domingo, febrero 28, 2010

AMIGOS CHILENOS


No sé si el dolor tiene medidas. O si las tiene la compasión. El caso es que el terremoto chileno me ha dolido mucho más que otras desgracias recientes e, igualmente, desesperantes. Quizás sea un problema de “epicentro”: más cerca el epicentro de tus recuerdos y sentimiento, más dolor. Y Chile está lleno de recuerdos, de emociones, de amigos y amigas. ¿Qué habrá sido de ellos, de sus familias, de sus cosas? ¿Qué angustias estarán viviendo ellos en estos momentos?
Cuando le televisión dio la noticia me quedé aterrado. ¡Un terremoto de intensidad 8,3! (yo creía que la máxima era 7). 50 veces más destructor que el de Haití. ¡Terrible! Con epicentro a sólo 50 kms. de Concepción. Destrucciones masivas en 5 regiones. ¡Qué desastre! Hasta el aeropuerto, recién reformado y por el que tantas veces he deambulado haciendo tiempo en los últimos años, hecho polvo. Y luego el tsunami para clavar la puntilla. En fin, cada noticia peor que la anterior. ¡Desesperante!.
¡Qué sensación de impotencia! Cuando la naturaleza se revoluciona, nos convierte en nada. A veces es el agua como estos días pasados en Galicia o Andalucía o Francia, y también en Chile, otras los temblores, o los aludes o las sequías. La madre tierra, la pacha-mama, devorando a sus hijos. Se entiende mal que las cosas hayan de ser así, o quizás es que es así como han de ser, no lo sé. El caso es que te deja aplanado, en un abismo de desamparo. No sirve de nada buscar explicaciones. Algunas incluso llegan a ofender la inteligencia: esto no puede ser un castigo divino, ni una venganza de la naturaleza que se siente agraviada ni, siquiera, la terrible consecuencia de que los políticos no tomen las medidas oportunas. Es la naturaleza y su propio devenir que va mucho más allá de nuestras fantasías de omnipotencia. No hay más. Y eso mismo forma parte de la tragedia: no tienes de qué protestar, ni a quién dirigir tu ira; no puedes hacer responsable a alguien a quien poder crucificar. Y te encuentras sólo ante tu propia desgracia preguntándote por qué tú, por qué nosotros, por qué en Chile. Nuestro destino no va más allá de “adaptarnos a la naturaleza y sobrevivir a sus embates”. Con frecuencia pensamos que somos nosotros los que adaptamos la naturaleza a nuestras necesidades, pero eso no pasa de ser un espejismo. Adaptamos cositas pequeñas, detalles. Lo sustantivo sigue quedando muy lejos de nuestra competencia.
De todas maneras, de poco sirven las reflexiones. La cuestión es que hasta un millón de familias perdieron su vivienda o la tienen terriblemente deteriorada, que varios cientos murieron (setecientos por ahora pero con previsiones que superan en mucho esa cifra) lo que significa otra infinidad de familias llorando pérdidas humanas, que muchos proyectos personales e institucionales se fueron al traste porque las prioridades se han alterado trágicamente en unos pocos minutos. De la tranquilidad feliz a la angustia sobrevenida, así, en un santiamén. “Este evento desgraciado”, decía la Bachelet esta mañana. ¿Un evento? Parece una palabra demasiado simple para designar una desgracia tan inmensa. O quizás es que desde aquí se ve más dramático todo por la distancia y las fotografías que se van publicando.
Ya veo que se me va la expresión a buscar un discurso que escape de los sentimientos. No sé qué decir. En mi cabeza están los amigos y amigas chilenos. Las personas a las que quiero. Y no sé qué ha sido de ellos. Fueron siempre tan cordiales, tan atentos, tan buenos anfitriones. Viví con ellos experiencias tan preciosas de amistad y trabajo. Aprendí tanto simulando que era yo el que enseñaba… Y ahora esto. Esa hermosa tierra que lo tiene todo, del desierto a los glaciares, de los lagos a los volcanes. Cuando paseaba por Viña y Valparaíso me hacían gracia los avisos de rutas de evacuación y zonas de seguridad para escaparse de los tsunamis. “Hay que ver qué precavidos”, pensaba yo. Pues fíjate, los habrán tenido que usar estos días. Y lo mejor de todo, la gente: seria, amable, inteligente, segura de sí misma. La primera vez que llegué a la Universidad de Chile para dar un curso, me recibieron diciendo que estaban hartos de los españoles que iban a venderles estampitas y cristales de colores como si ellos fueran indígenas lerdos. Leche, dije para mí, aquí no se puede andar con bromas. Y así ha sido desde entonces, siempre me han planteado retos con un listón muy alto. Pero siempre, todo rodeado de un gran cariño personal. Por eso los aprecio tanto. Por eso siento tanto esta tragedia.
Amigos y amigas, un abrazo enorme. Ojalá que vosotros y vuestras familias estéis bien. Poco podemos hacer desde aquí pero estad seguros de que estaremos junto a vosotros con todo el cariño y aprecio que se ha ido acumulando en estos años en que hemos compartido tantos proyectos ilusionantes. Espero que tanta desgracia no rompa vuestro entusiasmo. La Bachelet decía hoy que Chile está acostumbrado a superar las mayores dificultades y que ese aprendizaje será su mejor aval para hacerlo de nuevo. Yo estoy seguro de que así es. Recibid nuestro cariño más sincero. Y nuestra com-pasión. Estaremos padeciendo con vosotros cada nueva noticia.

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