lunes, febrero 01, 2010

Invictus


Después de viajar toda la mañana de regreso de Pamplona y la correspondiente siestica de recuperación retomamos las actividades dominicales habituales. Y, por supuesto, el cine. Esta vez fuimos a ver Invictus la recién estrenada obra de Eastwood con Morgan Freeman y Matt Damon como cabeceras de cartel.
Como sucede con las películas que crean expectación, también en ésta la sala estaba a rebosar. Hasta la bandera, que aquí son las primeras filas (y ya hay que tener motivación para quedarse a ver una película en la primera fila…).
La película fue estupenda, por supuesto. Clint Eatswood es un genio del cine. Domina los ritmos, las emociones, los diálogos (casi siempre muy parsimoniosos, como solía hacer él cuando actuaba), los escenarios, el sonido, la intriga. Esta vez, incluso la política. Por supuesto, buena parte del mérito es de los grandes actores que participan en el film: el omnipresente Morgan Freeman (él y Eastwood parecen ya una pareja de hecho) y Matt Damon que pone mucha intensidad en todos los papeles que asume (sus miradas y gestos son toda una lección de cine). La historia se basa en un texto de John Carlin que es un periodista británico (de madre española, por cierto) que estaba de corresponsal en Sudáfrica en los momentos del campeonato del 95: “Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Made a Nation”. Ya el título recoge perfectamente el sentido que Eastwood dará a la película: cómo construir una nación rota y enfrentada a través de un mecanismo de identificación como es el rugby.

He leído en algunas críticas que interpretan el film como una incursión de Eastwood en el mundo del deporte. Pudiera ser. De hecho filmar eventos deportivos, como películas de guerra o musicales debe tener si intríngulis y constituir un reto para un director (Eastwood ya lo había hecho con el boxeo en Million dolar baby. De todas formas, el Invictus de Eastwood, como sucediera con Million Dolar, supera con mucho una película deportiva al uso, al menos en cuanto a la temática y al manejo de los actores. Lleva mucha miga detrás: el enfrentamiento entre negros y blancos, los estereotipos y su peso negativo en la renovación (el proceso seguido por los guardaespaldas es magistral), el liderazgo y sus carismas, la pobreza, etc. Pero, sobre todo, esa una especie de estribillo permanente en la partitura del film, la necesidad de unir y crear sinergias positivas (incluso cuando eso significa perdonar) para poder reconstruir un país. Una buena moraleja para tanto iconoclasta como pulula hoy por los mentideros políticos y sociales.

Al entrar en el cine nos tropezamos con otro amigo que salía emocionado de la sesión anterior. Y también en nuestra sesión, cuando acabó el film se notó esa especie de Uff! de quienes han estado en tensión durante la proyección y siguen un poco conmocionados sin conseguir levantarse de la butaca (todo lo contrario de lo que sucede en las malas películas que parece que todo el mundo sale con prisa como escapándose del bodrio que han sufrido). Hoy seguían sentados. A mí no es que me emocionara tanto. Claro que te metes en la emoción del partido de la final con suspense hasta el último minuto, pero no me pareció eso lo más importante del film. Mi placer fue más intelectual que deportivo.

Me gustó sobremanera la “visión política” que se le atribuye a Mandela. Esa idea de construir desde la implicación de todos, la necesidad de vincularse a una imagen o un sentimiento que amalgame sensibilidades distintas en un sentido de pertenencia común. La necesidad de superar los fracasos a base de “inspiración”, de búsqueda de alternativas. “Cómo podemos soñar con algo grandioso, le dice al capitán del equipo, si no tenemos nada en que soñar”. Eso y el poema de Henley que le sirvió de apoyo durante su cautiverio “doy gracias al dios que fuere por mi invicta alma; soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Supongo que ésa fue la gran lección del Mandela real, del prisionero político llamado a superarse a sí mismo y dirigir un país en el que aún permanecen quienes le han maltratado y despreciado durante tantos años. Y lo maravilloso es que lo logra porque cree en la persona humana. Está muy justificado el subtítulo del trabajo de Carlin que se incluye, también en el film: el factor humano. Ahí está la clave.

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Texto del poema que sirvió a Mandela en su prisión y que entrega al capitán del equipo:


Out of the night that covers me,

Black as the pit from pole to pole,

I thank whatever gods may be,

For my unconquerable soul.


In the fell clutch of circumstance,

I have winced but not cried aloud.

Under the bludgeonings of chance,

My head is bloodied but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears,

Looms but the horror of the shade.

And yet the menace of the years,

Finds, and shall find me, unafraid

It matters not how strait the gate,

How charged with punishments the scroll,

I am the master of my fate,

I am the captain of my soul.

Traducido:
Desde la noche que sobre mí se cierne,negra como su insondable abismo,agradezco a los dioses si existen,por mi alma invicta.
Caído en las garras de la circunstancia,nadie me vio llorar ni pestañear.Bajo los golpes del destino,mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de lágrimas e ira yacen los horrores de la sombra, pero la amenaza de los años,me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el camino, cuán cargada de castigo la sentencia. Soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma.

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