Nuevamente una película de profesores maduros que se enamoran de jóvenes. Y el protagonista es, por supuesto, un profesor de literatura. ¿Qué tendrán estos puñeteros colegas para que siempre los elijan a ellos? Debe ser que la Literatura da carisma, que te pones a hablar en plan místico en la tarima y vas seduciendo al auditorio. Las bellas palabras como narcótico. Deberían venderlas en píldoras así la cosa sería más justa. En fin, no queda más que resignarse. O no. Uno también es de Filosofía y Letras y, vamos, algo nos debería tocar.
En este caso, el profe (Colin Firth, que ha sido nominado al Oscar por este papel) es gay. Y ha perdido al amor de su vida (un poco más joven que él pero dentro de un umbral aceptable) en un accidente de tráfico. Y no logra sacárselo de la cabeza. Sueña con él, revive momentos felices de estar juntos y acaba decidiendo que la vida ya carece de sentido. Así que planea suicidarse y ensaya la manera más chic de hacerlo. Al fin y al cabo es un gay de manual, con una sensibilidad estética hipertrofiada y no podría soportar que en esos momentos tan cruciales del suicidio algo estuviera fuera de lugar. No puede fallar ni el más mínimo detalle. Un psicoanalista de oficio le diría que, en el fondo, lo que no quería era suicidarse.
Afortunadamente para él, y para su apartamento que así se libra del engorro de unas manchas repugnantes de sangre y vísceras, el destino tampoco está por la tarea de que estropee su vida. Para eso está una antigua amiga de la Facultad (Julianne Moore) que sigue enamorada de él y dispuesta a consolarlo. Pero él, todo cortesía y amabilidad, no puede aceptar. No está por enredarse con una mujer a estas alturas de su vida. Así que los planes de suicidio siguen abiertos. Solo que hay un alumno de su clase (ahí entra el jovencito de la historia, Nicholas Hoult) que tampoco está dispuesto a renunciar al océano de placeres que ha podido imaginar tras sus ojos melancólicos y sus palabras cautivadoras. Y le busca una y otra vez en plan “lolita” masculina. Y al final, cómo no, lo consigue.
La película está basada en la novela A single man de Christopher Isherwood. Es la opera prima del director Tom Ford que, antes de hacerse director de cine, había trabajado como diseñador de moda vinculado a Gucci. Y eso se nota. La película es una obra maestra de los detalles. Cada escena es como una postal o un cuadro: una coreografía de detalles perfectamente articulados. El propio protagonista, al que se le atribuye un amaneramiento que de tan exagerado se hace gracioso, va siempre como un pincel, elegantísimo. Por eso le cuesta tanto decidirse por una forma de suicidio. Debe ser estéticamente impecable. Y limpia. ¡Por favor, cualquier otra opción resultaría muy desagradable!
Así que todo está medido, controlado, ordenado. Desde el lenguaje hasta los gestos, desde el mobiliario hasta la ropa de vestir. Es una película hermosa. Y erótica. Me va poco el rollo gay, pero he de reconocer que las imágenes de los cuerpos desnudos sumergidos en el agua, moviéndose como en una danza de cortejo, te ponen los pelos de punta. Y no sólo eso. También las miradas de deseo, los silencios, los retruécanos de la conversación siempre buscando la manera de llegar al cuerpo a cuerpo. Muy sugerente.
No da para identificarse con el profe de literatura, pero no puedes dejar de preguntarte qué demonios tienen ellos que no tengamos los demás. ¡Demonios!.
En este caso, el profe (Colin Firth, que ha sido nominado al Oscar por este papel) es gay. Y ha perdido al amor de su vida (un poco más joven que él pero dentro de un umbral aceptable) en un accidente de tráfico. Y no logra sacárselo de la cabeza. Sueña con él, revive momentos felices de estar juntos y acaba decidiendo que la vida ya carece de sentido. Así que planea suicidarse y ensaya la manera más chic de hacerlo. Al fin y al cabo es un gay de manual, con una sensibilidad estética hipertrofiada y no podría soportar que en esos momentos tan cruciales del suicidio algo estuviera fuera de lugar. No puede fallar ni el más mínimo detalle. Un psicoanalista de oficio le diría que, en el fondo, lo que no quería era suicidarse.
Afortunadamente para él, y para su apartamento que así se libra del engorro de unas manchas repugnantes de sangre y vísceras, el destino tampoco está por la tarea de que estropee su vida. Para eso está una antigua amiga de la Facultad (Julianne Moore) que sigue enamorada de él y dispuesta a consolarlo. Pero él, todo cortesía y amabilidad, no puede aceptar. No está por enredarse con una mujer a estas alturas de su vida. Así que los planes de suicidio siguen abiertos. Solo que hay un alumno de su clase (ahí entra el jovencito de la historia, Nicholas Hoult) que tampoco está dispuesto a renunciar al océano de placeres que ha podido imaginar tras sus ojos melancólicos y sus palabras cautivadoras. Y le busca una y otra vez en plan “lolita” masculina. Y al final, cómo no, lo consigue.
La película está basada en la novela A single man de Christopher Isherwood. Es la opera prima del director Tom Ford que, antes de hacerse director de cine, había trabajado como diseñador de moda vinculado a Gucci. Y eso se nota. La película es una obra maestra de los detalles. Cada escena es como una postal o un cuadro: una coreografía de detalles perfectamente articulados. El propio protagonista, al que se le atribuye un amaneramiento que de tan exagerado se hace gracioso, va siempre como un pincel, elegantísimo. Por eso le cuesta tanto decidirse por una forma de suicidio. Debe ser estéticamente impecable. Y limpia. ¡Por favor, cualquier otra opción resultaría muy desagradable!
Así que todo está medido, controlado, ordenado. Desde el lenguaje hasta los gestos, desde el mobiliario hasta la ropa de vestir. Es una película hermosa. Y erótica. Me va poco el rollo gay, pero he de reconocer que las imágenes de los cuerpos desnudos sumergidos en el agua, moviéndose como en una danza de cortejo, te ponen los pelos de punta. Y no sólo eso. También las miradas de deseo, los silencios, los retruécanos de la conversación siempre buscando la manera de llegar al cuerpo a cuerpo. Muy sugerente.
No da para identificarse con el profe de literatura, pero no puedes dejar de preguntarte qué demonios tienen ellos que no tengamos los demás. ¡Demonios!.
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