar. Lo que sí cabe discutir es que ese relato que nos dan de la realidad refleje la sociología real de Galicia. Hace poco leí que la Inteligencia artificial describía a las mujeres gallegas como personas feas y tristes que tendían a vestir de negro, etc. Me parece un resultado obvio si lo que hace es resumir la imagen que el cine y parte de la literatura dan de nuestra realidad.

La Galicia de hoy en nada se parece a esa Galicia tópica y sufriente a la que los filmes nos tienen acostumbrados.  Es cierto que los hechos que se narran en O Corno, los sitúa el guión en los lejanos inicios de los años 70, pero eso forma parte de los créditos; la impresión, el retrogusto que la película te deja es esa sensación de una Galicia brumosa, rural y misteriosa donde pasan cosas, mayormente malas, que solo pasan allí. A veces, los antropólogos e historiadores tratan de reconstruir la realidad de épocas pasadas a través del cine o la literatura de la época. Será técnicamente erróneo y muy injusto con la Galicia de hoy que algo así pudiera hacerse en el futuro con nosotros.

 

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