lunes, febrero 15, 2010

ESTAR ENAMORADO



14 de febrero. Otra vez San Valentín. “Una persona seria no debería celebrar estas fiestas, son pura mercadotecnia”. “Manipulan nuestros sentimientos”. “Nos ha comido el coco el Corte inglés”. Cosas fáciles de oír estos días entre la gente seria. Los más cursis hasta ponen cara de circunstancias para decir aquello de que “es que San Valentín, para nosotros, es todo el año”. Y cada año es lo mismo. Todo muy racional. Y, así, cada año acabas sintiendo un vacío enorme si, al final, con tanto ruido “progre”, tú también se has quedado en secano y sin nada que ofrecer a tu pareja. Y lo peor es que ella nunca se olvida. ¡Una cruz!.
¿Y si en lugar de un ramo de flores uno elucubra sobre el amor y el enamoramiento? ¿Valdría eso de regalo? “Buen intento, pero un poco cutre”, susurra el blog, que en estas cosas es muy exquisito. “Tu inténtalo, me dice mi otro yo, de perdidos al río. Son las 9 de la noche y no tienes regalo, así que para peor no va a ser!” O sea que ni modo. A escribir.

Este año coinciden San Valentín y los carnavales. Buena oportunidad para buscar metáforas para progres descreídos. Lo de amor “carnal”, estaría bien y apropiado. Los disfraces del amor podría hacer otro buen título-síntesis. Pero ése no es mi rollo. Yo creo en esas cosas. Antes te miraban mal si hablabas del amor, de enamorarse, de formar pareja, de casarte (lo de casarte ya era lo peor). Yo debería hablar de esas cuestiones a mis alumnos de Educación Social, pero a veces me lo salto cuando veo que no está el horno para bollos y me van a mirar con ojos descalificadores. Si fuera sexo, sería más fácil, pero hablar del amor está demodé. Estaba, habría que decir desde hace unos días, porque el gran gurú de la izquierda europea, Alain Badiou, ha escrito un libro que titula Elogio del amor. Con dos cojones. Y dice cosas que muchos hemos pensado desde siempre: que el amor no es un discurso trasnochado y de gente de derechas o de meros pijos. Él, que fue el gran líder del 68 francés, comunista hasta las tetas y, en la actualidad, la mosca cojonera que va persiguiendo a Sarkozy, también cree en el amor como la gran fuerza que permite pasar del yo al nosotros, del ensimismamiento individualista al compromiso compartido. Un santo, este Badiou.

El otro día en un programa de TV preguntaban a la gente qué iban a hacer en San Valentín. Casi todos hablaban de regalitos y de momentos románticos a dos. Pero una chica lo tenía más complicado. Decía que ella, en realidad, estaba enamorada de varias personas y que su problema era que tenía que pensar distintos regalos y buscar formas de celebrarlo. La entrevistadora le miró con cara rara. Debió pensar que, en realidad, su problema era que no estaba realmente enamorada, que enamorarse significa centrarse en alguien y olvidarse del resto. Pero ninguna de ellas insistió y ahí quedó el tema. Pero ojalá hubieran seguido porque su visión del enamoramiento podía dar mucho juego. Al menos, abre otra perspectiva sobre la esa idea estreñida que solemos tener de “estar enamorado”: cuando de buenas a primeras te encuentras fuera de ti, presa de la pasión y el deseo, pensando sólo en una persona, deseándola, obsesionándote con ella. Todo muy intenso, frágil y dramático. Pero no es eso lo más bonito del amor. Más que el amor concéntrico y convergente (que es maravilloso, sin duda) habría que declarar patrimonio de la humanidad el otro, el amor que se desparrama, que abre vasos comunicantes, que crea redes.

Hoy mientras buscaba en internet alguna imagen simpática que incorporar a esta entrada, vi que la mayoría de ellas concebían así el enamoramiento, como algo a dos. Algo que sucede entre una pareja y que excluye a todos los demás. En una de ellas, aparecía una rosa roja y una cadena, con lo cual ya se riza el rizo de la claustrofobia: enamorarte es vincularte a otra persona, algo así como encadenarte a ella. Para siempre, se supone. Un poco fuerte, la verdad, por muy enamorado que estés. Hace un par de años, una colega ya mayor que había enviudado algún tiempo atrás recordaba con su gracejo andaluz su primera noche de casada (primera, de verdad, recalcaba ella por si no nos lo creíamos). Estaban en un hotel. Les habían dado una habitación de matrimonio normal. Y ella que se vio allí con un hombre con el que se tropezaba a cada cosa que quería hacer, que tenía que apartarse para que ella se moviera y esperar a que saliera del baño para entrar ella, empezó a agobiarse. Díos mío, decía para sí, yo no puedo vivir toda la vida así, con un señor en la habitación…
Por eso la postura de la chica de la entrevista resulta atractiva. Si dejamos al margen esa pasión loca de los primeros momentos, lo que suele suceder, si las cosas van bien, es que se va generando un amor fuerte, una comunión, un compromiso, una complicidad que te lleva a querer a la otra persona. Quizás por eso, algunos diferencian entre la fase enamoramiento y la del “estar enamorado” como dos etapas distintas con sensaciones diferentes. En esta última el amor ya no es excluyente, al contrario, requiere de otros para alimentarse y crecer, para hacerse fuertes en comunidad. Y así vas queriendo a tus padres, a tus hijos, a tus amigos, a alguna de la gente con la que vas compartiendo experiencias y vida. Puede que los amores sean de naturaleza distinta en cada caso (ciertamente lo son en el caso de los padres, los hijos o los familiares) pero, la verdad, no creo que la diferencia sea tan fundamental en el caso de los amigos y otra gente con la que vas compartiendo experiencias valiosas.
A mí me parece que debe haber mucho de ese otro enamoramiento repartido por el mundo. Esos rescoldos que aunque ya fríos nunca desaparecen del todo con respecto a los/as ex. La gente que estuvo enamorada en su momento es difícil pensar que desapareció de cuajo lo que sentía. Los amigos a los que se quiere de una forma especial. Personas a las que van conociendo y que te hacen sentir especial y sientes que tú también lo eres para ellas. Con todos y todas ellos compartes eso que tiene el enamoramiento de admiración, de aprecio, de preocupación, de gusto, de complicidad. Por eso resulta ilógico querer encerrarlo en una persona. Habrá, sin duda, una persona que concentre más el amor porque es tu pareja, porque con él o ella has decidido que quieres convivir tu vida y así has ido construyendo una historia compartida. Pero los amores, como los humos, precisan escapes y, como el fuego, precisan arder multiplicándose.
¿Qué opinas tú?”, le he preguntado al blog que no para de curiosear. “No sé, me ha dicho, no he logrado saber si lo que quieres decir es que estás enamorado, que lo estuviste para ya no, que te enamoraste de la chica de la TV o que lo tuyo es el enamoramiento universal. Es que te enrollas mucho, chaval”. “No has entendido nada, capullo”, le he dicho a punto de cabrearme. “Vaya, me ha contestado, acusando el golpe, acabaré pagándola yo, como siempre: varios días sin escribir nada”. Y sin renunciar a hurgar en la herida siguió a la suyo, “reconoce que podrías ser más claro, bastaría decir que estás enamorado”. “Y que te ha pillado el San Valentín sin regalo”, remachó el otro. ¡Panda indeseables!

No hay comentarios: